GRATITUDES


En el Corán, Surat VIII 57-60, se lee… “Las peores bestias, ante Dios, son los ingratos, pues ellos no creen; (…) Dios no ama a los traidores”. Ya el Dante se lamentaba de la ingratitud en el exilio. En su Epístola XII, dirigida a su amigo Feruccio de Manetti Donati, el autor de la Comedia se lamenta de las indignas condiciones que las autoridades florentinas exigían a los desterrados para regresar a Florencia. ¿Es ésta la graciosa revocación con que es llamado a su patria Dante Alighieri, que ha sufrido exilio durante casi tres lustros? ¿Esto ha merecido su inocencia a todos manifiesta? ¿Esto el trabajo continuo y el estudio? (…) ¡Lejos esté de un hombre que predica la justicia que, habiendo padecido injurias, pague de su dinero a quienes le injuriaron como si fuesen [ciudadanos] beneméritos! (…) No es éste padre mío, el camino de vuelta a la patria (…) Jamás entraré en Florencia.(…) seguro estoy de que no ha de faltarme el pan”.


La ingratitud golpea el corazón de todos; en algunos, aquellos de sensibilidad adusta, la herida se escara en poco tiempo; en otros, esas llagas permanecen imborrables a través de los años, como una ortiga amarga que de vez en cuando hinca nuestra memoria con su hiel ponzoñosa. No he sido ajeno a estos golpes, he recibido muchos y de gran calibre, pero, a pesar de ello, nunca he cerrado la mano a quien me la ha solicitado.


Quiero expresar mi gratitud a tres personas que han hecho posible la creación de este blog, libro de la modernidad que me permite llegar a un gran número de lectores que se resisten a vivir en las sombras de la ignorancia, esa asesina de mentes libres que durante mil años esterilizó el pensamiento del hombre medieval. “Nada hay más espantoso que una ignorancia activa”, sentencia Goethe.


Mi agradecimiento a Tatiana Vega Valencia, que tuvo la paciencia y la tenacidad, propia de su juventud, para batallar durante tres arduos años entre manuscritos, apuntes, fichas y estantes abarrotados de libros para poder consolidar en la computadora, parte del trabajo intelectual que me ha ocupado por más de cuarenta años; ella también es la responsable de un gran número de fotografías que conforman este blog.


A Sergio Villanueva Valdivia, inquieto, creativo y generoso como una mano extendida hacia el cielo, quien fue el gestor de este blog, fue él quien me impulsó (tan reacio yo) a entrar al mundo de la informática (así podrás llegar a un gran número de lectores) me dijo una tarde de esas en que la amistad se reviste de fraternidad y cariño inefable.


Por último, a Milagros Mora, quien hasta hoy, cual empecinado Sancho quijotesco, me acompaña en esta cruzada cultural con la que sueño día a día. Sus frecuentes desvelos y trasnochadas hacen posible que semana a semana se incrementen las páginas de este blog. Sus palabras de aliento, su amistad inmarcesible y, hasta sus frecuentes regañinas, levantan mi ánimo cuando me siento oprimido por este mundo de modernidad asfixiante, por este acontecer tan ajeno al de mi niñez tan llena de aventuras y ficciones que en mi mente introdujeron hombres como Salgari, Dumas, Verne o Dickens y otros tantos creadores de historias, verosímiles o inverosímiles, que hasta hoy perduran en mi vida.


Wolfsschanze, marzo 27 del 2011.


Guillermo Delgado.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

LIBRO EL POZO DE LA FORTUNA


      
           
                                            Para Paula Mariño de Escudero,
        retén de calma y atenciones
       entre el mar y el cielo.
      

       ÍNDICE

·         La luciérnaga vanidosa y la mariposa azul

·         Mañana temprano

·         La paja en el ojo ajeno

·         Los gatos

·         El sol, las nubes y el firmamento

·         El sapo adivino

·         Los lobos

·         Los ladrones

·         El príncipe y las campesinas

·         El hortelano

·         Gato, perro y sapo

·         Las máscaras

·         La justicia del gorila

·         Amor de monos

·         Las leonas y el jabalí

·         Dos perros y un pollo

·         El rostro que se refleja en el agua

·         Los ajedrecistas

·         El pozo de la fortuna

·         La hija del joyero

·         El Mar y el Sol





LA LUCIÉRNAGA VANIDOSA Y LA MARIPOSA AZUL

Se lamentaba una luciérnaga sobre el hecho de tener que permanecer en tierra cuando era dueña de una  luminosidad digna de figurar al lado de cualquier estrella.


-      Ya me cansé de estar aquí, rodeado de tantos bichos inútiles que no poseen ninguna belleza.  Esta misma noche me marcharé para estar con mis hermanas las estrellas.

Una pequeña mariposa azul que pasaba por ahí, al escuchar sus lamentos, le dijo:

-      Si la naturaleza te ha dotado de aquella hermosa luz que posees, deberías ser más humilde para con aquellos que carecen de tan bello ornamento en vez de ir despotricando por todos los lugares que transitas.  Y ten cuidado amiga, pues aquella luz de la que tanto te jactas, puede convertirse en tú peor enemiga.


Lejos de entender la advertencia de la mariposa azul, la luciérnaga emprendió aquella noche su descomunal vuelo hacia el cielo.  Su luz brilló como nunca, lo cual no hizo más que aumentar su soberbia.


Un murciélago  que volaba por allí, percibió las vibraciones producidas por el intermitente insecto que se elevaba más y más, y sintió que había llegado la hora de comer.  Todos aquellos bichos que tanto había despreciado, vieron desaparecer a la pobre luciérnaga, como si alguna mano extraña hubiera apagado un foco.




MAÑANA TEMPRANO

Viendo que el árbol en que habitaba se hallaba en completo abandono, una pequeña ardilla decidió poner fin a aquello, para lo cual habló con una liebre que dormía al pie del árbol.


-      ¡Buenos días, señora liebre!, dijo muy animosa la ardillita.  Creo que ha llegado la hora de que unamos nuestras fuerzas para hacer que nuestro árbol luzca mejor., ¿no le parece?


La liebre, quien a pesar de lo avanzado de la mañana aún dormía, lanzó un sonoro bostezo y contestó mientras se estiraba.


-      Me parece muy buena idea, lo único que le pido es que empecemos mañana, pues, tengo un ligero dolor en las patas que me aqueja desde hace días.


