GRATITUDES


En el Corán, Surat VIII 57-60, se lee… “Las peores bestias, ante Dios, son los ingratos, pues ellos no creen; (…) Dios no ama a los traidores”. Ya el Dante se lamentaba de la ingratitud en el exilio. En su Epístola XII, dirigida a su amigo Feruccio de Manetti Donati, el autor de la Comedia se lamenta de las indignas condiciones que las autoridades florentinas exigían a los desterrados para regresar a Florencia. ¿Es ésta la graciosa revocación con que es llamado a su patria Dante Alighieri, que ha sufrido exilio durante casi tres lustros? ¿Esto ha merecido su inocencia a todos manifiesta? ¿Esto el trabajo continuo y el estudio? (…) ¡Lejos esté de un hombre que predica la justicia que, habiendo padecido injurias, pague de su dinero a quienes le injuriaron como si fuesen [ciudadanos] beneméritos! (…) No es éste padre mío, el camino de vuelta a la patria (…) Jamás entraré en Florencia.(…) seguro estoy de que no ha de faltarme el pan”.


La ingratitud golpea el corazón de todos; en algunos, aquellos de sensibilidad adusta, la herida se escara en poco tiempo; en otros, esas llagas permanecen imborrables a través de los años, como una ortiga amarga que de vez en cuando hinca nuestra memoria con su hiel ponzoñosa. No he sido ajeno a estos golpes, he recibido muchos y de gran calibre, pero, a pesar de ello, nunca he cerrado la mano a quien me la ha solicitado.


Quiero expresar mi gratitud a tres personas que han hecho posible la creación de este blog, libro de la modernidad que me permite llegar a un gran número de lectores que se resisten a vivir en las sombras de la ignorancia, esa asesina de mentes libres que durante mil años esterilizó el pensamiento del hombre medieval. “Nada hay más espantoso que una ignorancia activa”, sentencia Goethe.


Mi agradecimiento a Tatiana Vega Valencia, que tuvo la paciencia y la tenacidad, propia de su juventud, para batallar durante tres arduos años entre manuscritos, apuntes, fichas y estantes abarrotados de libros para poder consolidar en la computadora, parte del trabajo intelectual que me ha ocupado por más de cuarenta años; ella también es la responsable de un gran número de fotografías que conforman este blog.


A Sergio Villanueva Valdivia, inquieto, creativo y generoso como una mano extendida hacia el cielo, quien fue el gestor de este blog, fue él quien me impulsó (tan reacio yo) a entrar al mundo de la informática (así podrás llegar a un gran número de lectores) me dijo una tarde de esas en que la amistad se reviste de fraternidad y cariño inefable.


Por último, a Milagros Mora, quien hasta hoy, cual empecinado Sancho quijotesco, me acompaña en esta cruzada cultural con la que sueño día a día. Sus frecuentes desvelos y trasnochadas hacen posible que semana a semana se incrementen las páginas de este blog. Sus palabras de aliento, su amistad inmarcesible y, hasta sus frecuentes regañinas, levantan mi ánimo cuando me siento oprimido por este mundo de modernidad asfixiante, por este acontecer tan ajeno al de mi niñez tan llena de aventuras y ficciones que en mi mente introdujeron hombres como Salgari, Dumas, Verne o Dickens y otros tantos creadores de historias, verosímiles o inverosímiles, que hasta hoy perduran en mi vida.


Wolfsschanze, marzo 27 del 2011.


Guillermo Delgado.

martes, 22 de julio de 2014

LIBRO BONGO





SAN, SEN Y SIN

                     
San, Sen y Sin eran tres hermosos ositos que vivían con sus padres en una cueva ubicada entre las rocas de una enorme montaña. Mamá Osa se desvivía tratando de que sus inquietos oseznos estuvieran siempre limpios, algo difícil de lograr con aquellos traviesos diablillos.

Una de esas mañanas en que Papá Oso y Mamá Osa salieron como de costumbre a buscar alimentos, San, Sen y Sin quisieron acompañarlos. La voz de Papá Oso no se dejó esperar:

-      De ninguna manera. Se quedarán en casa y limpiarán toda la cueva, luego traerán agua del río para que antes de acostarse puedan darse un baño. ¿Me oyeron?

Los tres ositos asintieron y vieron partir a sus padres.

Después que terminaron todo los que les habían encomendado, San, Sen y Sin se pusieron a jugar. Tanto fue el alboroto que armaron, que en pocos minutos toda la cueva quedó en un gran desorden.

-      Y ahora qué haremos, dijo San.

-      Por qué no nos vamos a buscar aventuras, dijo Sen.

-      Claro, buena idea. Regresaremos rápido y así papá y mamá no se enterarán, dijo Sin.

Y fue así como desobedecieron a Papá Oso y Mamá Osa, los tres pequeños ositos salieron a conocer el mundo. Caminaron largo rato, incansable, agotando en cada movimiento aquellas energías infantiles.

Corrieron por la hierba, saltaron y mojaron sus patas en todos los arroyuelos que encontraron, olisquearon flores y treparon pequeños árboles hasta que las fuerzas fueron abandonándolos. Cuando ya el sol del mediodía había consumido sus sombras, San, Sen y Sin se toparon con algo que no habían visto nunca: una colmena.

Ignorantes de lo peligroso que es perturbar la vida pacífica de las abejitas, nuestros tres traviesos amiguitos comenzaron a idear la forma en que tomarían por asalto aquel dulce cofre, pues, por estar casi en la copa de un gran algarrobo, aquel apetitoso manjar les resultaba inalcanzable.

Los tres ositos recordaban que en las constantes historias que su madre les contaba, les hablaba frecuentemente de la miel como uno de los manjares más buscados por los osos. Así que en un santiamén, San se subió sobre los hombros de Sen y Sin sobre los hombros de San, alcanzando este último a tomar la colmena entre sus patas. No tardaron las abejas en sentir la presencia de aquellos intrusos. Enojadas como estaban, salieron en agitado enjambre a la caza de aquellos tres ositos traviesos.

