GRATITUDES


En el Corán, Surat VIII 57-60, se lee… “Las peores bestias, ante Dios, son los ingratos, pues ellos no creen; (…) Dios no ama a los traidores”. Ya el Dante se lamentaba de la ingratitud en el exilio. En su Epístola XII, dirigida a su amigo Feruccio de Manetti Donati, el autor de la Comedia se lamenta de las indignas condiciones que las autoridades florentinas exigían a los desterrados para regresar a Florencia. ¿Es ésta la graciosa revocación con que es llamado a su patria Dante Alighieri, que ha sufrido exilio durante casi tres lustros? ¿Esto ha merecido su inocencia a todos manifiesta? ¿Esto el trabajo continuo y el estudio? (…) ¡Lejos esté de un hombre que predica la justicia que, habiendo padecido injurias, pague de su dinero a quienes le injuriaron como si fuesen [ciudadanos] beneméritos! (…) No es éste padre mío, el camino de vuelta a la patria (…) Jamás entraré en Florencia.(…) seguro estoy de que no ha de faltarme el pan”.


La ingratitud golpea el corazón de todos; en algunos, aquellos de sensibilidad adusta, la herida se escara en poco tiempo; en otros, esas llagas permanecen imborrables a través de los años, como una ortiga amarga que de vez en cuando hinca nuestra memoria con su hiel ponzoñosa. No he sido ajeno a estos golpes, he recibido muchos y de gran calibre, pero, a pesar de ello, nunca he cerrado la mano a quien me la ha solicitado.


Quiero expresar mi gratitud a tres personas que han hecho posible la creación de este blog, libro de la modernidad que me permite llegar a un gran número de lectores que se resisten a vivir en las sombras de la ignorancia, esa asesina de mentes libres que durante mil años esterilizó el pensamiento del hombre medieval. “Nada hay más espantoso que una ignorancia activa”, sentencia Goethe.


Mi agradecimiento a Tatiana Vega Valencia, que tuvo la paciencia y la tenacidad, propia de su juventud, para batallar durante tres arduos años entre manuscritos, apuntes, fichas y estantes abarrotados de libros para poder consolidar en la computadora, parte del trabajo intelectual que me ha ocupado por más de cuarenta años; ella también es la responsable de un gran número de fotografías que conforman este blog.


A Sergio Villanueva Valdivia, inquieto, creativo y generoso como una mano extendida hacia el cielo, quien fue el gestor de este blog, fue él quien me impulsó (tan reacio yo) a entrar al mundo de la informática (así podrás llegar a un gran número de lectores) me dijo una tarde de esas en que la amistad se reviste de fraternidad y cariño inefable.


Por último, a Milagros Mora, quien hasta hoy, cual empecinado Sancho quijotesco, me acompaña en esta cruzada cultural con la que sueño día a día. Sus frecuentes desvelos y trasnochadas hacen posible que semana a semana se incrementen las páginas de este blog. Sus palabras de aliento, su amistad inmarcesible y, hasta sus frecuentes regañinas, levantan mi ánimo cuando me siento oprimido por este mundo de modernidad asfixiante, por este acontecer tan ajeno al de mi niñez tan llena de aventuras y ficciones que en mi mente introdujeron hombres como Salgari, Dumas, Verne o Dickens y otros tantos creadores de historias, verosímiles o inverosímiles, que hasta hoy perduran en mi vida.


Wolfsschanze, marzo 27 del 2011.


Guillermo Delgado.

martes, 26 de octubre de 2010

LIBRO MULA DE PLATA




LA ANCIANA Y LOS GATOS


Cerca de un villorrio vivía una anciana cuya casa estaba poblada de un gran número de gatos.

Los había negros, blancos, grises, marrones, jaspeados, manchados, atigrados y de todas las combinaciones inimaginables.

- ¿Cómo hará aquella bruja para dar de comer a tantos bichos?, se preguntaban los moradores del lugar.

Pero eso sólo lo sabía la anciana a quien disgustaba mucho que la llamaran bruja.

- Ya verán esos cretinos. Van a pagar caro el atrevimiento de llamar bruja a una anciana decente como yo.

Los primeros en sufrir la furia de la anciana fueron los hijos del alcalde.

- Ven aquí Motitas, dijo la vieja acariciando el suave pelaje de un gato acaramelado. Ya sabes lo que tienes que hacer. Diole un beso y el gato abandonó la casa.

Una mañana el minino apareció en casa del alcalde ganándose de inmediato el corazón de los pequeños niños.

- Vamos, papi, déjanos quedarnos con él, suplicaron los niños al unísono.

Y el pequeño Motitas se quedó con los tres muchachitos, quienes de alumnos aplicados pasaron a ser, en poco tiempo, los estudiantes más perezosos de la escuela.

¿Qué había sucedido para que se diera este cambio tan brusco?

La respuesta estaba en aquel gato acaramelado tan dado a la buena vida, al solaz y al relajo. Unas gotitas de una pócima que la anciana había puesto en la leche de Motitas, habían bastado para que éste, a través de su pelaje, transmitiera a los niños su flojera.

Una mañana la mujer del boticario comentó con una clienta sobre la gran cantidad de gatos que tenía la vieja.

- Esa pobre mujer debe vivir en un ambiente muy sórdido con tanto animal dentro de esa sucia casa.

Como si los bigotes de los felinos tuvieran transmisores, el comentario de la mujer del boticario llegó a oídos de la anciana.

- Así que sucia casa, no, dijo la vieja dibujando una mueca de disgusto.

Una noche apareció en la casa del boticario un gatito blanco. Esa misma noche el tendero y su mujer se enfrascaron en tal discusión que la mujer se marchó a casa de su madre con la convicción de no regresar jamás: detrás de ella, el gato blanco, también abandonó la casa. Lo que extrañó a los pobladores del villorrio fue el hecho de que en veinte años de matrimonio jamás esa pareja había tenido discusión alguna.

¬- Buena labor, mi pequeño Nieve, buen trabajo, buen trabajo, dijo la anciana acariciando al gatito blanco quien presto y diligente había cumplido lo que le habían encomendado.

Cuando el alcalde inauguró una tarde un monumento en honor a los símbolos patrios, apareció un gato curioso que se le enredó entre los pies haciéndolo perder el equilibrio.

No cayó al suelo, peor, recordando al gato acaramelado que según la esposa era la causante de la desgracia de sus tres hijos, logró darle un puntapié al infeliz felino que casi lo mata.

Sólo el estruendo de la banda que en ese momento entonaba una marcha apagó de lleno el atroz gruñido lanzado por el gato ante el golpe recibido. Aquella noche la anciana tenía sobre sus rodillas al gato magullado. Nada pudieron hacer sus pócimas y sus ungüentos para calmar sus quejidos. Antes del amanecer el gato estaba muerto.

Aquella misma semana el portero de la alcaldía encontró un enorme gato negro que maullaba frenéticamente.

- Ven aquí, gatito, le dijo el hombre. Yo te daré un poco de leche, ven conmigo, no temas.