La ardilla se acostó aquella noche con la ilusión del arduo trabajo que le esperaba al día siguiente.  Pero grande fue la sorpresa  que se llevó la ardilla cuando amaneció.  La liebre había tomado sus cosas y se había marchado.

-      ¡Vaya, vaya! , dijo la ardilla, qué bueno está eso de cambiar de casa para no arreglarla.


La ardilla trepó al árbol y cerca de la copa encontró a un mono; este había hecho su cama con hojas de plátano.

-¡Cómo está, señor mono!, veo que ha dormido plácidamente, canturreó la ardilla buscando congraciarse con su vecino.

-      Así es, respondió el mono!, estoy lleno de entusiasmo.

-      Eso está bueno, dijo la ardilla.  Necesito que me ayude a limpiar nuestro árbol, pues, está muy descuidado y debemos asearlo para que se vea bien, no cree usted.


El mono despertó del todo, torció los ojos como si le hubieran pisado la cola y, carraspeando, bruscamente dijo:


-      ¡Hem!  ¡Hem!  Me gustaría ayudarla, pero en este momento debo ir en busca de unos platanitos que un primo quedó en obsequiarme, le doy mi palabra que mañana temprano estaré a sus órdenes.


La ardilla saltó de emoción, la alegró sobremanera encontrar alguien que la apoyara en su labor.


Al otro día la ardilla encontró la cama del mono con indicios de que no había pasado la noche allí.  El ocioso se había marchado para no tener que trabajar en el árbol en el que tanto tiempo había habitado.


-      Bueno, es obvio que a nadie le interesa trabajar en el arreglo de este arbolito, dijo la ardilla.  En vano he confiado en ese par de holgazanes.  Mañana me levantaré más temprano que de costumbre y estoy segura que sola podré hacer el trabajo.




LA PAJA EN EL OJO AJENO

Estaba un pájaro carpintero educando a sus hijos en la pericia de volar, cuando el paso de una multitud de hormigas los hizo cambiar de ramas.


-      Es intolerable que uno se vea incomodado a cada momento por culpa de estos insectos que todo el día se la pasan transportando hojas.

Al rato una cigarra comenzó a cantar:

-      ¡Bah!, no faltaba más.  Ahora le tocó el turno a esa antipática cigarra que lo único que sabe es producir ese ruido estridente y monótono.

Un búho que lo observaba se limitó a refunfuñar.  Los polluelos del carpintero, se hallaban entusiasmados con las enseñanzas que su padre les daba. En uno u otro momento el carpintero exageraba un poco al narrar sus hazañas, pero en general, se esmeraba en la educación de sus pequeños.

Al rato un perezoso se descolgaba de una rama cercana adonde se hallaba el pájaro y sus hijos.  La necesidad de alimentarse lo había sacado de su largo letargo.


-      ¡No puede ser!, gritó en tono alarmante el picudo.  Sólo nos faltaba eso.  Que este zángano de cuatro patas con cara de tonto nos viniera a interrumpir.  Justo ahora en que estaba en la parte más importante de la educación de mis pequeños.


El perezoso hubo de soportar la interminable reprimenda del carpintero durante más de media hora; casi toda su cena se la pasó el animal sobrellevando la injusta represalia del ave.  Ya entrada la tarde, el pájaro carpintero regresó a su nido seguido de su familia.  Grande fue su sorpresa al notar que unos cuervos habían ocupado su nido.


Viendo que aquellos pájaros negros eran más grandes que él, el carpintero tuvo que buscar otro árbol donde construir un nido nuevo.  Dio la casualidad que el árbol escogido era el mismo en el que anidaba el búho que horas antes lo había escuchado renegar por las hormigas, la cigarra y el perezoso. El fuerte ruido producido por el pico al contacto con la madera, sacó de su placentero sueño al señor búho.


-      ¡Ajá!, dijo el ave nocturna, con que ahora es nuestro amiguito picolargo quien viene a interrumpir y a molestar con su martilleo incesante.


El pájaro se sintió incómodo por aquellas palabras, sobre todo por su prole ahí presente, pero comprendió el error que había cometido al criticar a los otros animales y desde ese entonces, aprendió a ser tolerante.




LOS GATOS

Aturdido por los maullidos de unos gatos techeros un anciano decidió exterminarlos, para lo cual se compró una carabina; pero la astucia de los felinos superó las expectativas del incipiente cazador que sólo logró acertarle al aire y a algunas bombillas del alumbrado público.

Cansado de su fracaso, el viejo tiró el arma a la basura y decidió olvidarse de los gatos.

Tiempo después, el anciano recibió de regalo un bello gato de angora, quien no tardó en volverse su engreído.  Lo miró y lo alimentó hasta engordarlo considerablemente.  Los gatos techeros babeaban cuando veían al angora comer tan desaforadamente mientras que ellos a duras penas lograban alimentarse de algún ratón casero o con algún hurto nocturno obtenido de alguna casa donde el dueño había dejado alguna puerta o ventana abierta por descuido.


-      Oye, peludito, díjole un gato techero al gato de angora.  Porqué no nos obsequias la comida de ese plato si es que no la vas a comer.


El gato lo miró con extrañeza, pero no tardó en alcanzarle la comida sobrante.


Así sucedió muchas veces, hasta el día en que el anciano murió y el pobre angora se vio lanzado a la calle por haberse quedado sin casa


-      No te preocupes angorita, le dijo el gato techero, yo te  enseñaré a ganarte la vida como sé hacerlo yo.


El angora se sintió emocionado y se deshizo en agradecimientos.


-      No tienes nada que agradecerme, amigo, simplemente retribuyo lo que hiciste por mí.


Al poco tiempo aquellos gatos se hicieron amigos inseparables, hasta el día en que ambos se enamoraron de sendas gatitas y cada uno formó un verdadero hogar.




EL SOL, LAS NUBES Y EL FIRMAMENTO

Una mañana, cuando el firmamento aún no había terminado de desperezarse, se escucharon unos quejidos que amenazaban con remover los  planetas de sus órbitas.

-      ¿De quién serán esos gimoteos que rompen la tranquilidad del amanecer?, preguntó el Firmamento a la Luna.

-      Vienen de por allá, contestó el planeta Marte, dejando a la Luna con la respuesta en la boca.

El Sol, brillando en gran forma, se lamentaba y reclamaba escandalosamente:

-      Apártense de ahí, inoportunas, no ven que no me dejan ver hacia la tierra.  No saben que los hombres, los animales y las plantas necesitan de mis rayos.