Con la velocidad de un rayo, los ositos corrieron, corrieron y corrieron en busca de un lugar seguro donde protegerse. Llegado hasta el río, a los tres traviesos ositos no les quedó otra cosa que saltar, pues los aguijones de las enfurecidas abejitas ya se dejaban sentir en el cuerpo de los intrusos. Satisfechas por haber defendido su hogar, el enjambre retornó orgulloso a seguir trabajando en los panales. Mientras San, Sen y Sin se quejaban por las picaduras recibidas, cerca de ahí el Oso Plutón se regocijaba a costa de ellos.

- ¡Ja, Ja, Ja!, qué osos tan tontos, ¡Ji, Ji, Ji! Siempre he creído que los osos pardos son los seres más ingenuos de toda la familia de osos. ¡Ja, Ja, Ja!

El enorme oso negro se hallaba sentado sobre una roca cerca de donde los pobres ositos trataban de calmar las heridas que les habían propinado las abejas.

La cantidad de salmones que el oso Plutón tenía a sus pies, los cuales devoraba con gran complacencia, no tardaron en abrir el apetito de San, Sen y Sin.

Al ver a aquellos osos pardos tratando de capturar a los escurridizos salmones, el oso Plutón prosiguió con sus chanzas:

- Así, así, ositos tontos ¡Ja, Ja, Ja! Si bien no logran atrapar a los salmones, por lo menos se darán un buen baño. ¡Je, Je, Je!

Los osos luchaban vanamente por capturar a los salmones, quienes parecían haberse unido a las burlas del oso negro, pues, luego de huir de las pequeñas garras de sus captores, se zabullían por entre sus piernas. Lo que más enfureció a San, Sen y Sin es ver a aquel oso glotón engullirse los salmones que tenía a su alrededor. Las colas, los espinazos y las cabezas de los pescados desaparecían como por arte de magia entre las fauces de aquel monstruo que no cesaba de burlarse de aquellos bribonzuelos.

De pronto, San tuvo una ocurrencia: apoderarse de los salmones del oso Plutón. Así matarían dos pájaros de un tiro: conseguirían el alimento suficiente para ellos y sus padres y acabarían con las burlas de aquel enorme oso fanfarrón. San enfadaría al oso para que éste bajara de la roca y lo persiguiera, de tal manera que Sen y Sin tuvieran el tiempo suficiente como para levantar todo el pescado de Plutón dejaría sin protección.

-      Oye, tú, oso feo y panzón. Si no fueras tan cobarde vendrías hasta aquí y te reirías en mi cara, y así probarías la fuerza de mi puño, dijo San mientras mostraba su puño en alto en son de amenaza.

Al ver aquel puñito en alto, Plutón estalló en una risa incontenible aumentando el enojo de los tres pequeños osos pardos. Las provocaciones continuaron hasta el punto en que el gran oso negro hubo de descender de su guarida para salvar el honor de los osos negros, pues, San, muy ingeniosamente, le había dicho que los osos pardos eran más fuertes y valientes que los osos negros.

Pesado como estaba por todo lo que había comido, Plutón trataba de alcanzar al pequeño San, quien corría lentamente como para no desanimar a su perseguidor.

Cuando Sen y Sin vieron que ya Plutón estaba a cierta distancia, corrieron a apoderarse de los salmones que el oso negro había dejado sobre la roca. Mientras tanto, Plutón, totalmente abatido por el cansancio, cayó de bruces sobre el prado; jadeante y aturdido, el oso negro vio pasar al pequeño San como una centella, pero sólo atinó a mirarlo, pues, ya las fuerzas lo habían abandonado.

Después de unas horas, Plutón se había recuperado e iniciaba el camino de retorno con un apetito feroz. Grande fue la sorpresa al darse cuenta que su preciado botín había desaparecido. Y su enojo fue mayor al leer la nota que San, Sen y Sin le habían dejado.

Había un oso negro y pesado que se llamaba Plutón, que por feo y por glotón perdió su sueño y su pescado.

Para cuando el oso hubo terminado de leer la carta, San, Sen y Sin ya se hallaban camino a su hogar. En la puerta de la cueva, Papá Oso caminaba de un lado a otro con una rama de mora en una de sus garras y repitiendo una y otra vez:

-      Ya verán esos bribonzuelos. Qué se habrán creído, marcharse así como así, dejando la cueva abandonada, y lo que es peor, exponerse a todos los peligros andando solos por allí. Y verán, ahora les enseñaré lo que es disciplina.

Mamá Osa, más dócil y comprensiva, trataba de calmar al enfurecido padre. Cuando los tres ositos aparecieron frente a la cueva, arrastrando una red llena de salmones, Papá Oso y Mamá Osa quedáronse sorprendidos. Después de escuchar a sus hijos, Papá Oso hubo de reconocer que éstos lograron vencer al oso Plutón en base a astucia y coraje, por lo cual los perdonó. Papá Oso terminó diciendo:

Que esto les sirva de escarmiento y siempre esté en su pensamiento, que más que un oso negro y tardo vale siempre un oso pardo.

Chiclayo, febrero de 1996.




BONGO



     
Para Gabrielle



Cuando el señor Banana y su familia se introdujeron en la deslumbrante selva africana en un viejo jeep, ya los rayos del sol impedían ver el cielo estrellado que tanto deleitaba a sus dos menores hijos, quienes provistos de un enorme telescopio, gustaban en las cálidas noches ir descubriendo las constelaciones, aquellas agrupaciones de estrellas que parecían unirse para formar una serie de figuras en aquel inmenso manto oscuro que parecía abrazar al mundo.

El sonido del motor del viejo jeep semejaba el rugido del rey de la selva: el león; de allí que la gran variedad de animales, habitantes eternos del lugar, huían espantados al oírlo.

