ÍNDICE
· La gallina vanidosa
· Las pulgas y el perro
· El ratoncito fanfarrón
· El espíritu del bien
· La fiesta de las virtudes
· Más vale un zorro que un tigre
· La unión hace la fuerza
· Una zorruna venganza
· Más sabe el diablo por viejo
· La riqueza y la pobreza
· Lección de honor
· Espinita
· Amigos inseparables
· Luna de miel
· San Bernardo
· El gesto del vidriero
· El cerdo y las ovejas
· La Verdad y la Mentira
· La oveja descarriada
· El cerdo arrogante
· Boby y los otros
LA GALLINA VANIDOSA
Convencida de que sus huevos eran los más cotizados de la granja, una gallina no cabía en su pellejo. Los gallos lanzaban sus cantos zalameros tratando de congraciarse con ella. En vano los galanes removían sus crestas, como los indios sus plumas en pie de guerra. La gallina se paseaba oronda a lo largo del gallinero hostigando con su actitud a las otras aves que no tardaron en reclamar al dueño de la granja un poco más de humildad de parte de la gallina vanidosa: “Si no es así, no pondremos un solo huevo y ya verá él con qué tortillas llenará su plato”, dijeron las rebeldes.
Ante tal actitud, el granjero habló reiteradamente con la gallina presuntuosa, pero ésta se negó a toda petición y continuó con su actitud, consciente del gran valor de los huevos que ponía.
Cierta noche, ya metido en su cama, el granjero discutía con su mujer el problema que le había ocasionado la gallina. La mujer se mostró muy práctica y le dijo:
-Cierra los ojos y pon en un platillo de la balanza un huevo de esa gallina engreída, y en el otro un huevo de cada una de las otras gallinas.
Al otro día el granjero no desayunó sus acostumbradas tortillas, pero disfrutó de un soberbio caldo de gallina.
LAS PULGAS Y EL PERRO
Se rascaba un perro afanosamente y dos pulgas salieron despedidas de su cuerpo.
-Lo que es yo, dijo la más pequeña, me volveré a subir sobre este peludo.
De tres saltos ya estaba nuevamente sobre el perro. La otra no dudó en seguirla y allí permanecieron. Una noche las pulgas fueron despertadas por un fuerte olor a humo.
-Oye, ¿qué sucede allá afuera que hay tanto humo?, interrogó la más grande.
-Saldré a averiguar, dijo la otra.
La casa se estaba incendiando. El perro, aterrado, trataba de alertar a sus amos; pero estos, que dormían en la segunda planta, no escuchaban sus ladridos.
-Oye amiga, dijo la pulga pequeña, si se quema nuestro amigo nos quedaremos sin casa.
Al ver que la otra no reaccionaba, la pulga pequeña abandonó su refugio y pasó por debajo de la puerta en donde el perro se hallaba encerrado. Sorteando las lenguas de fuego, el insecto entró en la habitación del dueño, se metió entre las sábanas y comenzó a picar con gran entusiasmo. Marido y mujer despertaron de inmediato. No tuvieron tiempo de rascarse, pues, ya la casa amenazaba con desplomarse.
-Vaya que si hasta le estrella más pequeña brilla en la oscuridad, dijo la pulga grande.
La otra sonrió satisfecha.
EL RATONCITO FANFARRÓN
Alardeaba un pequeño ratón de haber peleado con un gato el cual había querido comérselo.
-Y ¿Cómo hiciste para vencer a un animal tan grande?, preguntó el ratón.
-Parece increíble, pero te creo, dijo otro.
-¡Es todo un héroe!, dijo una ratona coqueta.
El pequeño valiente contó su hazaña con lujo de detalles:
-Y cuando lo tuve frente a mí, le di tal golpe que le hundí la nariz, luego lo tomé por la cola y lo arrastré varios metros y entonces...
La historia se truncó cuando otro roedor avisó que el gato de la casa asomaba su cabeza por ahí.
-No se alarmen, dijo un ratón que había escuchado tan fantástico relato. Allí está nuestro amigo quien acabará con ese gato inoportuno.
El gato ya se mostraba amenazador cuando todos los ratones dirigieron su mirada a su héroe, pero éste ya no estaba; para suerte de todos, el gato pasó indiferente, pues, ya había comido.