Las nubes ni se inmutaron ante los lamentos y los reclamos del rey de los astros que iban subiendo de tono según iba transcurriendo el día ya que a medida que el tiempo pasaba tendría que ocultarse para dar paso a la noche.

Colérico como estaba, el Sol trataba en vano de deshacer aquellas manchas de algodón cuyo desplazamiento se volvía más lento, como para incomodar a aquella bola de fuego.

-      No te pongas así, amigo, esas caprichosas nubes sólo buscan entretenerse contigo.  Debes ser paciente, pues, pronto desaparecerán cuando se conviertan en lluvia.

-      ¿Cómo?, interrogó el Sol asombrado.

-      Sí, dijo el Firmamento.  ¿Acaso no sabes que ellas tienen una vida breve y que por eso buscan divertirse lo más posible mientras viven entre nosotros?

El Sol tartamudeó y se  puso más colorado que una remolacha.

-      Vaya, creo que he sido injusto con ellas.  He vivido tantos años que ya ni los recuerdo y me quejo de estas pobres infelices que quizá vivan sólo unos días.

-      Gracias amigo por sacarme de esta ignorancia que me llevó a juzgar mal a las nubes y a portarme como un egoísta.

A partir de ese día el Sol fue más sabio y comprensivo.  Había descubierto que a pesar de la inmensidad luminosa que tenía, aún albergada dentro de él muchas tinieblas propias de la ignorancia.




EL SAPO ADIVINO

En un bosque frondoso y lejano habitaba un sapo ambicioso que se había propuesto quitarle el trono al viejo león.  Recurriendo a engaños y artimañas, el sapo hizo creer a todos los animales del lugar que poseía el don de la profecía.

Su fama creció tanto que el león decidió un día consultarle cómo lo encontraba de salud.  El sapo no perdió la oportunidad para sacarlo del medio.

-      Lo encuentro a usted muy grave, mi querido soberano.  A lo más le doy tres meses de vida, le recomiendo que vaya usted buscando un sucesor.

El rey entristeció y sólo atinó a decir:

-      Si con tu ciencia logras que mis últimos días no sean tan dolorosos te nombraré heredero del trono.

Estas últimas palabras fueron mágicas para el oído del sapo, quien veía así coronado su plan.  El león languideció y en poco tiempo era un despojo de lo que había sido.  Pero un día se presentó ante el rey la serpiente, a quién desde hacía mucho tiempo se le hacía agua la boca por tragarse al sapo.

-      Yo tengo la solución a su problema, majestad, dijo la serpiente.

De inmediato mandaron llamar al sapo, quien creyendo que había llegado el momento de su coronación, se presentó presuroso.

-      Dime sapito, interrogó la serpiente ¿Por qué estás tan seguro de que el rey va a morir?

-      Mi ciencia no se equivoca, contestó el sapo lleno de soberbia.

La serpiente lo miró fijamente y luego le preguntó:

-      ¿Y tú cuánto vivirás según tu ciencia?

-      Eso es muy fácil de saberlo, yo aún viviré muchísimos años.

-      ¿Así?, dijo la serpiente, pues, eso lo veremos.

Ni bien terminó de hablar la serpiente cuando con un rápido movimiento se engulló al sapo.

El rey, sabio como era, entendió con ese hecho que el sapo no era más que un pequeño truhán.  A partir de ese día, la serpiente se convirtió en consejera del rey león.




LOS LOBOS

Tras perseguir a un ciervo, un lobo gris quedó con una de sus patas delanteras en muy mal estado.


-      Está quebrada, dijo el lobo negro que dirigía la manada lobuna.

A partir de ese fatal día, el lobo gris se limitaba a correr tras los otros lobos que iban de caza y a esperar que por ahí quedara algún trozo de presa con que alimentar su ya enflaquecido cuerpo.  El lobo negro lo miraba con desprecio, lo cual hacia que el pobre animal se sintiera cada día más humillado.


Llegó el día en que no pudo soportar más aquella situación y, llegado a un barranco, se lanzó hacia el abismo.  El lobo negro sonrió, y lleno de soberbia, se marchó seguido por los otros lobos.

Pasados los años, estando de cacería, el lobo negro sintió que ya no podía dar alcance a los ciervos con la misma facilidad conque lo había hecho años atrás.  Había envejecido al punto que era uno de los últimos en disfrutar de la presa que el grupo cazaba.

Un día se sintió tan cansado que ya no podía ni correr.    Una noche notó que el lobo blanco que comandaba la manada lo miraba de una manera extraña que lo hacía recordar otros tiempos. 

Una mañana, el lobo blanco se acercó a él y en su mirada vio el desprecio y la soberbia con que en otro tiempo él había mirado al lobo gris.  Una largo aullido se hundió en las profundidades del abismo en donde tiempo atrás había sucumbido el otro lobo.



LOS LADRONES

Un ladrón entró en una casa pero no encontró nada de valor para llevarse, salvo una caja fuerte, pero como era muy pesada, ni siquiera pudo moverla.


-      ¡Diablos!, dijo, cómo pesa esta cajita.


Agotado y desanimado, el hombre abandonó la casa y fue en busca de un amigo que en otro tiempo había sido ladrón, pero que ahora estaba retirado y decía haber tomado el buen camino.


Con engaños, el ladrón llevó  al amigo hasta la casa donde se hallaba la caja fuerte, haciéndole creer que era su casa.


Ya adentro el ladrón le mostró la caja fuerte.  Los ojos del amigo se encendieron como en los viejos tiempos.


-      Debe haber una gran fortuna ahí dentro, dijo el amigo.

-Claro que sí, pertenece a un hombre muy rico, al igual que esta casa.


El amigo se dio cuenta del engaño, pero tentado por aquel botín se apresuró a ayudar al otro.


-Pero ojo, amigo, vamos a medias con lo que hay adentro.


El ladrón se sonrió y dijo socarronamente:


-Siempre he dicho, mete un zorro en el gallinero y tendrás pollo para la cena.




EL PRÍNCIPE Y LAS CAMPESINAS

Aburrido de la vida de soltero que llevaba, un joven príncipe pensó que había llegado el momento de ponerle fin a su soltería.

-      ¿Pero cómo haré para escoger la mujer que más le conviene a mi carácter y a mi forma de ser?

La respuesta se la dio su hermana.

-      Me alegro que hayas tomado tan sabia decisión, hermano mío, creo que ya era tiempo  de que sentaras cabeza y pensaras que una mujer es la mejor compañía de un hombre, y ni qué decir, luego vendrán los niños y...