El trinar de las incontables aves eran notas musicales que, al encontrarse unas con otras, daban la impresión de una hermosa sinfonía que al deslizarse sobre las hojas, caía cual rocío sobre la tierra.

Como todo lo desconocido, la selva requiere que aquel que la explore, actúe con mucha cautela y desconfianza. Un descuido puede traer consigo un serio peligro, de allí que el infortunado señor Banana estuviera a punto de pagar cara su imprudencia, cuando por ir a excesiva velocidad, las llantas traseras de su viejo jeep quedáronse atascadas en las fangosas riberas del río Daka.

En su afán por salir de aquella trampa, el señor Banana aceleraba desesperadamente, haciendo que los neumáticos se hundieran más y más a medida que el motor rugía estruendosamente.

La amenaza que representaban los enormes cocodrilos, atraídos por el ruido del motor y los gritos de los niños, no hizo más que aumentar el terror de la familia Banana que ya se veía devorada por los voraces reptiles.

En esos momentos, muy cerca del lugar, Bongo, un enorme gorila que se hallaba durmiendo plácidamente al pie de un inmenso árbol, sintióse perturbado por tan inoportunos ruidos. Aún somnoliento, Bongo logró divisar a aquellos intrusos que se encontraban en tal aprieto. Algo en su interior lo estremeció, por lo que a grandes trancos se avecinó al lugar.

Ocho ojos, sumidos en un terror indescriptible, quedáronse paralizados ante la gigantesca figura de aquel gorila. Aquellos ocho luceros parecieron apagarse convencidos de que estar en medio de aquellos animales no significaba otra cosa que la muerte.

Para sorpresa del señor Banana y su familia, Bongo, haciendo gala de una fuerza descomunal, logró sacar del atascadero la pesada máquina.

Recuperados del susto, el menor de los niños acercóse a Bongo, y con su manecilla temblorosa, acarició la mejilla del gorila.

Dos gruesas lágrimas se deslizaron por el rostro de Bongo, quien diose media vuelta para perderse en la espesura.

Fue en ese instante que la familia Banana sintió destruirse un mundo. Aquel mundo errado que han inventado los hombres, en el cual se ha convertido al gorila en un ser malvado y cruel.

Los Banana sintiéronse felices de haber dejado atrás aquel mundo de incomprensión e ignorancia.

Lima, setiembre de 1990.




LA AVISPA Y EL ESCARABAJO


Volaba una avispa sobre un estercolero, cuando vio a un escarabajo que juntaba un poco de estiércol para poder construir su nido.

-      La puedo ayudar, señora escarabajo, dijo la avispa.

-      Claro que sí, respondió la escarabajo, si pudiera traerme esos granos que están allá arriba, me ahorraría gran parte del trabajo, pues, ya voy a poner mis huevecillos y aún me falta mucho por terminar.

La avispa voló en varias oportunidades transportando pequeños granos de estiércol que la escarabajo fue acomodando cuidadosamente.  De repente, la avispa sitió un ruido y de inmediato fue a ver.

Alarmado, el alado insecto regresó y puso en alerta al escarabajo.

-      Una máquina enorme está empujando gran cantidad de tierra en esta dirección, será mejor que se olvide del nido y lo construya en otra parte.


-      Eso sí que nunca, no voy a desperdiciar mi trabajo, el nido está ya casi terminado, replicó el escarabajo amargamente.

El ruido del tractor que empujaba la tierra hacia donde se hallaba el escarabajo se hacía más fuerte a cada segundo, pero el empecinado insecto seguía manteniendo la decisión de no moverse de ahí.

Cuando el escarabajo trató de abandonar el lugar y ponerse a buen recaudo, una enorme mole de estiércol y fango asomaba amenazadora ante sus ojos como una ola gigantesca que lo cubrió por completo.

La avispa sobrevoló el lugar en busca del escarabajo pero este, sepultado bajo una gran masa de tierra, ya no daba signos de vida.


Saint - Etienne, 18 de Diciembre de 1997.




LOS ZORROS Y LOS GALLOS


Yo soy el que mejor canta, decía un gallo de negro plumaje y cresta naranja.

-      ¡Bah!, eso crees tú, le contestó airado el gallo más veterano del corral.  Mi canto no sólo es musical, sino que se escucha a cientos de metros.

Así discutían todos los días estos viejos camaradas, que desde antes del amanecer iniciaban su contienda perturbando el sueño de los lugareños.

Quiso el destino, que una noche de marzo, pasaran cerca de ahí un grupo de hambrientos zorros.

-      ¡Caramba!, dijo el que parecía comandar la manada, esos cantos son música para mis orejitas.

-      Sí, así cantan esos gallitos, dijo otro zorro, se me hace agua la boca de sólo pensar en lo delicioso que deben saber en el estómago.

Desconociendo el peligro que corrían, las vanidosas aves proseguían turnándose en sus cada vez más sonoros cantos, sin saber que lo único que hacían era atraer a los zorros, quienes ya se encontraban muy cerca del gallinero.

A la noche siguiente, nadie pareció lamentar la ausencia de aquellos gallos cuyos cantos no hacían más que importunar a quienes deseaban permanecer tranquilos entre sus sábanas.

A muchas millas de ahí, un grupo de zorros dormían plácidamente, teniendo aún en los estómagos los estragos de un par de deliciosos y cantarillos gallos.


Castell d’ieri,  05 de Octubre de 1997




LA ABEJA Y EL MOSQUITO


Descansaba un hombre en compañía de su mujer bajo la sombra de un árbol, cuando cerca de ellos se posó una abeja.

-      Es mi día de suerte, dijo el insecto, veo que aquellas flores me proveerán de buen material para elaborar mi rica miel.

La abeja voló decidida a tomar el polen de las flores que la mujer había colocado en el centro de un mantel a manera de adorno.