El felino, muy mimoso, se dejó llevar por el hombre quien lo acomodó cerca de su cama. El gato negro lo miraba firmemente a los ojos. En su cabeza resonaban las palabras de su ama. “Vamos, Plutón, tú sabes mejor que yo lo que tienes que hacer. Nunca te has llevado bien con ninguno de estos gatos, por eso a ti te confío esta delicada misión”.

Al otro día la alcaldía era una confusión, donde la envidia había anidado en los corazones y las mentes de todos los empleados. Una camisa, un vestido, una blusa, una corbata, todo era motivo para azuzar la envidia. Impotente ante el conflicto existente entre su personal, el alcalde hubo de renunciar irrevocablemente a su cargo.

Todos, sin comentarlo con nadie, sabían que en el fondo de todas aquellas desgracias estaba la mano de la anciana de los gatos. Nadie volvió a hablar de ella ni de sus animales. A los pocos años, cuando la anciana murió y fue encontrada tiesa como un palo sobre su cama, a todos extrañó que no se encontrara por ningún rincón de la casa atisbo de gato alguno, como si los felinos, fieles a quien tanto los había amado, hubieran acompañado a la anciana en su viaje a lo desconocido.

Wartburg 1997
Wolfeschanze 2001.





JUSTA RECOMPENSA

    ¡Qué tristeza! Sobre la tierra, ninguna
                             recompensa paga el mérito ni es digna del trabajo que ha costado alcanzarla.
                                                       “Las mil y una noche”



Acostumbraba un Califa pasearse con su ministro por la ciudad.

- Siempre es bueno abandonar las comodidades de mi palacio y ver cómo viven los pobres, querido amigo, dijo el soberano musulmán.

Cerca de ahí, escondido tras una palmera, un viejo beduino luchaba por evacuar su vientre, mas judías en la cena. De la noche anterior le habían hecho pasar una noche atroz durante la travesía por el desierto desde Siria. Esas judías me han llenado el estómago de gases, este dolor me tortura, debo botar todo o pasaré un día horrible, se quejaba el beduino soltando de rato en rato una ronda de cuescos. Para evitar a los curiosos se había cubierto con una larga manta. Quien pase y me vea creerá que estoy sentado esperando a alguien.

- Oye, Visir, mira ese beduino, acércate y búrlate de él, dijo el califa, conocedor que su ministro era un experto armando chanzas.

El Visir miró al viejo y dijo: Pero mi señor, meterse con un beduino no es nada recomendable, es como ir por lana y salir trasquilado; son maestros en el arte del ingenio.

- Tú has lo que te digo, quiero reírme de ese viejo y no me vas a privar de ese placer, replicó el Califa.

Al Visir no le quedó otra alternativa que hacer lo que su amo le decía, maldito capricho el que le embarga, pensó el visir, si no lo complazco es capaz de arrojarme a los chacales ahora mismo.

- Hola amigo, de dónde vienes, preguntó al viejo.

- De Siria, contestó el viejo.

- ¿Y a dónde vas?, insistió el Visir.

- A Bagdad, a ver a un famoso curador para ver si puede darme un colirio para mis ojos. La arena del desierto, con los años, me los ha estropeado y cada día veo menos, dijo el viejo con voz lastimera.

El Califa, con una mueca sardónica, espoleaba a su ministro a que acometiera contra el viejo beduino. Ya entrado en confianza, el Visir dijo: ¡Hoy es un día afortunado para ti, buen hombre! Te has encontrado con el mejor curador de ojos de todo oriente, y señalando al Califa, el Visir dijo, he aquí a Rasid al Harún, el famoso Hacedor de Milagros.

El Califa se sintió sorprendido, pero disfrutó de la ocurrencia de su Visir y entró al cuento muy complacido.

- Escucha con atención, buen hombre, los precios que cobro son muy altos, cifras que jamás tus orejas han percibido, pero como soy hombre de buen corazón, te daré una receta gratis, ahí va. Has de combinar tres pelos de camello viudo con tres onzas de rayo lunar, dos gotas de baba de chacal, un pellizco de excremento de leproso y un trozo de moco de un niño beduino. Mézclalo bien y guárdalo en una botella. Luego colocas la mezcla en un vaso ancho, del tipo que usan las mujeres beduinas para machacar especias para preparar sus salsas. Cuando veas que ya la combinación se ha hecho polvo, pon este en un tamiz, donde lo harás reposar cuarenta días con sus noches.

El beduino escuchaba con atención mientras seguía luchando con su vientre que se negaba a evacuar, de cuando en cuando un sonoro cuesco perturbaba la interminable receta del Califa quien, concentrado en su chanza, no escuchaba las ventosidades lanzadas por el viejo.

- Pasado ese tiempo, prosiguió el Califa, pon al socaire la mezcla en una cuenco durante tres meses más y quedará lista.

El Visir se desternillaba de risa por la ocurrencia de su amo y, no queriendo quedarse fuera de la mofa, dijo:

- Tienes que echarte cien gotitas en cada ojo, sin respirar, pues, sino, no obtendrás ningún resultado. Te aseguro que en diez años quedarás restablecido.

Después de escuchar la extensa como rara receta pacientemente, el viejo dejo escapar un sonoro pedo; era el anuncio de que su vientre había cedido a los esfuerzos del anciano por arrojar esas judías que tanto sufrimiento le habían acarreado. El aluvión cayó en una bolsa que el viejo había puesto para no dejar rastro alguno de su paso por esas tierras. El viejo, puesto en pie, cogió la bolsa humeante y se la dio al Califa.

He aquí una justa recompensa por tus servicios, gran señor.

El recuerdo de ese encuentro con el beduino quitó las ganas de comer al Califa durante mucho tiempo. La espalda del Visir recibía de vez en cuando unos azotes de su amo. Yo os lo advertí, Señor, nunca hay que meterse con un Beduino.

Guillermo Delgado.
5 de Abril del 2009.




EL MEJOR JUEZ, EL LEÓN

Hambrientos como estaban, un zorro y un lobo divisaron una gacela. Sin perder un instante, ambos se lanzaron tras la presa. Al poco rato, el zorro tenía a la gacela tomada por la cola y el lobo por la cabeza.

- La gacela es mía, dijo el lobo, yo la tome por el pescuezo y, de no haber sido así, no estuviera bien muerta como lo está ahora.

- Eso es lo que tú crees, lobo rufián. De no haberla tomado yo por la cola, la gacela no hubiera rodado como rodó y jamás la hubieras atrapado. Así que será mejor que te marches y me dejes con ella para devorarla.

Un león que observaba la escena, se acercó presuroso.

- No discutan muchachos. He escuchado sus versiones y he llegado a un veredicto.

El león, ante el desconcierto del zorro, llamó al lobo a un apartado y le dijo:

- Sea usted inteligente, señor lobo, deje que el zorro se coma a la gacela y luego usted se comerá al zorro y a la gacela que se ha comido.

- ¡Ji! ¡Ji! río el lobo, no hay nada que hacer señor león, por algo no es usted el rey de la selva.