Debajo de un baúl, con las patas que le temblaban como resortes, el ratoncito fue sorprendido por los otros. Dijo que estaba buscando sus guantes de boxeo, nadie se comió el cuento.
Cada vez que alguien se encontraba con él, le decía socarronamente:
-¿Y, ya encontraste tus guantes?
EL ESPÍRITU DEL BIEN
En una aldea vivía una muchacha en compañía de sus padres. Desde niña, la joven dió muestras de caridad, pues, siempre se le veía recorriendo las aldeas vecinas en busca de algún enfermo a quien cuidar y socorrer. Sus padres vivían preocupados por temor a que la hija fuera a contraer alguna enfermedad infecciosa la cual le ocasionara la muerte. Muchas veces se le notaba acongojada y solitaria. Pasaban semanas sin que sus labios pronunciaran palabra alguna.
- Debes comer, hija mía, le decía su entristecido padre. Ya van muchas lunas sin que pruebes bocado.
La muchacha adelgazó considerablemente debido a la mala alimentación y a los esfuerzos que hacía por atender a sus enfermos. La madre también se mostró muy preocupada por el estado calamitoso de su hija, por lo que una noche le dijo:
- ¿Por qué no abres tu corazón y me dices cuál es la razón de tu dolor? Las mujeres somos más fuertes que los hombres en lo que a las penas del corazón se refiere.
Al ver que unas lágrimas anegaban los ojos de su madre, la muchacha le contó su tristeza.
-Hago todo lo que puedo para ayudar a los enfermos, pero muchos de ellos mueren en mis brazos querida madre. Cada muerto es una herida más en mi alma.
Un día en que la muchacha atendía a un joven que sufría fuertes dolores de cabeza, vio que éste se contorsionaba emitiendo unas palabras que ella no entendía. A los pocos minutos el muchacho murió; un espíritu abandonó su cuerpo bajo la forma de un hermoso mancebo. La muchacha quedó muy impresionada, pero el espíritu logró calmarla.
- Esta noche llegaré hasta tu lecho y fecundaré en tu vientre. Tendrás un hijo que te acompañará cuando visites a tus enfermos.
La muchacha no articuló palabra alguna y aquella noche se preparó a recibir a aquel espíritu misterioso. Algo en los ojos del muchacho le dijeron que su vida cambiaría desde el instante aquel en que concibiera un hijo suyo. Pasado el tiempo su vientre comenzó a hincharse, fue entonces que les contó a sus padres lo que le había sucedido. Conocedores de las virtudes de la hija, ambos aceptaron lo sucedido como la voluntad de Dios.
El niño nació y fue bautizado con el nombre de Matías, igual al que tenía el muchacho fallecido. Desde sus primeros pasos la madre lo llevó en sus peregrinajes: “Nunca quiere separarse de mí”, decía.
La muchacha descubrió al poco tiempo que los enfermos que socorría ya no se morían y que sanaban rápidamente, como si nunca hubieran estado convalecientes. Se percató también que el hijo balbuceaba algunas frases ininteligibles que le hicieron recordar las últimas palabras de Matías antes de morir. Hasta el día de su muerte, la muchacha siguió visitando a sus enfermos en compañía del hijo que, para asombro de todos, nunca envejecía. Un día la mujer enfermó, cuando agonizaba, los padres vieron que del cuerpo de la hija salía un espíritu bajo la forma de una linda moza. De pronto, el espíritu del hermoso mancebo apareció y, tomando la mano de la moza, se desvaneció junto a ella en la oscuridad de la noche. A partir de ese día, el pequeño Matías comenzó a crecer, llegando con el tiempo a ser un eminente curandero.
LA FIESTA DE LAS VIRTUDES
“Virtud ardua y trabajos para el género humano. El más preciado botín de la vida”
ARISTÓTELES.