El príncipe la interrumpió sabiendo lo habladora que era la muchacha y él estaba impaciente por saber cómo tenía que hacer para escoger esposa.


Luego de discutir durante varias horas, ambos hermanos partieron al día siguiente, cuando comenzaba a despuntar el alba.  Después de varias horas de cabalgar, llegaron a una posada donde se hizo correr la voz de que el príncipe elegiría esposa.

Fue la hermana, quien conociendo al príncipe, seleccionó entre la gran cantidad de  muchachas que pretendían ser elegidas a las que se acercaban al carácter de su hermano.  Sólo quedaron cuatro las cuales fueron invitadas a comer a la casa del joven monarca.

Terminada la cena, tal como lo había acordado con la hermana, el príncipe colocó en el centro de la mesa una hermosa sortija de brillantes.  Luego dijo:

-      La que se crea merecedora de esta sortija, que la tome y que se la coloque en el dedo.

La primera de ellas dijo:

-      Yo haré que tu castillo esté siempre limpio, pues no permitiré que la servidumbre holgazanee.  Látigo en mano los mantendré a raya.

Terminando de hablar, la mujer se dispuso a tomar el anillo, pero la segunda la detuvo:

-      Un momento.  Si hay alguien que merezca esa sortija soy yo.  Nadie como yo, príncipe, para mandar en la cocina.  Obligaré a las cocineras que me traigan las verduras más frescas y las carnes más tiernas para que te preparen los mejores manjares.

Luego habló la tercera muchacha.

-      Ninguna como yo para decorar este castillo, querido príncipe, mi buen  gusto os complacerá de seguro.  Compraré las mejores sedas para que las costureras que contrataré cosan las más bellas cortinas, manteles y todo lo que haga falta.  Confía, príncipe, en mi buen gusto.

Las tres muchachas se abalanzaron sobre la mesa en busca de la preciada gema, pero el príncipe fue más rápido y la tomó entre sus dedos.

-      Un momento aún falta ella, dijo el monarca señalando a una delgaducha muchacha de rizos rubios y ojos caramelo.  Con voz tímida y frotándose las manos en señal de nerviosismo, dijo la muchacha con voz casi inaudible:

-      Yo no tengo para ofrecer más que mi amor sincero.  Veo que hay aquí mucho trabajo por hacer.  Decorar las paredes, arreglar manteles, limpiar por aquí y por allá y, por si fuera poco, atender a los niños cuando vengan.  No permitiré que nadie cocine los alimentos que tú y yo comeremos, eso lo haré yo, ya que como mujer me corresponde.  Pero por otro lado, tú deberás ayudarme con el trabajo de la casa así como en la crianza de los niños.

Después de un largo discurso en el que la muchacha recordó al príncipe los deberes de un hombre para con su esposa, sus hijos y su hogar, concluyó:

-      Si no estás dispuesto a compartir tu vida conmigo en los términos que te he expuesto, creo que nos equivocaríamos uniéndonos en matrimonio.

El príncipe se sonrió y, tomando el anillo, lo colocó en el dedo de la muchacha.  La hermana se sintió feliz, pues, se daba cuenta de que las otras pretendientes sólo buscaban hacerse de un marido rico y de eso se había dado cuenta su hermano.  A los pocos días el príncipe se casó con la campesina.




EL HORTELANO

Vivía en un próspero valle andino un viejo hortelano que era muy querido por todos quienes habitaban por el lugar.   El viejo Matías, que así se llamaba el hortelano, era un hombre muy rico y generoso.

-      ¿Quién no había encontrado una mano bondadosa cuando la necesidad lo requería?  De ahí que la preocupación del hortelano era que a su muerte sus hijos no fueran como él había sido.  Debido a esa inquietud y viendo que sus años ya estaban pesando sobre sus hombros, decidió un día ponerlos a prueba.  Para ello fue a la casa de cada uno de sus cuatro hijos y les dijo:

-      Toma, Pedro, estos seis huevos para que en caso de que algún hambriento toque a tu puerta, tengas conque satisfacer su hambre.

Luego marchó a casa de Raúl.

-Toma, hijo, este maíz para que en caso de que algún necesitado lo requiera puedas prepararle una torta conque calmar su hambre.

Y el hortelano entregó al hijo una pequeña talega de maíz y se encaminó a casa de Ernesto, el mayor de todos.

-      Aquí te he traído estos cinco panecillos por si alguien acude a tu puerta en busca de alimento.

El último en ser visitado por el padre fue Ramiro, el menor de sus cuatro hijos.

-      Estos higos, dijo el viejo Matías poniendo en manos del muchacho cinco higos frescos, son para que puedas atender el llamado de algún necesitado.

Al día siguiente, ya de noche, el padre, disfrazado de mendigo, visitó la casa de los cuatro hijos, a cuyas puertas llamó pidiendo alimento.  Al poco tiempo, el viejo Matías murió, dejando todos sus bienes a Ernesto.  Detrás de la casa del viejo Matías  una pequeña canasta, la misma que había llevado la noche aquella en que tocó la puerta de sus hijos pidiendo ayuda, descansaba sobre una mesa de madera.  Cuando Ernesto vació el contenido de la misma, comprendió por qué su padre le había dejado todos sus bienes.  En la canasta había cinco panecillos.




GATO, PERRO Y SAPO

Paseábase un gato por los techos de las casas cuando sintió unos ladridos que venían de un patio.

-      ¡Qué haces ahí!, gritó el perro enfurecido.  No sabes que soy dueño del mundo y que todo lo que ven tus ojos me pertenece.

El gato lo miró sorprendido y luego comenzó a reír.

-      Debes estar loco, amigo  ¡Dueño del mundo!  ¡Ja, ja, ja!

Como el perro seguía ladrándole, el gato le increpó:

-      Si prometes no atacarme bajaré y te demostraré lo equivocado que estás.

El perro aceptó.  El gato bajo la tapia y dijo:

-      ¿Cuántas estrellas ves en el cielo? 

El perro contó las estrellas que veía, fueron veintidos.

Y así el gato llevó al perro hasta el pozo que había en el patio.  Como ahí vivía un sapo, el gato le preguntó:

-      Dime sapito, ¿puedo bajar?

-      No, yo soy el dueño del mundo.

-      ¿Cuántas estrellas hay en el mundo, sapito?

-      Eso es fácil saberlo, cinco lindas y brillantes estrellas, contestó el sapo.