León y lobo se retiraron dejando al zorro feliz y contento comiéndose a la gacela. Una vez que hubo terminado, el lobo apareció y le dijo al zorro:

- Bien zorrito, ya disfrutaste y ahora me toca a mí.

Después de comerse al zorro, el lobo quedo con tal empacho que se echó patas arriba a digerirse al zorro y a la gacela.

En eso apareció el león, quien al ver descansar al lobo, le dijo socarronamente.

- Vaya que si estás gordito lobito.

- Y todo gracias a su astucia amigo león nunca sabré como agradecérselo.

- Yo sí sé como, dijo el león y se tragó al lobo.

Julio del 2001.



MULA DE PLATA
La codicia del colonialismo español llegó hasta las ricas minas de plata de Bolivia. Las expediciones de Diego de Almagro y de Hernando Pizarro, continuadas más tarde por su hermano Gonzalo, penetraron con tenacidad por la difícil geografía del altiplano en busca de oro y plata. Dicen los lugareños del pueblo de Laja que en la época de la invasión española, era común por aquellos parajes el tránsito frecuente de las mulas que llevaban sobre el lomo pesadas cargas de plata.


Cerca de un lugar llamado en aymara Chaca Wintu (La Vuelta del puente), existe, como el nombre lo indica, un puente sobre el río Pallina (en aymara: que recoge) Este fue construido en base a piedra y cal para que los lugareños lo utilizaran en las épocas en que las aguas del río fueran tan abundantes que hicieran imposible su paso por el vado de arriba, cuyo fondo firme y poco profundo, permitía pasar andando, cabalgando o en carruaje.

Fue uno de esos días, en que los ambiciosos españoles arriaban las mulas con sus valiosos lingotes de plata, que se dieron con la sorpresa de que la crecida del Pallina era tanta, que les resultó imposible atravesar el río por otro lugar que no fuera el puente. Día y noche la codicia y la ambición atravesaron el puente bendito, que para alegría de los conquistadores, resistía a pie firme el excesivo peso de aquellas bestias y su lastre.

Pero un día la premura hizo que la imprudencia de un arriero llevara hacia el puente una recua de quince mulos cargados de lingotes de plata. Ese glorioso día la heroica construcción de piedra y cal pareció revelarse ante el usurpador, como queriendo incitar entre los indios lugareños el espíritu de rebeldía.

Fue así que los machones comenzaron a ceder con precisión milimétrica haciendo que las arcadas se quebraran. Todo aconteció en cuestión de segundos, tiempo en el cual los gritos desesperados del hombre se confundieron con el rebuznar de las bestias que una tras otra se iban hundiendo en las turbulentas aguas del Pallina.

Las pocas mulas que lograron asomar por un instante sus grandes cabezas, dejando ver sus ojos aterrados que ya vislumbraban la muerte, fueron arrastradas con carga y todo por la fuerza impetuosa del agua.

Siglos después, el lugar donde las mulas fueron vistas por última vez fue bautizado con el nombre de Mula de Plata. Nadie se atrevió a rescatar tan valiosa pérdida, pues, según se afirma, el río nunca recuperó su calma. O bien, dicen, el Pallina buscaba con su actitud vengar al puente, o había recogido la rebeldía que aquella construcción parecía haber incitado en la indiada explotada

Pero un día de verano el río recuperó su calma y con ella vinieron un gran número de peces plateados que sólo aparecían en tiempos de luna llena.

Era entonces que se veía un espectáculo divino, no sólo por su colorido sino también porque muchos curiosos que se acercaron a Mula de Plata en busca de pesca, salieron con sus cestos llenos de pequeños peces de plata pura y de la mejor calidad. Pero sólo había una advertencia que el viento se encargaba de transmitir: No podía llevarse una carga mayor de quince pececillos. Todo marchó en armonía hasta ese día aquel en que un acaudalado minero de Potosí, enterado de la existencia de Mula de Plata, se avecinó al lugar una noche y comenzó lo que él imaginaba sería una pesca indiscriminada. Todo marchó regiamente hasta que logró sacar el número de peces indicado. Pero cuando el cordel picó una vez más y el hombre comenzó a tirar de él con todas sus fuerzas, del fondo del río emergieron las cabezas calavéricas de quince mulas y de un hombre que tiraron del otro extremo del cordel que tenía el minero con tal energía que el hombre fue tragado por las aguas del Pallina. Nunca se volvieron a ver aquellos peces argentinos ni rastro de plata alguno, quedando de aquel misterioso lugar solo el recuerdo de un nombre lejano.




LOS CANARIOS
¡Qué maravilloso sería que el trino
de los pájaros no se apagara nunca!

Un niño había ido con su madre al mercado a hacer las compras de la semana. Un hombre que vendía conejos, loros, tortugas, y todo tipo de animales, algunos mal llamados domésticos, al ver que el niño se había detenido ante la jaula de los canarios, el hombre ofreció a la madre unos ejemplares.

- Lléveselos, señora, son maravillosos, le aseguro que cuando los ponga en una jaula grande y cómoda, comenzarán a cantar durante todo el día.

Por más que el vendedor se afanaba en golpear la jaula para que los canarios cantaran, estos permanecían mudos.

La madre del niño se negó a adquirirlos a pesar de los requerimientos del hijo para que los comprara.

De regreso a casa, el niño se mostró muy molesto con la madre por el hecho de no haberle comprado los canarios. Inclusive no comió su postre preferido, aquel que la madre le había preparado buscando congraciarse con él.

Antes de acostarse, el niño, que aún se hallaba malhumorado fue llevado por su madre hasta la tina de baño, la cual había sido llenada por ella. La mujer colocó un barquito de papel sobre la superficie y le dijo al niño que observara como el papel permanecía sin moverse. Luego sacó el tapón de la tina, el agua comenzó a escurrirse y el barquito a moverse.

- Los canarios en las jaulas, hijo mío, son como los barquitos que flotan en las tinas taponadas, dijo la madre. Permanecen estáticos, tristes, sin poder volar como quisieran. Dios les ha dado alas para que vuelen, no para que estas permanezcan inertes como el agua que ni siquiera tiene fuerzas para mover el barquito de su sitio. En cambio un canario libre, sin rejas que lo priven de su libertad, puede volar de un sitio a otro, sin obstáculo alguno que lo detenga; ese canario es como el agua que se escurre por la cañería, con movimiento y fuerza suficiente como para mover el barquito.

El niño esa noche soñó con los canarios que, libres de su atadura metálica, volaban alegremente. Los trinos de los pequeños pájaros le arrancaron una sonrisa somnolienta.


lunes, 25 de octubre de 2010

LIBRO AGUA QUE NO HAS DE BEBER


Primera Edición
1995




Segunda Edición
1998

    


 A Luis Bacigalupo, el Bachi,
hermano queridísimo de toda una vida.



“Donde quiera que haya niños, existe una edad de oro”.
                             Novalis



PRÓLOGO

La sabiduría coloquial fluye decantada en esta hermosa selección de frescas historias que ilustran este primer refranero infantil escrito con magistral didactismo por el poeta Guillermo Delgado.