Luego de colocar los alimentos para merendar, los esposos sintieron el revolotear de la abeja alrededor de las flores y se sonrieron pues, les daba gusto ver a uno de los pequeños artífices  de la deliciosa miel con que la mujer estaba untando unos panecillos.

A pocos metros, un pequeño mosquito observó la escena y pensó que aquellas personas eran muy generosas al permitir a la abeja acercarse  a las flores.

Al ver que el hombre llenaba dos vasos convino, creyó que había llegado el momento de refrescarse un poco.

-      Vaya, vaya, ese vino se rosadito y apetitoso.  Será mejor que me apresure, pues, siempre me gusta ser el primero en degustar de tal exquisitez, concluyó el mosquito.

No bien hubo llegado al filo del vaso, la mano de la mujer hizo un ademán de rechazo y el insecto voló de prisa sin percatarse que dos fuertes y recias manos se juntaban a manea de aplauso para poner fin a su vida.

-      Bicho inoportuno, musitó el hombre mientras frotaba sus manos una con otra para eliminar de ellas el último resquicio de mosquito.


Castell d’ieri,  26 de Octubre de 1997




EL HALCÓN, LOS GORRIONES Y EL JILGUERO



Al nido de un jilguero llegaron dos pequeños gorriones para invitarlo a volar, pero este se negó a abandonar el nido.

-      Lo siento amigos, dijo el pajarito, pero mi madre me ha enseñado que no debo abandonar el nido sin su permiso, así que no puedo acompañarlos por ahora.

Los gorrioncitos comenzaron a reírse burlonamente del jilguero y siguieron insistiendo para que los acompañara.

-      Eres un pájaro cobarde, amigo.  Qué nos puede pasar, acaso no somos veloces como el viento, acaso no podemos elevarnos hasta las nubes.

-      Es cierto todo lo que dicen, dijo el jilguero, pero mi madre me ha contado que hay aves gigantescas que son más veloces que nosotros y que pueden hacerme daño.

Los gorriones se marcharon no sin antes mofarse de la firme decisión del jilguero que por nada del mundo quiso dejar su nido.

Cuando la madre del jilguero regresaba a llevarle la comida a su hijo, vio que un enorme halcón se lanzaba en certero vuelo contra dos pequeños gorriones que inútilmente trataban de esquivarlo.  En poco segundos, unas plumitas pardas con manchas negras y rojizas eran llevadas por un viento fuerte hacia el otro lado del bosquecillo donde había estado revoloteando.


Cuando el pequeño jilguero escuchó lo sucedido, se alegró de haber sido prudente y obediente, pues, de otra forma, estaría descansando en el buche de aquel halcón al igual que aquello majaderos gorrioncillos.


Castell d’ieri, 18 de Setiembre de 1997




EL MAQUISAPA Y EL PEREZOSO


Muy de mañana, un ágil maquisapa se descolgó por unas lianas para llegar hasta la casa de su amigo el perezoso.

-      Oye, amigo, levántate de una vez, dijo el espigado mono mientras  sus largos brazos de negro pelaje zarandeaban al perezoso que como siempre se encontraba colgado de una rama.

Sin abrir sus melancólicos ojos, el perezoso contestó con somnolienta voz:

-      Déjame dormir un poco más, no seas malito.

-      ¡Qué dices!, que te deje dormir un rato más, pero no te das cuenta que todo el día estás boca arriba, sin moverte, como si fueras un muerto, dijo alarmado el maquisapa.

Preocupado por la inactividad de su amigo el mono llevó arrastrando al ocioso perezoso hasta la casa del búho, animal que por otro lado, gozaba de una muy bien ganada reputación de ser un sabio.

Muy mal, muy mal, dijo el ave, mientras auscultaba al perezoso.  No encuentro mal alguno en este muchachón, aparte de la gran acumulación de polvo y hongos que noto en su cuerpo.

Después de un instante, el búho dejó escapar una gran expresión de sorpresa.

-      Creo que ya tengo la respuesta, dijo.

A los pocos minutos, los tres llegaron hasta la casa del lento animal y descubrieron en ella a dos enormes perezosos que dormían tan profundamente que no notaron la presencia de los recién llegados.

-      Si esos son tus padres muchacho, dijo el búho, no tienes mucho que aprender y en vano buscamos las causas de tu forma de ser.

No bien terminó de decir esto, cuando amos se percataron que el perezoso se hallaba profundamente dormido.

Castell d’ieri,  04 de Setiembre de 1997




LOS REFRANES DEL LOBO


-      A quien madruga Dios le ayuda, dijo un lobo mientras se acicalaba el lomo bajo un árbol.  La mañana recién comenzaba y el lobo estaba con un apetito espantoso.  Decidido a salir de cacería, el animal abandonó aquella apacible hierba donde había pasado la noche y se puso  en marcha.  A los pocos minutos, un ratoncillo se le cruzó en el camino.

-      A buena hambre no hay pan duro, dijo el lobo y engulló el ratón.

Al poco rato, mientras pasaba por un frondoso árbol, un polluelo de pinzón cayó cerca de él.  A pesar de que era muy pequeño, el lobo se dijo:

-      A caballo regalado no se le miran los dientes  y se lo comió

Luego, a pocos kilómetros, divisó una hermosa vaca que pastaba cerca de un ternero que se entretenía persiguiendo una mariposa.

-      Muy pequeño para satisfacer mi apetito, dijo el lobo al ver al ternerito.   Pero, la mejor forma de llegar a la vaca es por el ternero.

Al poco rato el lobo ya jugueteaba con el ternero a quien entretenía revolcándose en el prado.  El toro, atento a su crío se acercó hasta el lugar donde se hallaba el pequeño y mirando al lobo le dijo

-      Cada uno en su casa y Dios en la de todos.

Una furibunda cornada cogió al lobo desprevenido.  El lobo no esperó una segunda embestida.