El perro se quedó pensativo.  El gato le susurró al oído:

-Ahora me entiendes amigo; las paredes del pozo no lo dejan ver más allá.  Igual te sucede con los altos muros que rodean este patio.

Días más tarde, el perro, ante un descuido de su amo, escapó de aquella casa donde comenzó a sentirse prisionero.  Días más tarde el astuto gato apareció maullando una mañana y no tuvo dificultad en calmar la tristeza del dueño de la casa producto de la fuga del perro.

A partir de ese día, el gato engordó enormemente y no tuvo el menor inconveniente en hacer salir del pozo al sapo curioso.

-Quién se sienta en el fondo de un pozo a contemplar el mundo lo verá pequeño, sapito, y tú lo vas a ver más pequeño todavía.

Dicho esto, el gato se engullo al sapo.




LAS MÁSCARAS

Viendo que los precios de las aves subían en los mercados a precios astronómicos, un hombre decidió criarlas en su propia casa.

-      Sabes mujer, dijo un día a su esposa, a partir de hoy criaré gallinas las cuales destinaré a nuestra mesa.

-      No es mala idea, contestó la mujer muy animada.

El hombre acondicionó el patio de su casa con comederos y bebederos,  pero no construyó corral alguno.

-      Te aseguro que en libertad crecerán mejor, dijo a su mujer justificando la ausencia de mallas.

Pasó el tiempo y las aves crecieron sanas y pechugonas.  Tanto las mimaba que lo perseguían a todas partes revoloteando entre sus piernas.

-      Sabes qué, mujer, dijo el hombre blandiendo un cuchillo en la mano, se me rompe el alma de sólo pensar que les cortaré el pescuezo.

Y así transcurrieron los días y el hombre regresaba cuchillo en mano a donde estaba su mujer con la misma excusa de siempre.  Una mañana, estando en el patio y con las gallinas persiguiéndolo, el hombre le dijo a su mujer:

-      Compraré una máscara y así no me reconocerán cuando les clave el cuchillo en el cogote.  No tengo el valor para que vean que yo fui su verdugo.

Al día siguiente, con el rostro enmascarado y el cuchillo firmemente sujeto en la mano, el hombre entró al patio en busca de sus víctimas.  Gran sorpresa se llevó al ver que todas las gallinas ocultaban la cabeza tras las hojas de un pequeño arbusto. 

El hombre movió la cabeza de un lado a otro y entró en la casa.

-      Si la gente acostumbra tener como mascotas perros o gatos, pues, yo tendré gallinas.




LA JUSTICIA DEL GORILA

Discutiendo estaban un chimpancé y un orangután sobre la copa de una árbol por unos racimos de fruta, cuando un gorila asomó la cabeza entre unos arbustos y les increpó:

-Hasta qué hora van a lanzar esos horribles aullidos que no me dejan descansar.

Ambos se callaron, pero al poco rato continuaron con la discusión.  Muy enfadado, el gorila les ordenó que bajaran sino les daré una zurra y tumbaré este árbol”.  Temerosos, chimpancé y orangután descendieron llevando cada uno un racimo de uvas.

-      Se puede saber por qué tanto alboroto, preguntó el gorila.

El chimpancé explicó que la disputa era por los racimos.

-      A mí me parece que uno de los dos tiene más uvas que el otro, se quejo el orangután y él quiere decidir primero con cuál de los racimos se queda.

-      Seamos equitativos y que no discuta más, dijo el gorila.  Si de justicia se trata nadie hay como yo para impartirla.  No se hable más y vengan acá esos racimos.
El gorila comenzó a pesar uno y otro racimo, fruncía el seño y no quedaba satisfecho con ninguna combinación.

-¡Bah!, gruñía el gorila.  Y continuaba sopesando ambos racimos.

-      Veamos, si sacamos una uvita de aquí y otra de acá pareciera que ya comienzan a igualarse.

Cada comentario del gorila iba acompañado de una uva menos en los racimos y de un “Que delicia”.  Los afectados veían como aquel justo juez se iba engullendo un gran número de granos.  El gorila, extasiado por el dulzor de aquellas uvas, sacaba un grano de aquí y otro de allá, dando la impresión de haberse olvidado el papel de juez que estaba representando.  Vanos fueron los esfuerzos del chimpancé y del orangután por detenerlo.

Mientras se lamía y relamía los dedos que le habían servido de pinzas para arrancar las uvas, el gorila entregó a cada uno de los querellantes los vástagos pelados de los racimos.

-      Ahora no podrán quejarse, a ambos les corresponde lo mismo, dijo el gorila y se marchó.





AMOR DE MONOS

Subido a la copa de un árbol se hallaba un mono preguntándole a una mona si lo quería.

-      Tienes algún fruto para invitarme, preguntó la mona.

El mono negó con la cabeza.

-      Pues, entonces nada siento por ti.

Al verse despreciado, el mono se dejó caer desde lo alto buscando quitarse la vida, pero con tan mala suerte que cayó sobre unas lianas rebotando fuertemente.

Fue así como fue a parar a otro árbol cuyos frutos abundantes apaciguaban su tristeza.  Hasta allí se llegó la mona y díjole al mono:

-      ¿No me vas a preguntar si te quiero?

El mono, viendo la codicia de la mona, le dio un empellón y la arrojó al vacío.

Mientras la mona caía, el mono se puso a cantar:

Codiciosa de frutos
eres monita mía,
y pretendes alimentarte
sin ningún trabajo,
 y sólo ahora que tengo fruta
me ofreces tus caricias mimosas,
y por eso de cabeza
aterrizarás abajo.




LAS LEONAS Y EL JABALÍ

Estaban dos leonas de caza cuando avistaron a un jabalí cuyos colmillos se habían quedado trabados en el cuenco de un árbol añoso mientras los aguzaba.

-      Estamos de suerte, amiga, dijo la leona más esbelta.  Lo único que debemos hacer es darle una mordidita en el pescuezo y ponerlo aquí, concluyó  la leona señalándose la panza con una pata.

El jabalí daba coces y en su desesperación sus colmillos fueron asiéndose más y más el árbol.  El cerdoso animal fue sujetado fuertemente por las fieras.

-      Nobles animales, dijo el capturado, recurro a vuestro gran corazón para que me perdonéis la vida, pues, soy padre de seis jabatos que con su madre esperan en la madriguera a que les lleve el diario alimento.

Cuando escucharon lo de los jabatos las leonas afinaron el oído, pues, eso significaba la posibilidad de saborear carne suave y tierna.