“Agua que no has de beber…” apertura para el quehacer pedagógico y la lectura infantil un fecundo camino para incorporar las vertientes de la sabiduría popular a los cánones de la literatura infantil.

Martha Isarra
San Miguel, 11 de enero de 1995.




A CABALLO REGALADO NO SE LE MIRAN LOS DIENTES

(Las cosas que nada nos cuentan pueden admitirse sin inconvenientes, aunque tengan algún defecto o falta, siempre y cuando no sea o esté relacionado con algo deshonesto).

El señor Julio Blotte recibió el día de su cumpleaños muchos regalos. Su color preferido es el azul, lo cual parece que su novia no sabía, pues, cuando el señor Blotte abrió el regalo que ésta le había traído, vio que era una hermosa camisa de seda de color rojo. Si bien no era éste su color preferido, el señor Blotte agradeció el regalo con sincera sonrisa. Cuando su hermano Renzo le comentó que había tenido muy mala suerte por el hecho de que no le habían regalado una camisa del color que al él le hubiera querido, el señor Blotte le dijo sonriente: “Querido hermano, debes saber que a caballo regalado no se le miran los dientes”. Y para celebrar el regalo, se puso a bailar con su novia.



NO DEJES PARA MAÑANA LO QUE PUEDES HACER HOY

(Con estas palabras se recomienda la actividad y se censura la holgazanería. Muchas veces dejamos para después lo que podemos hacer en el momento, cuando tenemos el tiempo para hacerlo, sin pensar que quizá después no lo tengamos).

Uno de los recuerdos más tristes de mi niñez, pero quizá el más importante, es aquél que está relacionado con la llegada del “Circo Morales” al pueblo de San Juan, donde yo vivía en compañía de mis abuelos. Recuerdo este hecho como si hubiera ocurrido recientemente, y esto debido a que me quedó una sola sabía enseñanza que nunca he olvidado.
Tendría yo unos nueve años. Era sábado y mi abuelo Ernesto desde muy temprano me andaba persiguiendo para que hiciera mis tareas de fin de semana, pues, de lo contrario, me decía mi abuelo, cuando el profesor me revisara el cuaderno se daría con la ingrata sorpresa de que no había cumplido con mis deberes. Lejos de hacer caso a mi abuelo me fui a jugar pelota con mis amigos, diciéndole que los haría el domingo por la tarde. Mientras me iba, mi abuelo alcanzó a decirme: “Recuerda siempre, Guillermito, no dejes para mañana lo que puedes hacer hoy. Ahora tienes tiempo, nadie sabe si mañana lo tendrás”. La tentación de jugar a la pelota con mis amigos fue mayor que mi responsabilidad así que como se dice, lo que mi abuelo me dijo me entró por una oreja y me salió por la otra. El domingo por la tarde, mientras hacía mis deberes, un viejo automóvil con un potente altoparlante en el techo pasó cerca de mi casa anunciando la única presentación que daría el “Circo Morales” – un humilde circo abundante- en el pueblo de San Juan. ¡Se imaginan! La única presentación sería aquel domingo y yo no podía asistir, pues, debía cumplir con mis tareas escolares. Me puse muy triste y pensé que había sido un tonto. Acaso no podía haber jugado a la pelota otros tantos días. En cambio el circo sólo estaría ahí una sola vez. Comprendí que en la vida se aprende a través de la experiencia aunque ésta muchas veces viene con su dosis de amargura. Cuánta razón tenía mi abuelo Ernesto al decirme no dejes para mañana lo que puedes hacer hoy. Siempre se lo agradeceré.



A OTRO PERRO CON ESE HUESO

(Se emplea para rechazar al que nos propone algo incómodo o deshonesto, o nos cuenta algo).

La señora Martha González Cava se encontraba realizando sus compras en el mercado, cuando se le acercó un hombrecito de ojos saltones y mirada inquieta, ofreciéndole unas pequeñas sortijas que el hombre decía que eran de oro puro. La señora Martha observó minuciosamente las pequeñas joyas y llegó a la conclusión de que estás eran de fantasía y que para hacerlas pasar por oro las habían bañado con este preciado metal. Lejos estaba de imaginar aquel hombrecito que el esposo de la señora Martha era joyero y que por lo tanto ella se había dado cuenta de que el hombre buscaba era engañarla: a otro perro con ese hueso, pensó la señora González mientras continuó haciendo sus compras.



A QUIEN MADRUGA, DIOS LO AYUDA

(Para tener éxito en la vida, hay que trabajar y ser activo).

El pequeño Miguel había cumplido siete años aquella mañana y aun así, se había levantado temprano como todos los días – junto con el gallo-, como le decía cariñosa y orgullosamente su tía Cefelina, dando a entender que cuando Miguel se levantaba aún el cielo no clareaba. Como de costumbre, Miguel colocó en la pequeña cesta de mimbre los panecillos de manteca que vendería en los alrededores del mercado de Comas. Sus padres lo vieron descender la cuesta del cerro rumbo al mercado. Sabían que regresaría al mediodía para almorzar, ponerse su uniforme y dirigirse a su colegio. Al ver que cierta nube de tristeza se reflejaba en el rostro de la madre, el papá de Miguel, dándole una palmadita en el hombro, la consoló diciéndole: “A quien madruga, Dios lo ayuda, mujer. Ya verás cómo nuestro Miguelito va a triunfar en la vida. La mujer sonrió y se abrazó a su marido.



A RÍO REVUELTO, GANANCIA DE PESCADORES

(Hay personas que del desorden de las cosas suelen sacar provecho).

El fuerte temblor que sacudió ayer la ciudad de Casma, provocó el pánico entre los pobladores de aquella ciudad norteña. El sismo se registró a la siete de la noche, hora en que muchos parroquianos se hallaban comiendo en los más importantes restaurantes de la ciudad. Como era de esperar, los comensales abandonaron los locales como almas que lleva el diablo buscando los lugares más seguros para salvaguardar sus vidas. Pasado el susto, los dueños de los negocios vieron con sorpresa que la mayoría de los clientes no retornaban sus mesas. ¿Qué había sucedido? “Muchos de los asustadizos” ya habían terminado de comer así que aprovecharon del inesperado movimiento sísmico para marcharse sin pagar. Entrevistado por la prensa el señor Roberto Céspedes, dueño del restaurante “Don tito”, uno de los más afectados comerciantes, manifestó: “qué le vamos hacer: Así es la vida. Algunos se aprovecharon de las circunstancias. A río revuelto, ganancia de pescadores. ¿Acaso usted no hubiera hecho lo mismo?”.



LA MONA AUNQUE SE VISTA DE SEDA, MONA SE QUEDA

(Ni las riquezas ni las mejoras personales que podamos tener, podrán ocultar las bajas pasiones o nuestros malos modales si los tenemos).