LA TORTUGA Y EL CARACOL


Cansada una tortuga de ser molestada a causa de su lentitud, decidió un día ejercitarse para hacer que sus patas fueran más ágiles.

-      Ya verán quién soy, dijo la enfadada tortuguita. De ahora en adelante me levantaré temprano, correré muchas horas y en poco tiempo seré una gran corredora, tan veloz como un rayo, y ya no escucharé a esos tontos decirme: ¡Miren que lentita es!; ¡No es gracioso verla arrastrarse con esa conchita! JiJiJi.

Todos los animales se quedaron impresionados al ver como la tenaz tortuga se ejercitaba día a día, y, los rumores de que se había vuelto loca, comenzaron a circular desde la copa del árbol más alto, hasta la madriguera más recóndita donde dormía el jerbo.

Pero cierta mañana en que la tortuga realizaba sus acostumbrados ejercicios, se encontró con un caracol, quien con mucho esfuerzo, trepaba por una hoja.

-      Oye, muchacho, le dijo la tortuga al caracol, ¿por qué caminas tan lento? ¿Es que acaso estás enfermo?

-      No, le contestó el caracol, voy así porque no puedo ir más rápido, la naturaleza me ha hecho así y por más que quisiera desplazarme rápidamente no podría hacerlo.

A partir de ese día, la tortuga se sintió satisfecha y ya no hizo ningún esfuerzo ni ejercicio alguno, después de todo, había alguien que era más lento que ella.




EL ROSAL DE ALESIA



La pequeña Alesia lloraba porque su madre no quería cortarle una rosa blanca que había nacido en el rosal del jardín de su casa.

-      Yo quiero esa rosa, mamá.  Yo quiero esa rosa, gritaba Alesia.

La madre se quedó pensativa mientras veía a su hija haciendo su rabieta.

-      Está bien hijita, le dijo, pero primero quiero darte un lindo regalo que te encantará.

La niña se alegró, y la madre extrajo de una caja una muñeca.  Los ojos de Alesia se encendieron de alegría como dos faroles.

-      Esa muñeca es para mí, gritó Alesia emocionada.

-      Sí, contestó la mamá, es para ti.

Pero antes que la niña pudiera tomarla  la madre comenzó a quitarle el lazo que la muñeca tenía en la cabeza, luego el vestido y los zapatos, dejándola totalmente desnuda.

-      Mamá, dijo la pequeña niña, así yo no la quiero.

-      ¿Por qué no?, preguntó la madre.

Alesia se quedó callada un momento y luego respondió

-      Con su vestido, sus zapatos y su lazo se ve mejor, más bonita.

La madre llevó entonces a Alesia hasta el jardín y le preguntó:

-      ¿Cuál es la planta más bella del jardín?

-      El rosal, contestó la hija.  Sus rosas son tan bonitas.

-      Ves, hija mía, el rosal es como la muñeca, si le quitas sus rosas quedará como la muñeca sin vestidos y ya no lo verás bonita.

-      Alesia no volvió a pedir la rosa.





LA FIESTA DE LOS CORNÚPETAS



Habiendo nacido un pequeño rinoceronte, sus padres acordaron festejarlo a lo grande, por lo que decidieron organizar una fiesta. Pero grande fue la sorpresa que se llevaron muchos animales cuando al llegar a la puerta del recinto encontraron un gran letrero donde se indicaba clara y enfáticamente que la entrada sólo estaba permitida a los cornudos, es decir, a todos aquellos que llevaran sobre la cabeza un cuerno como mínimo.

De ahí que animales como el antílope, el ciervo, el alce, el toro y el búfalo no tuvieran impedimento alguno para entrar. Una vieja cabra y un rollizo carnero estaban bien plantados en la puerta cuidando que aquella disposición se cumpliera a cabalidad

Al elefante y al jabalí no se les permitió la entrada a pesar que insistieron sobre el hecho de que aquellas protuberancias que lucían eran cuernos y no colmillos.

-      A otro perro con ese hueso, les dijeron la cabra y el carnero. La jirafa tuvo que esperar a que se consiguiera una gran escalera para que la cabra verificara si esas protuberancias que tenía entre las orejas eran realmente pequeños cuernos.

Felizmente se comprobó la veracidad de aquellos cuernitos y la sangre no llegó al río. Pero como en todo acontecimiento nunca faltan los problemas, en esta reunión el encargado de ponerlos fue el conejo, quien provisto de dos cuernos de cartón trató de entrar en la reunión.

El astuto conejo logró engañar a la cabra y al carnero y fue entonces cuando se le vio bailar animadamente en compañía de la señora vaca.

Sus enormes orejas forradas con cartón le daban un aspecto imponente, de ahí que la esposa del toro se sintiera atraída por aquella rara y singular criatura que lucía una cornamenta casi del tamaño de su cuerpo.

Los celos del toro no se hicieron esperar, y con esto, el duelo quedó sellado en aquel momento. Pero el destino quiso que no se diera tan desigual pelea, pues, a causa de las volteretas y brincos que el conejo daba, comenzaron a despegarse sus falsos cuernos ante el asombro y desconcierto de los concurrentes.

Lo más curioso de todo fue que el conejo no se percató de lo que acontecía y siguió moviendo sus “cuernos” con el mismo entusiasmo con que movía sus patas.

Cuando el toro en cornúpeta, hizo parar la música y se plantó frente al conejo, éste se dio cuenta de lo sucedido y pensó que había llegado el momento de poner las patas en fuga. ¿Y qué mejor dirección que aquella que señalaban aquellas astas filudas?

Y así lo hizo. Hasta ahora ninguno de los presentes tiene una idea clara de lo sucedido. Algunos hablan de un unicornio, otros de un conetoro, otros que era un torejo, pero en lo que todos coinciden y nos les cabe ninguna duda, es en el hecho de que el ofendido toro logró rozar con la punta de sus cachos las blandas posaderas de aquel conejito rufián quien tuvo que esperar un buen tiempo para poder asentarlas.