-      ¿Y dónde queda la madriguera aquella?, preguntó la leona esbelta.

-       Detrás de esa roca que está allá, al pie de una  encina.   La  cueva es muy profunda, pero es segura.

La leona más joven miró a la leona esbelta con una sonrisa cómplice.  Luego habló:

-Nosotras también somos madres y comprendemos su situación, así que te dejaremos libre.  Mientras mi amiga te ayuda a zafar tus colmillos yo iré hasta tu madriguera para hacerle saber a tu familia que te encuentras bien

Desde ese momento el jabalí, quien ya había liberado sus colmillos, sabía que debía actuar rápido, su vida peligraba ahora que la otra leona había marchado en busca de su familia.

-      ¡Qué!, gritó el jabalí, tu amiga es una bandida, ya estará dando cuenta de mis críos, nos ha engañado a ambos reservándose la carne más joven.  ¡Grandísima bribona!

La leona pegó un salto y estiró el cuello para atisbar mejor a su compañera. En ese instante el jabalí arremetió en los cuartos traseros de la leona con tal fuerza que esta murió al instante.  Luego fue en busca de la leona más joven quien infructuosamente sacaba y sacaba tierra de una madriguera donde no había nada.  La leona joven murió igual que la otra.  El jabalí vio por última vez la madriguera en que había vivido solo durante muchos años y pensó que ya era tiempo de formar una familia.  Luego se marchó.




DOS PERROS Y UN POLLO


Dos perros caseros se relamían la boca a causa del olor que salía de la cocina.

-      Parece que están cocinando un rico pavo, dijo el más viejo de los canes.

-Estás loco, ese olor es inconfundible, es un rico pollo que allí hornean, dijo el más joven.

Al poco rato se escuchó un portazo y la cocina quedó libre de todo cuidado.

-      Bien, amigo, averigüemos si se trata de un pavo o de un pollo, dijo el perro viejo.

-      Pues, allá vamos, contestó el otro.


Ya en la cocina, sin dificultad alguna, los perros sacaron del horno un pequeño lechón.


-      Este pollo es medio raro, dijo el viejo perro, a mí me parece más un pavo.

-      Para salir de dudas le daremos una mordidita, contestó el otro.

Y así entre mordidita y probadita, los perros se tragaron el lechón dejando sobre la fuente unos cuantos huesos relamidos que, por lo ahítos que estaban, no terminaron de comer.

-      Oye, viejo, dijo el joven perro, me parece que no era pavo ni pollo, sino carnero.

- Estás loco, amigo, éste es el gallo más tierno y jugoso que he comido en mi vida, contestó el perro viejo.

-      ¡Bah!, por último qué importa qué animal haya sido, si a fin de cuentas estuvo delicioso y ya está en nuestras panzas, dijo el perro viejo.


Horas más tarde, la dueña de la casa regresó y los encontró durmiendo la tragazón.  A palos los echó de la casa.  Lo último que escucharon fue que la mujer se quejaba gritando “perros infelices, se han comido mi cabrito”.





EL ROSTRO QUE SE REFLEJA EN EL AGUA

“El espejo quebrado en que Narciso a sí mismo se bebe y no se sacia”

OCTAVIO PAZ

I

En un pueblo habitaba una bondadosa mujer que todas las mañanas, muy temprano, salía de su casa con una cesta cargada de frutos y se adentraba en el bosque para darle de comer a todos los animales que encontraba en su camino. Como la pobre mujer no podía tener hijos, se sentaba al pie de un olmo a contemplar los animales, como buscando llenar lo que consideraba una vida estéril.  Un día se acercó al lago a darle de comer a los peces.

-      ­“Ellos también son criaturas de Dios y merecen ser alimentadas”,  se dijo la mujer.

Una tarde, mientras el esposo de la mujer recogía ramas secas cerca al lago, vio que una luz brillante emergía del agua en dirección al cielo.  Llamado por la curiosidad, el hombre se acercó a la orilla y escuchó una voz:

-      Tu mujer es un ser muy generoso, todos los días viene a darle de comer a los peces que habitan en mis aguas y por ello, te he de dar una gracia, la que tú pidas.
El hombre se quedó estupefacto, pero de inmediato dijo:

-      Nada me haría más feliz que mi mujer me diera un hijo, pero eso es imposible, pues, Dios ha hecho de su vientre un campo estéril e infecundo.

-      No te preocupes, dijo la voz has que tu mujer venga a bañarse en mis aguas durante  siete días.  Dile que cuando la luna refleja sus rayos en mis aguas  se sumerja durante unos instantes, luego que se acueste en su lecho y espere.

La luz desapareció y el hombre corrió hasta su casa a contarle a la mujer lo que le había sucedido.


II

Después de haber seguido paso a paso lo que el lago le había dicho al marido, la mujer se acostó a esperar.  Al poco tiempo, la esposa fue visitada por un médico que le dijo que estaba embarazada.

La alegría del esposo era indescriptible y, a partir de ese día, como su mujer había quedado muy delicada después del parto, él tomó su lugar y muy temprano salía a alimentar a los animales del bosque y a los peces del lago.  


III

 La mujer no pudo recuperarse y al poco tiempo murió.  El marido quedó desconsolado, pero el niño recién nacido fue llenando el vacío dejado por la madre.  El niño fue bautizado con el nombre de Narciso.  El pequeñito heredó de la madre la generosidad y la alegría, por lo que el padre, acosado por sus labores, enseñó al hijo lo que tanto él y su esposa habían hecho durante tanto tiempo: llevarle alimento a los animales del bosque y a los peces del lago.  Al comienzo Narciso se mostraba temeroso, pero en  poco tiempo fue perdiendo esa timidez tan acentuada de la que había empezado a dar muestras desde los primeros años.

Una tarde, una mueca de amargura se reflejo en su rostro.  Fue entonces que la luz que en otro tiempo había sido avistada por el padre apareció en el lago.   Y el lago le dijo al niño:

-      ­Narciso, ¿cuántos años tienes ya?

-      Cinco años, respondió el niño.

-      ¿Y te parece que un niño de esa edad debe reflejar esa tristeza que en tu rostro asoma?, interrogó el lago.

El niño se puso a sollozar.

-      Yo sé lo que te pasa, Narciso.  Es la ausencia de tu madre, a la que nunca conociste, lo que te aflige tanto, dijo el lago.

El niño asintió.