Chela siempre demostró ser una mujer poco aficionada al estudio, y esto se reflejaba siempre en su manera de actuar y expresarse, el tono vulgar y la falta de temas para comunicarse era algo que todos quienes la frecuentaban notaban de inmediato. Todos quienes la conocíamos nos alegramos cuando Chela se casó con un hombre adinerado, pues, creíamos que su pobreza había sido factor influyente para que ella fuera así. Pero nos equivocamos. La pobre Chela siguió siendo la misma persona carente de cultura y delicadeza que antes fue. No se equivocó aquel señor que en la boda de Chela le dijo a su mujer, al oído, muy despacito como para que nadie oyera: “Acuérdate, querida, aunque la mona se vista de seda, mona se queda



CRÍA CUERVOS Y TE SACARÁN LOS OJOS

(Muchas veces realizamos buenas acciones en provecho de alguien y éste después nos paga mal).

Doña Lucrecia había trabajado duramente en estos últimos años para darles una buena educación a sus tres hijos. Los tres muchachos, lejos de retribuir el sacrificio de la madre, traían malas calificaciones en la libreta de notas y a cada rato eran amonestados en la escuela por su mal comportamiento. Profesores y amigos de doña Lucrecia aconsejaban a ésta que pusiera mano dura con aquellos chicos, pues, aún estaban en edad de cambiar. Pero ella, lejos de corregir esas conductas, seguía consintiéndolos. Amante de la lectura, doña Lucrecia poseía una hermosa biblioteca la cual era, según ella, el don más preciado que poseía luego de sus hijos. Nunca pensó doña Lucrecia que después de su muerte sus hijos venderían sus preciados libros, aquel tesoro que para ella carecía de valor material. Don Joaquín, el hermano de la difunta, le había dicho en reiteradas oportunidades: “Recuerda hermana, Cría cuervos y te sacarán los ojos”. Y Don Joaquín no se equivocó.



DONDE MANDA CAPITÁN, NO MANDA MARINERO

(Nos señala que, a pesar de la iniciativa propia que podamos tener, debemos obedecer a los que tienen más autoridad, siempre que esta autoridad esté respaldada por la razón y el criterio justo).

Durante casi todo el año habíamos estado preparando la "Fiesta de Promoción". Teníamos previsto hasta el más mínimo detalle: la ceremonia de fin de año, los regalos que íbamos a intercambiar, el conjunto musical que amenizaría la reunión y el número de parejas que participarían en este evento que prometía ser el acontecimiento del año para nosotros. Yo había ofrecido, con el consentimiento de mis padres, la casa de campo de la familia, por ser la más adecuada para dicho suceso. Llegado el día, los grandes jardines y salones de la casa se hallaban colmados de una juventud ansiosa de divertirse a más no poder. Todo marchaba sobre ruedas. Todo había sido planificado al milímetro. A pocos minutos de haber comenzado la fiesta, un grupo de compañeros llegó con una buena provisión de licores para, como según dijeron, "sazonar el ambiente". Aquella forma de "sazonar la fiesta" me alarmó, pues, la única objeción que mi padre me había impuesto para prestar los ambientes de la casa era "nada de licor ni cigarros, eso no hace más que malograr a la juventud, hijo mío". Como yo no bebo ni fumo no alegué nada en contra de aquella prohibición, pero había olvidado lo más importante: poner al tanto a los demás. Ante la presión de algunos amigos que habían puesto el grito en el cielo ante lo que consideraban una gran injusticia, tuve que poner en conocimiento de mi padre la petición. Él volvió a ser tajante y se mantuvo en sus cuatro. "Donde manda capitán, no manda marinero, muchachos", nos dijo. Al comienzo algunos no pudieron ocultar su disgusto, pero después comprendieron que el viejo tenía razón. Mi padre, sabio y ejemplar, nos permitió sólo una copa para el brindis final. Todos se marcharon al final de la fiesta repitiendo, como para no olvidarse nunca, que donde manda capitán, no manda marinero.



DEL ÁRBOL CAÍDO, TODOS HACEN LEÑA

(Todos procuran sacar utilidad de la desgracia de aquél a quien la suerte le ha sido contraria).

La bodega del chino José siempre fue dentro del vecindario el punto de reunión de nuestros padres. Allí se agrupaban a jugar a las cartas o a charlar sobre los viejos tiempos. Hombre trabajador, el chino José había hecho de su negocio uno de los más prósperos del vecindario. Una noche, un cortocircuito provocó un incendio que rápidamente arrasó con toda la mercadería y muebles dejando al chino José en la miseria. Lo más triste de esta tragedia vino después. Todos los acreedores que tenían letras por cobrar pretendieron hacerlas efectivas con la venta de la escasa mercadería que se logró salvar de las llamas. Lo más sensato hubiera sido esperar que el pobre chino José se recuperara de aquel infortunio. Mi padre tuvo razón en decir que muchas veces la gente actúa de la forma más inhumana que se pueda imaginar. “Del árbol caído, todos hacen leña”, sentenció.
Ese fue el fin de aquel oriental que siempre supo extender una mano a quien la necesitó, pero en aquel momento de desgracia, nadie atinó a extendérsela a él. Vanamente el chino José esperó la mano amiga que nunca llegó.



EN CASA DEL HERRERO, CUCHARÓN DE PALO

(Donde hay facilidad de hacer y conseguir alguna cosa, suele descubrirse la falta de ella. A veces pretendemos exigir a otros aquello que nosotros no somos capaces de hacer).

El gerente de la empresa tuvo una reunión con los empleados y entre otras cosas se mencionó el hecho de que muchos de ellos tenían por costumbre llegar tarde, lo cual se comprobó por las tarjetas de control que el Jefe de personal presentó al gerente a solicitud de éste. Grande fue la sorpresa del gerente al comprobar que entre los empleados que más tardanzas tenían durante el mes de marzo estaba el señor Carlos Rodríguez, es decir, el mismo Jefe de personal. “¿Cómo es esto, señor Rodríguez. En casa del herrero, cucharón de palo? Siendo usted quien debe dar el ejemplo, por el contrario es unos de los empleados cuyo récord de tardanzas es uno de los más alto”. Bastante avergonzado, el señor Rodríguez comprendió que el gerente tenía toda la razón al llamarle la atención delante de todos, y que realmente no se podía exigir al personal subalterno lo que el jefe encargado no cumplía. Han pasado varios meses y el señor Rodríguez no ha vuelto a llegar tarde. Los empleados han comprendido a su vez que es impropio llegar tarde al centro de trabajo. La llamada de atención del gerente, hecha con mucha inteligencia y en el momento preciso, dio buenos resultados.