Convocó Dios a una gran fiesta en el cielo y para ello invitó a todas las virtudes, las cuales presurosas, acudieron a las mejores modistas de la Tierra para confeccionarse sus vestidos. Un coro de ángeles acompañaron los carruajes que llevaban a las virtudes al gran salón que entre las nubes había acondicionado el Creador. La Gratitud hizo su ingreso llevando sobre sus hombros desnudos un velo rosa que hacía juego con su vestido; a los pocos minutos apareció la Pureza cubriendo su desnudez con un vestido blanco de raso. Cuando ya las estrellas fulguraban en el firmamento asomó en el salón la Humildad. Su vestimenta gualda arrancó un suave murmullo de las otras virtudes. Después le tocó el turno a la Fe y luego a la Templaza. Antes de la medianoche ya se habían sumado al cortejo la Caridad y la Largueza, las últimas en aparecer fueron la Esperanza y la Paciencia, quienes aprovechando los compases de las cítaras y los sistros agitados por las manos de unos serafines, improvisaron unos pasos de baile que dibujaron en el rostro del Creador una sonrisa.
Todas las virtudes lucían esplendorosas y alegres, embalsamando el ambiente con los más suaves perfumes. En todos los rincones del gran salón se escuchaban los más dulces cánticos entonados por un gran número de ángeles. Cada virtud recibió de manos de un querubín un ramo de flores. Algunos ramilletes, fruto de las travesuras de algún serafín, lucían lazos más vistosos que otros, lo cual produjo cierto escozor en las lenguas de las virtudes menos agraciadas quienes no tardaron en concentrarse en un rincón del salón, haciendo causa común en su actitud de descontento. De ahí que cuando llegó la medianoche encontró a las virtudes divididas en dos bandos.
Minutos después apareció en el salón un hombre delgado y harapiento preguntando si no había algo con que saciar su hambre. Todas las virtudes elevaron su voz de protesta.
- A ningún hombre vestido con esos ropajes se le debería permitir la entrada, dijo la Humildad.
- Esta fiesta es sólo para las virtudes y no para los hombres, se escuchó la voz de la Largueza.
Un barullo de protestas y tensión reemplazó la alegría y la serenidad reinante. El Creador permaneció en silencio observando el comportamiento de cada una de las invitadas. A una señal del Todopoderoso, un ángel tomó una trompeta de cristal, un sonido largo y agudo se escuchó, un silencio fúnebre se apoderó de todos los ambientes, hasta los luceros detuvieron su fulgor y los planetas su movimiento al ver el rostro austero del Creador.
- Mejor razón que el hambre no se puede esgrimir para tocar una puerta y pedir alimento, dijo el Creador. De qué largueza y humildad podemos hablar cuando nuestro egoísmo aflora por cada costura de vuestros costosos vestidos. ¡Qué atuendo más lujoso habéis traído hijas mías! ¡Y qué enjoyados lucen vuestros cuerpos! Diademas incrustadas con piedras preciosas, zarcillos de oro fino, pulseras de plata, collares, anillos y todo lo que lleváis no es más que pura ostentación. ¿Es qué acaso estáis compitiendo entre vosotras?
La mirada del Creador parecía traspasar el infinito. Las virtudes, cabizbajas, no atinaban a moverse de sus lugares.
- Habéis olvidado que todo lo sé. He escuchado cómo habéis ocultado el origen de vuestras prendas fomentando así la competencia entre vosotras. Vuestros corazones están impregnados con el veneno de la mentira. Y qué decir de los manojos de flores que ostentáis en vuestras manos. La avaricia ha hecho que ninguna de vosotras os desprendáis de lo que tenéis para compartirlo y aquellas que se han refugiado en aquel rincón sienten en su interior la mordedura de la envidia. Las que habían recibido los ramos de flores con lazos menos vistosos cruzaron miradas sin saber qué responder. Me parece increíble verlas separadas en dos grupos, mientras la Discordia sonríe por vuestra debilidad.
Un clima de incertidumbre y culpa invadió lo que horas antes había sido regocijo y quietud. Con un leve movimiento el Creador hizo desaparecer el piso del salón quedando las virtudes suspendidas en el aire. Los ángeles del cielo batían sus alas con la lentitud y la magia de una mariposa que busca la flor donde posarse.
Fue así como las virtudes, cabizbajas, vieron el caos y la desesperanza que reinaba sobre la tierra.
- A fin de cuentas, se escuchó nuevamente la grave voz del Creador, en vez de habitar en el corazón de los hombres os habéis apoderado de sus vicios dejándolos indefensos y a la deriva. De ahí que ese mundo de paz y amor que yo creé se ha convertido en ese otro que podéis ver desde aquí: mísero y caótico.
Luego de una pausa añadió:
- Como sois mis hijas yo os perdono. La fiesta para ustedes ha terminado.