Wartburg, diciembre de 1996.




UNA BUENA RAZÓN


I

Después de representar su acto un oso fue colocado en una jaula. Hasta ahí llegó un tigre y le recriminó la sumisión que mostraba en cada actuación.

-      Hay que ser estúpido para dar esas volteretas ridículas y ponerse esos trajes con alas de colores que te dan un aspecto desagradable.

El oso hundió la cabeza avergonzado, pero luego respondió al tigre:

-      Qué  puedo hacer si el dueño del circo me obliga a vestirme así para que el público se ría. Yo como tú somos víctimas del mismo opresor y no nos queda más que acatar.

-      Un momento, mentecato, no te compares conmigo. Yo salto sobre un aro encendido para demostrar mi valentía, no porque ese tonto del domador logre amedrentarme con su látigo, dijo el tigre resoplándose las uñas de una pata. Pero cualquier día de estos, continuó el tigre lleno de soberbia, voy a darle su merecido al domador y a ese negrero del propietario o quizá lo desafíe para que me dé un mejor trato, pues, de no ser por mí, ni una mosca vendría a este mugroso circo.

El oso lo escuchaba silencioso, pues, hacía rato que el propietario del circo se hallaba parado detrás del felino sin que éste se percatara de aquel hecho.

-      Y sabes qué, muchachón, como me has caído simpático, haré que ese miserable te trate mejor.

Cuando al tigre se le seco la lengua, el dueño del circo aprovechó para retirarse sin decir nada.


II

Al otro día, el tigre fue promocionado con bombos, platillos y flautas y el oso fue relegado y no se le programó.  El tigre se mofo del oso hasta verlo enterrar el hocico entre el heno de su jaula. El tigre actuó como nunca lo había hecho: atravesó los anillos de fuego, se paró en dos patas sobre los hitos, dio cinco vueltas alrededor de la jaula y hasta dio la pata al domador. El haz blanquecino que caía sobre el tigre durante toda la función no hizo más que ensoberbecer al felino. Pero cuando el acto del domador y el tigre concluyó, ningún aplauso, ningún asomo de asombro se escuchó en todo el ámbito circense.

En ese momento el domador abrió la puerta de la jaula y se marchó dejando al tigre solo. Las luces se prendieron y el felino observó que el circo estaba vacío. A los pocos minutos apareció el propietario y le dijo al tigre.

-      Valiente eres en verdad, rayadito, para hablar mal de mí a mis espaldas. Pero hay algunas cosas que quisiera aclararte. Como verás, te he programado como número central con todo tipo de difusión, pero nadie ha venido, y eso por qué, pues, porque a nadie le interesa tus acrobacias. En cambio cuando anuncio la participación del oso para que haga esas volteretas ridículas vestido con esos trajes que para ti son estúpidos, las galerías se llenan de espectadores y entonces los ingresos son cuantiosos y hay dinero con qué pagar a los empleados, darle mantenimiento al circo y comprar los jugosos filetes que devoras con tanta fruición.

Para esto el tigre tenía ya la saliva atracada en la garganta y la cabeza enterrada en su vergüenza.

-      Así que he pensado en darle al oso tu jaula que es más espaciosa, reducir tu ración diaria de comida y ponerte algunos vestiditos con adornos a ver si así mejora tu número y justificas tu presencia en el circo. No te parece esa una buena razón, amiguito, concluyó el dueño.

El tigre se fue a su nueva jaula moviendo la colita buscando así congraciarse con su amo. A medianoche, cuando todos dormían, se escuchaba un gimoteo en la jaula del tigre; un poco más allá, el oso aún no terminaba su comida.

Wolfsschanze, marzo 2001.




EL BÚHO Y LA SERPIENTE



Todas las mañanas se escuchaba el canto del tordo. Muchos animales se quedaban extasiados con tan bello trino. El único que se mostraba reacio ante aquella flauta emplumada era el búho, quien lejos de ocultar su malhumor, lo manifestaba abiertamente con su ulular que interrumpía aquella sinfonía flautada. La rastrera serpiente que observa desde su escondite en un tronco añoso, díjole al búho.

-      Nada lograrás con tus gritos, son muchos los tordos para que puedas apagar sus voces.

El búho, que siempre se posaba entre las ramas más altas de los árboles, la miraba con recelo, pues, bien que conocía las malas artes de que se valía la serpiente para capturar a sus presas.

-      Yo conocí hace mucho tiempo un búho que logró cantar mejor que esos tontos pájaros.

El búho fijó su atención en aquellas últimas palabras de la serpiente.

-      ¿Cómo ha dicho?

La serpiente repitió con mayor énfasis lo que consideró de interés para la rapaz nocturna.  Cuando vio que el interés del búho iba en aumento, dijo:

-      Ese búho se comía los pájaros cuyas voces quería imitar. Unas veces al tordo, otras al ruiseñor y así, según el gusto de cada mañana.

Al otro día el búho dio cuenta de un tordo. No bien se había sacudido las plumas del pico, comenzó a ulular, pero nada de asemejarse aquel sonido con el suave y delicado trinar de un tordo.

-      Es que sólo has comido uno, tienes que tragarte varios hasta que tu barriga se hinche de notas musicales.

Llevado por la ambición y la envidia, el búho fue cazando a todo tordo que se cruzaba en su camino.

Atizonado de pajarillos, el búho estaba tan pesado que no podía moverse y la rama en que se hallaba posado amenazaba con romperse.

-      Me siento muy mal, dijo el búho, creo que me voy a desmayar.

Dicho esto, la rama se quebró y el búho cayó con ella.

Abajo, la enorme boca de la serpiente lo cogió en el aire. Sólo la rama caída y unas cuantas plumas de búho quedaron bajo el árbol.