CADA UNO EN SU CASA Y DIOS EN LA DE TODOS

(Refrán que recomienda no meterse en los asuntos ajenos, sino que cada uno se ocupe de los propios)

Se hallaban discutiendo acaloradamente dos hombres en una calle, donde por casualidad transitábamos por ella mi primo Lucano y yo. Siempre he considerado a mi primo una persona entrometida, de aquellos que gustan intervenir gratuitamente en asuntos que no son de su incumbencia, pero por más que he tratado de hacerle ver que el ser así puede acarrearle muchos problemas, siempre ha hecho caso omiso a mis sanos consejos. Más de una vez lo he visto salir mal parado por entrometerse en problemas ajenos, pero en fin, hay personas que no escarmientan. Bueno, aquel día mi primo no quiso dejar pasar la oportunidad de hacer gala de sus dotes pacificadoras y en un santiamén ya estaba ubicado entre los dos contendientes, pronunciando sus habituales palabras: "Calma, señores, calma, calma'. Ambos hombres lo miraron extrañados, como diciéndose "y a éste quién lo invitó". Uno de ellos, el más alto y fornido, cogió a mi primo por las solapas del saco y le dijo con una voz nada amigable y bravucona que anunciaba malos temporales al pacificador: "¿Sabes, tú, quiénes somos nosotros? ¿Nos conoces acaso? ¿Sabes de qué estamos discutiendo? ¿Alguien te ha llamado o te ha dado voz para que participes? Mira hermanito, cada uno en su casa y dios en la de todos”. Cuando ya nos alejábamos y a mi primo se le estaba amoratando el ojo derecho por el puñetazo recibido por su gratuita participación, vimos que aquellos hombres se iban discutiendo en forma amena, bien abrazados, como si nada hubiera acontecido.


EL HÁBITO NO HACE AL MONJE

(El exterior de una persona no siempre corresponde a su naturaleza interior. Muchas veces representamos ante otros lo que en realidad no somos).

El señor Alfredo Pérez era un empresario próspero en su comunidad, vistiendo siempre elegante y luciendo ropa muy cara. Acostumbraba frecuentar los lugares más distinguidos y su imagen, sonriente y vanidosa, salía cotidianamente en los periódicos de la localidad. Pasado el tiempo, la policía, tras un constante seguimiento, descubrió que las riquezas acumuladas por el “distinguido” empresario, provenían en su mayor parte del contrabando de licores y cigarrillos extranjeros, negocio ilícito penado por la ley. Con este hecho quedó demostrado que muchas personas aparentan lo que en realidad no son. Siempre será bueno tener presente que el hábito no hace al monje.



CUANDO MENOS SE PIENSA SALTA LA LIEBRE

(Las cosas suceden muchas veces inesperadamente cuando uno menos lo imagina. En algunos casos nos toma por sorpresa provocándonos un gran malestar).

Estábamos en el salón de clase, y la profesora Isabel Ochoa nos estaba hablando de lo importante que era estar siempre prevenidos, pues, muchas veces "cuando menos se piensa salta la liebre", nos dijo. Muchos de nosotros no entendimos qué es lo que nos había querido decir con eso. Cuando se disponía a explicarnos, sentimos que el piso comenzaba a moverse, primero despacio, suavemente, pero a los pocos segundos el movimiento se hizo más violento. Las lunas de las ventanas empezaron a sonar como si alguien las estuviera golpeando con los dedos: era un temblor o por lo menos eso pensamos durante los primeros treinta segundos. Pasado el pánico de aquel sismo que estuvo muy cerca de convertirse en terremoto, volvimos a nuestras aulas, pues, casi todas las secciones de primaria habían abandonado los salones. Todo había sido tan rápido que muchos de nosotros aún no salíamos de nuestro asombro. Minutos antes del sismo nadie de seguro había pensado en la posibilidad de que algo ocurriera. Ahora comprendíamos lo que la señorita Isabel Ochoa, nuestra profesora, nos había querido decir con aquello de que "cuando menos se piensa salta la liebre". Ahora entendíamos que muchas veces las cosas podían acontecer tomándonos desprevenidos, que los hechos en algunos casos -como en los sismos- surgen en forma imprevista, por lo cual es necesario siempre estar alerta o preparados para ese tipo de situaciones desagradables.



EL GATO MAULLADOR, NUNCA ES BUEN CAZADOR

(Dícese de las personas que hablan mucho y poco es lo que hacen).

Mi abuelo y yo habíamos asistido al mitin que habría en la Plaza de Armas, donde hablarían los cuatro candidatos a la alcaldía de la ciudad. Mi abuelo, gran conocedor de este tipo de eventos, me había pedido que lo acompañara para que viera cómo los hombres muchas veces prometían lo que no iban a cumplir, sobre todo aquellos que siempre estaban tras un puesto político. Los futuros alcaldes hablaron de instalar agua potable y luz eléctrica donde no hubiera, de mejorar los servicios de alumbrado público en toda la ciudad, la basura ya no sería un problema porque bla, bla, bla, bla, bla. Es decir, prometieron hasta más no poder. Yo observaba que mucha gente se mostraba incrédula ante tantos ofrecimientos y esto se reflejaba en sus rostros, donde la sonrisa asomaba a cada momento. La multitud algo enardecida comenzó a gritarles una retahíla de frases mordaces llenas de comicidad. Cuando empezaron a aflorar los tomates y las cáscaras de naranjas y otras frutas que impactaban en el escenario, los contendientes se unieron en aquel momento para poner los pies en polvorosa. Cuando ya nos íbamos, mi abuelo me dijo: "Así son todos, hijo, prometen, prometen y nunca cumplen. El gato maullador, nunca es buen cazador".



MÁS SABE EL DIABLO POR VIEJO QUE POR DIABLO

(La larga experiencia lograda por los años vale mucho).

Mi nombre es Silvana Meza, y era una de las tantas niñas que la mayoría de las veces desobedecían lo que sus mayores les ordenaban. Y digo que "era", porque ahora siempre hago caso de lo que me dicen mis padres y abuelos. ¿Qué me hizo cambiar? Escuchen con atención lo que les voy a contar. Desde que tenía cinco años mi gran ilusión era que mis padres me compraran una bicicleta. Mis progenitores son de condición económica modesta, de ahí que para poder comprarme la bicicleta tuvieron que ahorrar durante mucho tiempo. Cuando cumplí los ocho años no pude contener mi emoción al ver que me regalaban la tan ansiada bicicleta. Era de color rosada como una bella rosa, de aquéllas que vemos en los jardines de las casas. Desde ese día acostumbraba salir a pasear al parque en compañía de mi abuelo, pues, según me decía él, hay mucha gente mala que se aprovecha de los niños indefensos para robarles sus bicicletas o sus pelotas de fútbol cuando ven que no están acompañados de un adulto. Cierto día mi abuelo se sentía adolorido, pues, había tenido fiebre la noche anterior por lo que el paseo al parque se interrumpió aquel día. Yo estaba muy triste. Por la tarde llegó mi amiga Chirrín en su bicicleta y me dijo que nos escapáramos, total nadie se daría cuenta y tendríamos tiempo de regresar sin que lo notaran. Aprovechando que mi abuelo dormía, cogí mi bicicleta y me fui con mi amiga. Recordar lo que pasó, aún ahora, después de dos años, me llena de tristeza. Dos desconocidos se nos acercaron y, después de darnos un empujón, huyeron velozmente con nuestras preciadas bicicletas. Aquella noche mi abuelo no cesaba de repetir: "Yo le advertía Silvanita pero no me hizo caso. Más sabe el diablo por viejo que por diablo". Recién, después de aquella amarga e ingrata experiencia, he llegado a comprender que los adultos poseen una gran experiencia acumulada por los años que es conveniente escuchar y tener siempre presente.