-      A partir de mañana vendrás todas las tardes y te sentarás en ese tronco que ves ahí, dijo el lago.

Y la luz desapareció.


IV

Aquella tarde hacía un calor intenso.  Los rayos del sol parecían calcinar el aire.  Narciso, muy puntual, llegó hasta el lago y se sentó en el tronco que aquel le había indicado.  De pronto, los rayos del sol se intensificaron sobre el lago hasta evaporar parte de sus aguas.  Un vapor denso fue apareciendo sobre la superficie hasta formarse una inmensa bola semejante a una nube.

Paulatinamente la nube fue tomando formas caprichosas hasta formar un rostro femenino, angelical.  Era el rostro de una hermosa mujer quien esbozando una dulce sonrisa, díjole a Narciso:

-      ¡Hola!, hijo mío, soy tu madre. Dios ha querido llevarme a su lado para que cuide de otros niños tan pequeños como tú que habitan en el cielo.  No debes ponerte triste, pues, la tristeza y la amargura se van reflejando en el que las padece.  Unas líneas indelebles que no dejan traslucir la bondad y el amor que anida en el corazón.  Por el contrario, quiero que tu rostro despierte con una sonrisa y se duerma con una esperanza.  A partir de hoy vendrás todas las tardes y te echarás al pie de aquel olmo que está ahí y dirigirás tu mirada al cielo.

El sol apaciguó la intensidad de sus rayos y la nube se hundió en el lago


V

Contrariado por lo vivido el día anterior, Narciso, sin contarle nada a su padre, hizo lo que su madre le había indicado.  Echado bajo el olmo, el niño miró al cielo y vio las nubes pasar lentamente.  De pronto una nube se detuvo.  Sin saber por qué, el niño cerró los ojos un instante y cuando los abrió, el rostro de su madre le sonreía desde aquel celaje azulino e inmaculado.  Una sonrisa se reflejó en el rostro del niño y cerrando los ojos algo musitaron sus labios.  Una extraña comunicación se había entablado entre madre e hijo.   Un inefable lenguaje que sólo Dios y los pájaros hubieran podido entender





LOS AJEDRECISTAS

Acostumbraban dos amigos a jugar ajedrez, como una forma de pasar el tiempo, pues, ambos disponían de toda la tarde libre.  Fernando, el más joven de los dos, dijo un día a su esposa:

-      Sabes qué, mujer, ya estoy cansado de que Alfonso me gane tres de cada cinco partidas que jugamos. Y para serte sincero, eso me pone de mal humor.

Una tarde la mujer llegó a la casa con una pequeña caja envuelta en papel de regalo.  El marido abrió la caja y encontró cinco libros que trataban sobre el juego de las sesenta y cuatro casillas.

-      ¿Y esto?, preguntó el marido.

-      Eso es para que ya no te derroten en tres de cada cinco partidas, respondió la mujer.

Desde ese día, Fernando no perdía un momento libre para leer sus libros: tomaba anotaciones, aprendía jugadas nuevas, llegando incluso a memorizar partidas de ajedrecistas ilustres.  Pero tiempo después, llegó a su casa con un rostro que oscilaba entre la rutina y el aburrimiento.

-      ¿Qué te sucede?,  le preguntó la mujer.

-      Que ya me aburre jugar con Alfonso, pues, de cada cinco partidas que jugamos se las gano todas y eso no tiene ya nada de entretenido.  Para qué jugar si sabemos que siempre voy a ganar.

La mujer salió de la casa muy entrada la noche y aprovechando que su marido dormía, llegó hasta la casa de Alfonso y le prestó los libros de ajedrez que le había comprado a su marido.

A las pocas semanas, Fernando llegó a su casa muy contento.

-      Sabes qué mujer, ahora sí que jugar con Alfonso es entretenido.  Una vez gano yo, otra vez gana él, como si nos turnáramos.  Creo que voy a tener que leer mis libros nuevamente.

La mujer ya había regresado los libros sin que el marido notara la ausencia.  Se sentía muy feliz.





EL POZO DE LA FORTUNA

Desilusionado por haber fracasado en los negocios que había emprendido, un hombre llamado Salicio quiso poner fin a sus días lanzándose a un pozo que encontró en un bosque.  Para su mala fortuna el pozo estaba vacío y lo único que consiguió fue un buen golpe.

Así permaneció  durante dos días hasta que el rodar de una carreta le anunció la llegada de alguien, por lo que se puso a gritar desaforadamente pidiendo auxilio.  Un hombrecito le lanzó una cuerda la cual pasaba por la rama de un árbol cercano a manera de polea, de tal manera que cuando Salicio salió del pozo el hombrecito se introdujo en él.

-      Oiga, amigo, dijo el viejo riéndose, mire qué curioso, yo trato de ayudarlo y ahora soy yo el que necesita ayuda.

No bien el viejo había terminado de hablar cuando sintió que alguien se llevaba su carreta.  Salicio, tentado por los víveres que el viejo transportaba, prefirió huir con aquella valiosa carga que aliviaría en algo su mala fortuna.

No tardó en acabarse el dinero obtenido con aquel primer robo, por lo que el fortuito ladrón decidió que aquel pozo le serviría para hacerse de nuevas ganancias.

Otra vez dentro de él, Salicio esperó a que alguien se acercara.  Esta vez fue un mercader de telas, quien al igual que el anciano, pasó la cuerda por la rama del árbol, quedando así dentro del pozo y Salicio fuera de él.

En poco tiempo Salicio había hecho una fortuna, pero acostumbrado al despilfarro, nunca contaba con una moneda en el bolsillo.

Una tarde un minero, otra de las víctimas de Salicio, entró en una taberna y escuchó a un hombre decir que había sido víctima de un robo.  Al escuchar los pormenores de éste, el minero llegó a la conclusión que aquel ladrón se valía del truco del pozo para cometer sus fechorías.

Por otro lado, Salicio creyó que había llegado el momento de retirarse, había ahorrado una pequeña cantidad con la que esperaba emprender un negocio.

Dentro del pozo, Salicio esperó durante tres largos días y tres frías noches la llegada de su próxima víctima.

La espera no le preocupaba, pues, siempre llevaba pan, queso, y una botella de vino con que calmar su hambre y su sed.  A la mañana del cuarto día, escuchó las ruedas de una carreta y la alegría se reflejó en su rostro, sus gritos pidiendo el acostumbrado auxilio, surtieron efecto.  Un hombre se asomó al pozo y le dijo que no se preocupara, pues, en pocos minutos sus problemas acabarían para siempre.