Wolfsschanze, marzo 5 del 2001.




LAS OVEJAS Y LOS PERROS



Un grupo de perros encargados de cuidar a unas ovejas, decidieron imponerles a éstas, llevados por su holgazanería, a  acudir a sus llamados apenas escucharan sus ladridos.

-      Nosotros ladraremos tan fuerte que ustedes escucharán donde se encuentren. Esa será la señal para que dejen de triscar por ahí y vengan a dormir. ¿Han entendido?, gritó uno de los ovejeros.

Las ovejas, temerosas, asintieron sin poner objeción alguna.

-      Y cuidado con decirle al amo que no las estamos cuidando, porque les aseguro que se arrepentirán.

Bajo estas amenazas; las ovejas eran puntuales a los llamados de los canes. Ellas retozaban y pastaban y los encargados de cuidarlas dormían a pierna suelta.

Unos lobos que observaban diariamente a las ovejas, se rompían la cabeza ideando la forma de atacar a las ovejas sin despertar la menor sospecha en los perros. Una oveja ingenua e indiscreta informó a los lobos de lo que habían dispuesto los perros.

Estos se dieron cuenta que ahí tenían a mano la oportunidad que buscaban. Una noche, mientras perros y ovejas dormían en el redil, los lobos se mezclaron con las lanudas y con sumo cuidado introdujeron bolillas de ceras en las orejas de éstas.

Al otro día, después de dormitar varias horas, los perros ladraron como de costumbre llamando a las ovejas.

-      Ya vendrán, dijo uno de los perros, siempre demoran, mientras tanto echemos otra dormidita.
Llegó la noche y el pastor fue en busca de su rebaño y sólo encontró unas cuantas ovejas, la mayoría habían sido devoradas por los lobos.
Los perros, apaleados y adoloridos, se lamentaban por lo sucedido.

-      Vaya desgracia la nuestra, como si no fuera suficiente con la paliza que nos han dado ahora también nos dejan sin comer, dijo un ovejero.

-      Nunca entenderé por qué estas tontas no acudieron a nuestros llamados como siempre.

En el monte, los lobos dormían plácidamente. También ellos se habían puesto cera en la oreja para que ningún ruido los despierte.

Agosto 28.





LAS ESTACIONES




Estaban discutiendo las estaciones sobre la importancia de cada una de ellas y tratando de ver quién era la más imprescindible.

-      Sin mis cálidos rayos, decía el verano, las plantas morirían y no habría lluvias, pues, soy yo quien calienta los mares para que el agua se evapore, se formen las nubes y éstas produzcan las lluvias. Así que considero que soy la estación más importante.

-      Te equivocas de cabo a rabo, amigo mío, dijo solemne el otoño. Si no fuera por mí, los árboles no mudarían sus hojas y se imaginan lo feo que se verían los bosques llenos de árboles cubiertos de hojas chamuscadas y envejecidas por el tiempo. Está de más decir entonces que mi importancia supera largamente la de ustedes.

El invierno, que escuchaba atentamente, se sacudió unos copos de nieve y levantando un dedo para darse importancia manifestó:

-      He escuchado con atención lo que se ha dicho aquí, y me ha causado gran asombro ver cómo el verano se atribuye para él solo la paternidad de las lluvias cuando también yo participo en ello. Por otro lado, si con mi poder no congelara las aguas no habría el hielo de los polos y entonces el agua de los mares crecería de tal manera que se inundaría toda la Tierra y por lo tanto todos los seres vivientes perecerían. Así que, si me lo permiten, quisiera tomar el cetro y la corona para declararme la estación más importante, y...

-      Un momento, interrumpió la primavera. Me extraña caballeros la irrespetuosidad con que he sido tratada, porque si no habéis reparado en que de los cuatro soy la única dama, pues, entonces os lo hago saber.

Dicho esto, la primavera tomó el cetro y dio a cada uno de los tres un bastonazo en la cabeza. Luego prosiguió:

-      Habéis hablado de lluvias, de hojas chamuscadas, de agua congelada, es decir, siempre de cosas materiales, pero nadie ha hablado de algo más importante que eso – y tocándose el pecho agregó - algo que hay aquí, en el corazón, y ese algo se llama amor.

Y otra vez el cetro fue a estrellarse en la cabeza de cada uno de ellos.

-      No son más que unos tontos. Vengan por acá.

Así, tomados de la oreja, el verano, el otoño y el invierno, se asomaron a la ventana del firmamento.

-      Miren, les dijo la primavera.

Y allá abajo, en la Tierra, dos pequeños ruiseñores juntaban sus picos, dos alegres mariposas revoloteaban alrededor de una azucena, dos ardillas corrían de arriba abajo por las ramas de un ciruelo, un pingüino cortejaba una pingüina y, a la sombra de un abeto, una pareja de enamorados dejaban escapar un sonoro beso. En ese instante la primavera pudo ver que de los ojos de las tres estaciones, gruesas lágrimas comenzaban a caer por sus mejillas.

-      Bien señores, dijo la primavera con tono indiferente.

Sin mediar palabra alguna, el verano le puso la corona, el otoño le alcanzó el cetro y el invierno le calzó unos bellos zapatitos de cristal adornados con unos lacitos multicolores.

Y así fueron desfilando
la primavera y sus pajes
a través del firmamento
permitiéndoles la reina
que asomaran su presencia
en la tierra y en el cielo
cada uno en su momento


Wartburg, setiembre de 1996.



  
EL PASTEL DE LA AMISTAD




Cuéntese que en un pueblo el cura del lugar llevaba varios años tratando de que cinco de sus feligresas limaran las asperezas que desde años atrás las traía enemistadas.

Enterada de que las mujeres en cuestión eran aficionadas a la buena comida, la mujer que cocinaba para la sacristía, díjole una mañana al cura:

-      Deme una semana, santo padre, y verá usted cómo hago que esas amargadas coman del mismo plato.