MÁS VALE PÁJARO EN MANO QUE CIENTO VOLANDO

(Aconseja no dejar las cosas seguras, aunque sean pequeñas, por la esperanza de alcanzar otras mayores que son inseguras).

Siempre he considerado a mi amigo Renzo un muchacho afortunado. Por eso cuando salió elegido para participar en un concurso de televisión donde habrían muchos y valiosos premios, no me extrañó que de los miles de inscritos fuera él el llamado por la fortuna. Ya en pleno concurso, llegó el momento en que Renzo había acumulado gran parte de los premios: una bicicleta, un televisor de colores, una licuadora, una máquina de coser y hasta una hermosa lavadora. Todos quienes lo acompañábamos no cabíamos de felicidad y satisfacción. Llegado el momento más emocionante, el animador le propuso cambiarle todo lo que había ganado hasta el momento por dos cajas, una de las cuales tenía las llaves de un automóvil último modelo. Todos los asistentes nos comíamos las uñas de nervios, pues, nos imaginábamos estar en el lugar de mi larguirucho amigo. ¡Se imaginan!, un hermoso y elegante automóvil marca Volvo, y rojito todavía. Nunca pensé que Renzo podría mostrarse tan sereno ante una situación así. Pero, ¡oh, sorpresa! Renzo dijo que prefería quedarse con los premios que ya había obtenido y no participar en la posibilidad de obtener el carro. Todos nos sentimos decepcionados, pues, compartíamos nuestras preferencias entre las dos cajas. El animador lo siguió tentando pero él se mantuvo en su decisión, como si alguien desde arriba le diera fuerzas para mantenerse firme. Fue entonces cuando el animador le dijo que si esa era su determinación, los organizadores del concurso la respetaban, pero para darle emoción al programa le pidieron que escogiera una de las dos cajas para ver que hubiera sucedido en caso de que hubiese aceptado. Renzo tomó la primera caja donde no estaban las preciadas llaves. Si aceptaba el trueque hubiera perdido todo lo que había ganado. La razón que Renzo expuso a todos los asistentes nos satisfizo. "Más vale pájaro en mano que ciento volando", dijo sonrientemente. Recién pudimos comprender que en aquellas palabras dichas por aquel querido amigo, había todo un mundo de sabiduría práctica.



EL PERRO DEL HORTELANO, QUE NO COME NI DEJA COMER AL AMO

(Se dice de los que no aprovechan las cosas ni dejan que otros hagan uso de ellas).

Mi padre estaba muy contento después de recibir su diploma de carpintero. Estudió durante dos años en un instituto y obtuvo excelentes notas, así como el aprecio de sus compañeros y maestros. Somos una familia modesta, de ahí que con mucho esfuerzo, mi padre, fuera comprándose las herramientas necesarias para instalar un taller en una pequeña habitación de nuestra casa. Un martillo, una garlopa, un formón, un serrucho y una tenaza fueron las primeras herramientas con que mi padre comenzó a hacer sus primeros trabajos para la calle. Había maquinarias de carpintería que eran muy costosas por lo que mi padre, con mucho sacrificio, tuvo que empezar a ahorrar con la finalidad de poder adquirirlas algún día. Un día, visitando a un hermano de mi padre, nos dimos con la sorpresa de que en casa de éste había un hermoso taladro eléctrico. Los ojos de mi padre se iluminaron porque desde hacía varios meses estaba ahorrando para comprarse uno, pues lo necesitaba para hacer muebles más sofisticados. Como mi tío es un hombre de posición económica holgada, llegué a pensar, y sin duda mi padre también, que se lo obsequiaría y no aceptaría el dinero que mi padre pensaba darle en parte de pago. ¡Qué tan lejos estaba yo de la realidad! Mi tío dijo que aquel taladro se lo habían dado por una deuda que le tenían pero que no le interesaba venderlo y que mejor permaneciera allí, en ese rincón del olvido donde seguro terminaría sus días, como un artefacto inútil. Cuando regresábamos a casa aquella noche yo no podía ocultar mi enfado al ver el egoísmo de mi tío para con su propio hermano. Mi padre, al verme tan triste y compungido, me consoló diciéndome: "No te preocupes, hijo mío, ya verás cómo dentro de poco podré comprar un taladro tan bueno como ése. Lamentablemente tu tío siempre ha sido muy egoísta, es como el perro del hortelano, que no come ni deja comer al amo. No va a usar el taladro ni deja que quien lo necesite lo use". Aquella noche calurosa, como todas las del verano, mi padre me llevó a comer helados. Aquella deliciosa bola de chocolate me borró el sabor amargo de la boca.



QUIEN CON LOBOS ANDA, A AULLAR APRENDE

(Debemos cuidarnos de las personas malas, pues, éstas tienen fuerte influencia para pervertir, para volver malos a los que son buenos).

Mi madre siempre iba a la escuela para preguntar a mi profesora cómo marchaba mi rendimiento y mi conducta. ¡Sabia preocupación la de mi madre! Mi aprovechamiento, sobre todo en lenguaje, era muy bueno y así se lo hizo saber a mi madre la profesora. Pero mi conducta no era muy buena que digamos, pues, según el director del colegio, yo andaba con algunos niños mayores que no gozaban de buena reputación ni estima. Niños acostumbrados a mentir, a faltar a la escuela para quedarse merodeando por los parques, a pelear constantemente sin razón alguna y sobre todo, a hablar palabras vulgares y soeces con una naturalidad que espantaba. "Cuide a su hijo, señora Haydeé Lago, recuerde siempre que quien con lobos anda, a aullar aprende", le dijo el director a mi madre. La verdad es que no entendí aquello de lobos y aullidos, pero algo tendría que ver conmigo, pensé, puesto que mi madre me prohibió que andará con esos chicos que según ella tenían "malas mañas". El tiempo pasó, terminé mis estudios secundarios e ingresé a la universidad donde actualmente estudio medicina. Hace pocos días, mientras leía el diario, me quedé pasmado al ver una noticia en las páginas policiales. Habían atrapado a una banda de ladrones que se especializaba en robar automóviles por los alrededores del centro de Lima, y ésta estaba encabezada por aquel muchacho que dirigía a aquel grupo de niños de "malas mañas" que mi madre me prohibió frecuentar cuando estaba en el colegio. Sólo ahora, en que ya soy un hombre de bien, me vienen a la memoria las palabras del director del colegio cuando manifestó a mi madre que me cuidara de andar con aquellos que ahora tendrían que pagar sus culpas con la sociedad. No lo dijo con esas palabras, pero al mencionarle que quien con lobos anda, a aullar aprende, lo estaba diciendo todo.



TANTO VA EL CÁNTARO A LA FUENTE, QUE AL FIN SE ROMPE

(El que repetidas veces se expone a situaciones peligrosas, termina por sucumbir en ellas).