Eso de “para siempre” y la imagen del rostro del hombre que lo había dicho se juntaron en la mente  de Salicio como el trueno y el relámpago y, en el mismo instante  que halaba la cuerda salvadora, sintió que las ruedas de una carreta se acercaban al pozo y entonces recordó que aquel rostro que ahora lo ayudaba era el del minero a quien antes había robado.

Un cúmulo de tierra y roca cayó dentro del pozo sepultándolo.  Efectivamente, los problemas económicos de Salicio habían acabado para siempre.




LA HIJA DEL JOYERO

Vivía en un próspero pueblo un joyero llamado Vittorio, quien junto a su mujer, había logrado juntar una pequeña fortuna para que cuando Silvana, su única hija, se casara, no tuviera que pasar las necesidades que ellos habían sufrido en sus primeros años de matrimonio.

La muchacha gozaba de buena salud y era muy agraciada de rostro y de cuerpo, de ahí que no faltaran un buen número de pretendientes dispuestos a casarse con tan buena moza.

-      Nuestra hija ya está en edad de casarse y darnos nietos, dijo doña Aurora, la mujer de Vittorio.

-      Ya llegará la hora, mujer, no te preocupes.  Y también llegarán los nietos que tanto anhelamos, replicó el joyero.

Pasado un tiempo, llegó al pueblo un comerciante en cuyo maletín llevaba toda clase de baratijas las cuales vendía a precios exorbitantes.  Como en los negocios del lugar escaseaban los espejos, aretes, collares y otras bagatelas, Rolando, que así se llamaba el comerciante, aprovechaba para sacarles buen precio.

-      Ese hombre es un sinvergüenza, le dijo Vittorio a su mujer.  No hay más que verle la cara para darse cuenta.

A los pocos días, y cuando ya estaba dispuesto a marcharse, pues, sus baratijas ya se habían acabado, Rolando se enteró de que los padres de Silvana estaban ilusionados por verla casada.  Dándose cuenta de que la muchacha fuera de ser bonita iba a heredar una gran fortuna, Rolando, haciendo uso de su buena labia, no tardó en lograr que la hija del joyero se fijara en él.  Al verlos pasear juntos, la madre estalló en llanto y decidió poner fin al romance.

-      No mujer, dijo Vittorio.  Tenemos un toro por los cuernos y vamos a tener que actuar con prudencia, de lo contrario ese canalla se saldrá con las suyas.

Como Vittorio había acostumbrado a su hija a escuchar un cuento todas las noches desde que era niña, ahora, que la muchacha ya era grande, o había perdido aquel hábito, por lo que el joyero se avecinaba a su cuarto todas las noches a cumplir con su labor.

Había una vez una mona, comenzó a contar Vittorio, que acostumbraba andar por todos lados buscando alimento, pues, su apetito era voraz.  Un día se pegó un gran susto al topar con un lobo.  La mona creyó que sus días habían llegado a su fin.

-      No grites, pues, no pienso hacerte daño, dijo el lobo cubriendo la boca de la mona con una de sus patas.  Hay unos cazadores que me persiguen para matarme, por eso estoy huyendo.

La mona se ofreció a ayudarlo.

-      Conozco un lugar seguro donde nunca podrán encontrarte, apúrate antes de que esos cazadores den contigo.

La mona lo llevó a una encina añosa y hueca, donde el lobo permaneció varios días hasta que el peligro hubo desaparecido.  Como el árbol aquel era un buen refugio el lobo decidió quedarse a vivir ahí, sólo saliendo por las noches a cazar algún ciervo para comer.  La mona se instaló en lo alto de la encina, mientras que el lobo habitaba en la parte aja, dentro de un hueco que había en el tronco.

Una mañana en que el lobo dormía plácidamente, sintió la voz de un zorro que buscaba conversación con la mona.

-      ¡Hola, linda monita!, dijo el astuto zorro buscando congraciarse con ella.

Luego de llenarla de halagos, el zorro empezó a  hacer toda suerte de piruetas: daba volteretas, giraba como un trompo tratando de agarrarse la cola, chasqueaba los dientes y otras cosas más  que eran la alegría y la delicia de la mona.

-      Baja, monita, y te prometo que la pasarás mejor, pues, conozco otros juegos que te divertirán, dijo el zorro ladino, quien ya en su imaginación, se veía devorando a su presa.

Mientras la mona incauta descendía del árbol, el zorro lamía su hocico hambriento y movía la cola de entusiasmo.  De repente, el lobo, que había escuchado toda la cháchara del zorro, salió de su escondite y tomó  al zorro de improviso.

-      Por qué no me enseñas a mí esos jueguitos, dijo el lobo mostrando sus agudos dientes.

El zorro salió disparado, pues, ya se veía mordido ferozmente por aquel lobo que de tonto no tenía un pelo.

Cuando el joyero terminó su relato, la muchacha abrazó a su padre, había comprendido la preocupación que lo embargaba.  Al otro día, el “zorro”, con su maletín sin baratija alguna, abandonaba para siempre el pueblo.




EL MAR Y EL SOL

“A trabajar me limito
mis tierras como un deber.
¿Y qué más puedo yo hacer?
Las siembro, y Dios sea bendito”.
FRIEDRICH RÜCKERT


Habiéndose peleado el Sol y el Mar, el primero se negó a dejar caer sus rayos sobre sus aguas.

-No necesito de ti para subsistir, así que bien haces en negarme tu calor, pues, te aseguro que tampoco los aceptaría.

Como era de esperarse el Sol dejó caer toda su energía sobre la tierra, la cual se recalentó.  La ausencia de lluvias echó a perder los sembríos y la hambruna se hizo más evidente y desesperante cada día.  Un labriego se dirigió a la playa y llamando al Sol y al Mar les dijo:

-      Desde el momento que dios creo el universo dispuso de cada uno de nosotros para que desempeñara un rol en su creación.  Una tonta disputa entre ustedes ha creado un desequilibrio tal que ahora las nubes están ausentes y con ellas las lluvias tan necesarias para nuestras siembras.  Sólo mi campo poseo, y lo cultivo con esmero, pero de qué sirve tanto esfuerzo si del agua de las lluvias no dispongo. 

Al otro día, las nubes cubrieron el cielo y a las pocas horas la lluvia descendió a torrentes sobre el campo del labriego, quien se limitó a dirigir su mirada al cielo para decir: ¡Bendito sea Dios!