Desposeídas por el creador de sus vestidos, una a una las virtudes descendieron de los cielos hacia la Tierra. Ya sólo con el hombre, Dios Dijo:
- Saciad tu hambre y regresa a donde yo os he puesto. Que tu corazón se abra a la virtud como se abre tu boca para recibir alimento.
Dicho esto, un séquito de querubines acompañaron al Creador en su tránsito hacia el infinito.
MÁS VALE UN ZORRO QUE UN TIGRE
Escaseando estaban las presas río arriba, por lo que un tigre, que cazaba en esa zona, decidió hacerle una visita al león que cazaba río abajo, lugar donde los antílopes, ñúes y gacelas abundaban todavía.
“No, será mejor que le organice una buena cena en mis dominios, así no sospechará el interés que tengo en estrechar mis vínculos con él”, pensó el tigre.
Acordada la fecha, el león, ya un poco achacoso y bastante sordo, apareció en compañía del zorro, quien desde hacía un buen tiempo se había convertido en su chambelán.
“Vaya que si es astuto el pintadito, pensó el zorro, atraerse para sí la amistad del león y luego compartir la cena, y yo qué comeré entonces, de seguro ya no quedará ni un hueso para pasarle la lengua”.
Iniciado el banquete lo que más abundó fue la oratoria del tigre, quien no dejaba pasar oportunidad para lamerle la melena al león llenándolo de alabanzas y cualidades que si el león hubiera tenido la audición normal de seguro se hubiera sorprendido. Pero el zorro no estaba dispuesto a dejar pasar por el tamiz nada que sirviera para extinguir los vínculos adversos entre el felino y el melenudo león. Cuando el tigre llegó a la parte final de su acicalado discurso, dijo así:
-Es en verdad un gran placer estar sentado a la mesa con tan noble amigo (noble anciano, tradujo el zorro) quien ha demostrado ser un buen comensal (muerto de hambre), dijo el zorro al oído del león. Ustedes los leones y nosotros los tigres tenemos cosas en común. Nos gusta comer bien, beber mesuradamente y charlar (el zorro tradujo glotones, borrachos y chismosos).
El león pateó la mesa y se marchó enfadado dejando al tigre sumamente confundido. Y así el zorro siguió disfrutando de lo cazado por el león.
LA UNIÓN HACE LA FUERZA
Una tarde en que el tordo comía los residuos de comida de los dientes de un cocodrilo, éste le dijo:
- Están escaseando los animales en esta época del año, así que desde ahora tendrás que ayudarme a conseguirlas.
- ¿Y qué puedo hacer yo?, preguntó el pájaro extrañado.
- Como tú puedes volar grandes distancias te será fácil elegir una buena presa, lo único que tendrás que hacer es acercarla a la orilla de este río. Ya encontrarás algún motivo, verás qué sencillo es engañarlos. Cuando vean que te paseas por mi boca escarbando entre mis dientes sin temor alguno, pensarán que estoy muerto. En el momento propicio te harás a un lado, del resto me encargo yo.
- Eso ni lo pienses, contestó el tordo, para mí sería doloroso engañar a otros y llevarlos a una muerte segura.
La voz del cocodrilo se agravó entonces:
-Un momento, amiguito, este mundo está hecho así y ni tú ni yo lo vamos a cambiar, así que acepta lo que te corresponde y no vengas a darme lecciones de ningún tipo. No olvides que comemos de la misma víctima. Y dime una cosa, ¿has sentido piedad por los animales que destrozo y de los cuales te alimentas día a día?
El tordo permaneció en silencio. Aquella noche las quijadas del cocodrilo trituraron huesos a su gusto. A la mañana siguiente, el cocodrilo permanecía en la arena con la boca abierta mientras el pequeño pájaro picoteaba entre sus dientes los restos de un jabalí
UNA ZORRUNA VENGANZA
Dentro de las diversiones diarias del león, nada lo ponía más contento que burlarse de los animales valiéndose de su ingenio. Fue así como el mono, el cerdo, la jirafa, el hipopótamo, el jaguar y otros tantos animales, convirtiéronse en blanco de sus mofas. Todos protestaban airadamente, pero nadie se atrevía a encararlo “Viejo mantenido”, chilló un viejo ratón, pero el león no lo escuchó.