La buena mujer visitó a la primera de ellas, una regordeta que se llamaba Clorinda, cuyos viñedos eran tan famosos y mentados como su gordura.

-      ¡Qué quiere hacer un gran pastel para la sacristía!, Dijo la gorda.

-      Así es, contestó Magnolia, que así se llamaba la cocinera del cura, y para ello requiero de sus mejores pasas.

La segunda puerta en donde se estrellaron los nudillos de la mano de Magnolia fue en casa de la desmirriada doña Peta.

-      Cada día sus nogales lucen más bellos y aromáticos.

Magnolia abandonó la casa con la promesa de recibir una buena ración de las más grandes nueces que doña Peta misma bajaría de sus árboles.

A doña Josefina la encontró en plena labor.

-      Desde temprano dándole al molino mi querida Josefina.

A la molinera también le encantó la idea del pastel, aunque su curiosidad de roedor nocturno quiso saber los pormenores de aquel misterioso dulce.

-      Menos interroga el Señor y más perdones nos brinda. Ya los sabrá en su momento, así que vaya afilándose los dientes como ratón contento.

Luego de andar algunos kilómetros montada sobre una mula por el camino viejo, la pobre Magnolia estaba más molida que el trigo que caía bajo la noria de doña Josefina.

-      Bueno, válgame Dios que tanto esfuerzo por causa tan justa vale la pena. 

Y huevos como los que ponen las gallinitas de doña Inés, ni las gallinas del Diablo cuando en el infierno hay batahola.

-      Con una jaba será suficiente doña Inés. Estos huevos le darán al pastel el toque mágico que se requiere.

La mencionada doña Inés soltó los huevos con más facilidad de lo que lo hicieron las gallinas, pero su generosidad exigía un precio: saber para quién y para qué el pastel. Pero para batallar con zorros astutos y peliagudos nadie mejor que Magnolia quien con gran maestría supo apaciguar la curiosidad de la granjera.

Así, libre de ataduras, Magnolia partió hacia su último destino: los cañaverales de doña Facunda Ruiz y Mesías.

-      Unos granitos de su azúcar blanca abrirán cualquier puerta en el cielo cuando el Señor la llame a su lado doña Facunda.

-      No se preocupe doña Magnolia, para servir al Señor en la tierra como en el cielo, así que vaya poniendo este saquito sobre la mulita, dijo doña Facunda alcanzando una pequeña talega de azúcar a Magnolia.

Toda la tarde y hasta altas horas de la madrugada el cura vio a Magnolia en un ir de aquí para allá.

-      Ese horno no ha descansado en toda la noche, Magnolia, cuándo me dirás lo que te traes entre manos, preguntó el cura picado por la curiosidad.

-      Ya estamos listos, santo padre, usted no haga más que reunirme a esas cinco querellosas en el atrio de la iglesia y ya verá usted cómo en un santiamén estarán haciendo miguitas.

Más que por convencimiento terrenal y llevado por un pálpito divino, el cura citó a sus cinco ovejas conflictivas. El encuentro fue más picado que una tarde de toros.

Las cinco damas no sólo comenzaron a sentir la incomodidad de estar juntas sino que le intriga de saber el por qué habían sido reunidas allí las angustiaba sobremanera. El hielo que quebró cuando Magnolia apareció llevando un suculento y bien adornado pastel.

-      ¿Y eso?, exclamó el diácono mayor que había llegado de casualidad aquella mañana.

El cura miró a Magnolia y ésta dijo con solemne voz:

-      Quiero que estas distinguidas damas prueben este pastel y me den su opinión. Conocido es por todos que en cuestión de paladares, nadie como ellas para juzgar la buena sazón.

Halagadas por tan elocuentes palabras, las cinco damas clavaron diente en aquel amasijo de harina, asas, nueces, huecos y azúcar que, sin saberlo provenían de sus querencias.

-      Exquisito, dijo doña Peta

-      Magnífico, clamó doña Facunda.

-      Sabroso, tronó la voz de doña Inés.

-      Apetitoso, se expresó doña Josefina.

-      Delicioso, sentenció doña Clorinda.

El diácono que no quiso quedarse fuera de la repartición se engulló una buena tajada. Su veredicto fu determinante.

-      ¡Manjar digno de dioses!

Los ánimos, caldeados en un inicio, dejaron paso a risas estruendosas y bromas socarronas. El pastel preparado por Magnolia había surtido el efecto esperado por ella.

-      Tan buen pastel merecería ser bautizado con un buen nombre, dijo doña Facunda quien ya había dado cuenta de dos buenas porciones.

-      Me ofrezco a darle mi bendición de inmediato, se alineó el diácono mayor.

-      Pues, veamos qué nombre se ajusta más a su sabor, se escuchó la voz de doña Inés.

-      No es necesario que busquen nombre a quien nació con nombre propio, interrumpió Magnolia.

Todos se quedaron con porciones de pastel a medio camino y con la boca entreabierta.

-      Si señoras mías, prosiguió Magnolia, ya tengo el nombre: el Pastel de la Amistad, pues, como las nueces son de doña Peta, las pasas de doña Clorinda, la harina de doña Josefina, el azúcar de doña Facunda y los huevos de las gallinas de doña Inés...

Todas las presentes se miraron sin encontrar palabra alguna para tan inusual situación.

-      Habéis visto, señoras mías, cómo todas juntas han logrado dar vida a tan maravilloso prodigio culinario.

No se habló más aquella mañana y del pastel de la amistad sólo quedaron una migajas sobre la mesa que unas palomas, horas más tarde, hicieron desaparecer.

Cuando en el cielo nocturnal veíanse fulgurar infinitas estrellas, una sombra fantasmal atravesó las frías losas de la iglesia. Era el cura, quien luego de prender un cirio bajo la imagen de San Valentín, dio una plegaria por Magnolia.

Julio, 29 del 2001.