En el verano acostumbrábamos ir a la playa de Punta Negra, playa que por lo común es de aguas tranquilas y con algunas olas grandes que los corredores de tabla hawaiana aprovechan para hacer sus piruetas y volteretas buscando impresionar a las lindas muchachas que asisten a las playas para lucir sus encantos. Aquel verano mis padres y hermanos preparamos unos olorosos y suculentos emparedados y dos galoneras llenas hasta el tope de una deliciosa chicha morada con lo cual pensábamos calmar el feroz apetito que deviene siempre después de dos chapuzones en el agua salada. Aquel día mi primo Javier se había unido a la comitiva a disgusto de mi padre y a insistencia de mi madre. Gran nadador, Javier pecaba de pedantería introduciéndose en el mar más allá de lo que la prudencia nos permite, de ahí que mi padre mostrara su desacuerdo en que aquel "delfín humano" nos acompañara, pues, él no quería correr el riesgo de que aquel muchachito impertinente nos aguara la fiesta en la que nadie lo invitó. En fin, muchas veces las madres saben imponer su criterio y la mía no fue una excepción. Ya en la playa, Javier se afanó en lucir su bienhadada musculatura y su destreza para cortar y sumergirse entre las olas, que aquel día, para nuestra mala suerte, estaban muy elevadas. Ante la amenaza de aquel mar tan picado, mi pobre padre echó a perder su día de descanso empecinado en perseguir a Javier recomendándole que no se introdujera tan adentro, pero él, o no escuchaba o le importaba un bledo los sabios consejos del tío. Como al mediodía, cuando el astro rey parecía abrasar al mundo, escuchamos los gritos de una multitud congregada a la orilla del mar. ¡Un ahogado, un ahogado!, gritaban aterrorizados. Un sólo nombre nos asomó a los labios quitándonos los emparedados de la boca: ¡Javier!, gritamos al unísono. Felizmente todo no pasó de un terrible susto y, aunque la tarde agradable que pensábamos pasar se frustró, Javier fue rescatado de las garras del mar y de la muerte gracias a la oportuna intervención de un valiente salvavidas. "Tanto va el cántaro a la fuente, que al fin se rompe, muchacho", le dijo mi padre a Javier. No lo he vuelto a ver, pero algunos amigos me han contado que sigue haciendo de las suyas.


HOMBRE PREVENIDO, VALE POR DOS

(Nos indica que aquel que obra con prevención lleva ventaja en cualquier empeño).

Todos los domingos, cuando la familia se prepara para partir al campo, mi padre comienza a renegar porque mi hermano mayor siempre demora la partida de la misma. Ricardo, que así se llama mi hermano, no sale de la casa hasta no estar seguro de llevar con él todo aquello que considera primordial para un paseo de esa naturaleza. Mi padre y casi toda la familia consideramos que muchas veces exagera en cuanto a lo que lleva consigo, como si se tratara de una mudanza más que de un paseo al campo. Pero el último domingo Ricardo nos dio una lección a todos de la cual hasta ahora nos sentimos avergonzados. Habíamos pasado un día maravilloso recorriendo los viñedos y los naranjales de una tía de mi padre ubicados cerca de la ciudad de Huaral. Como el sol aún era apremiante, mi padre sugirió que fuéramos hasta Chancay para bañarnos en la playa. Así lo hicimos y todos disfrutamos del agua salada y de aquel sol que doró nuestros cuerpos. Cuando ya habíamos preparado todo para iniciar el camino de regreso a Lima, mi padre se percató de que la llave del auto no estaba en ninguno de sus bolsillos. Búsqueda desagradable e infructuosa. De seguro la había extraviado en la playa, pensamos todos, así que, rastreando en la arena como sabuesos, iniciamos la inevitable pesquisa. Ya oscurecía y nosotros persistíamos en encontrar la llave a como diera lugar. Fue entonces que mi hermano extrajo de su bolso un manojo de llaves viejas e inservibles y comenzó a introducirlas en la cerradura del automóvil de papá. Cada vez que probaba una, todos depositábamos nuestra esperanza en aquel muchacho que había tenido la ocurrencia de portar un pesado manojo de llaves consigo. ¡Oh, felicidad! La puerta se abrió y todos estallamos en una algarabía indescriptible. Mi padre abrazó a nuestro héroe quien orgulloso de su hazaña se limitó a decir que el hombre prevenido, vale por dos. Desde ese día todos nos demoramos en salir de casa, pensando en todas las cosas útiles que podemos llevar con nosotros para un día de campo. Muchas veces el sol de mediodía todavía nos sorprende en nuestra búsqueda de "cosas útiles".



ZAPATERO A TUS ZAPATOS
(Los entrometidos deben limitarse a sus asuntos o a sus ocupaciones y hablar sólo de lo que verdaderamente conocen o entienden)

Rafael era un gran artista y un hombre de talento, que no sólo rehuía a las críticas sino que las aceptaba con gran humildad y era en este hecho, donde radicaba la grandeza de su arte.
-      Un hombre debe corregir siempre sus errores, decía, y más aún si es un artista, pues, de ahí estriba la perfección que su arte pueda alcanzar.
Y quien mejor podía juzgar las imperfecciones de una creación era el pueblo, pensaba este gran pintor, de ahí que gustara exponer sus cuadros en la vía pública: en los parques, en las plazas, en los mercados e inclusive en las calles más transitadas.
Proveído de un papel y un lápiz, trataba de pasar inadvertido entre la gente que observaba sus cuadros, tomando nota de cuanto se comentara sobre sus pinturas.
-      La opinión más simple puede ocultar una verdad muy grande, decía con toda humildad.
Cierta vez entre los curioso, observó a un zapatero remendón que miraba con detenimiento un cuadro, donde una graciosa muchacha vestida con una túnica púrpura y coronada de laureles, tañía una lira. La bella jovencita lucía unas graciosas sandalias se cuero repujado.
-      El cuadro es muy bello, dijo el artesano, pero hay imperfección en estas sandalias.
Y quienes lo escuchaban, lo oyeron dar una sarta de argumentos que sustentaban su opinión. Todos quedaron admirados al ver que un simple hacedor de zapatos diera tan acertados juicios.
Rafael, lejos de molestarse por el hecho, tomo minuciosas notas de aquellas observaciones. Durante muchos días y noches hizo y rehízo el cuadro hasta alcanzar un fino acabado.
Al poco tiempo, el zapatero volvió a aparecer y al ver que el cuadro había sido rectificado, se mostró tan envalentonado por lo que consideró que había sido una demostración de su talento, que empezó a disparar críticas a otros detalles de otros cuadros sin ninguna razón ni sentido.
Quienes lo escuchaban, más ignorantes que aquel atrevido zapatero, se quedaban admirados de sus juicios, aun cuando no entendían ni jota de lo que decía.
Y como la tolerancia tiene un límite, Rafael, que escuchaba atento los descabellados juicios, enojado y despectivo, encaró al artífice y le dijo:
-      Mire usted, presuntuoso, lo de las sandalias se lo acepto, pude haberme equivocado y quien mejor que usted para hacerme ver mi error, pero de ahí a aceptarle las tonterías que dice, eso ya es otra cosa. Zapatero a sus zapatos, señor mío, así que hágame el favor de callarse la bocota.
El zapatero, caído de su endeble pedestal, se perdió entre la gente disimuladamente.