El zorro guardó sus “perdigones” para el día aquel en que el león sería agasajado por ser el animal más majestuoso del reino. El festín fue organizado por un grupo de chacales adulones. Después de la opípara cena en la que el león estuvo a la cabecera de la mesa acompañado por la leona, el zorro fue el encargado de dar algunas palabras.
El zorro dio una extensa y prolija información de las actividades realizadas por la leona en su vida diaria: destacó sus cualidades como cazadora, como madre protectora de sus hijos, su destreza en la emboscada y... leona por aquí... leona por allá... y leona por acullá y que la leona dijo esto y que la leona dijo aquello... Y terminando su discurso, dijo el zorro como quien ha dejado de lado algo por no tener importancia:
- ¡Ah!, olvidaba mencionar que la leona ha venido acompañada de un león. Pasó mucho tiempo antes que el león se animara a burlarse de alguien.
MÁS SABE EL DIABLO POR VIEJO
Enterados de que ciertos árboles se hallaban cargados de frutos, un grupo de chimpancés cayeron sobre ellos como un enjambre.
- Arranquemos los mejores frutos y luego los juntaremos para llevárnoslos. Con eso tendremos para muchos días, dijo el que lideraba el grupo.
Los mismos ignoraban que cerca de ahí eran observados por unos gorilas.
- Tomémoslos por sorpresa de una vez y démosles su merecido, así aprenderán a no invadir nuestro terreno, dijo un gorila joven.
Un gorila viejo, el mayor de todo el clan, intervino entonces:
- Usa la cabeza muchacho, antes que la fuerza. No te das cuenta que lo que están haciendo es facilitarnos el trabajo. Por otro lado, mira las copas de aquellos árboles, están llenos de frutos carnosos, pero las ramas son tan delgadas que no resistirían nuestros pesados cuerpos.
Los otros gorilas comenzaron a reír.
- Ya entiendo, dijo el interpelado.
Cuando los chimpancés se dispusieron a partir con su valiosa carga, los gorilas aparecieron entre la espesa selva. Los chimpancés desaparecieron al instante.
LA RIQUEZA Y LA POBREZA
“La riqueza es como el agua salada; cuanto más se bebe, más sed da; lo mismo ocurre con la gloria”.
SCHOPENHAUER
“Eudemonología, III”
Se encontraron la Riqueza y la Pobreza en las claras y trasparentes aguas de un río a cuya margen derecha lucía un vistoso castillo y, a su margen izquierda, una humilde choza de pastores.
-Mal olor traes contigo, Pobreza, viniendo de donde vienes sólo te faltan las ovejas.
-Soberbia eres, Riqueza, pues tu vientre viene hinchado de comidas abundantes y bebidas olorosas. Ten cuidado, que yo puedo alcanzar a los que ahora son ricos y la desgracia es más honda para quien vivió en próspera riqueza y no olvides que es raro que un necesitado actúe con vileza, pues, ésta es propia de los ricos.
Discutieron durante largo rato, achacándose inquietudes, sinsabores, insultos y recriminaciones. Fue entonces que de las aguas del río surgió la Felicidad apaciguando la discordia reinante.
-Cesad esta vana discusión, pues, ninguna de vosotras logra calmar las angustias de los hombres. Yo huyo de la Pobreza, pero también tú, Riqueza, me provocas pesar y desazón moral, una holgada medianía de ambas es la condición que mejor se aviene conmigo.
El río siguió su curso dejando tras de sí un clima de paz.
LECCIÓN DE HONOR
“Iba a lidiar en campo el caballo valiente, pues su dueño a una dama no trató dignamente”.
ARCIPRESTE DE HITA
Habituado a los duelos en que su amo solía enfrascarse, un caballo de lidia se jactaba de su valentía en el campo de batalla y gustaba mofarse de un asno viejo y achacoso que a duras penas lograba llevar su carga.
El asno lo escuchaba sin hacer comentario alguno, pues, una vez que se atrevió a contestarle, el caballo le había propinado una fuerte patada que le había molido las costillas. Una tarde llegó el amo muy contento; había aceptado un reto donde se disputaría el amor de una dama y una gran suma de dinero.
- Confío en que sabrás darme la victoria cuando estemos en la arena, dijo el caballero acariciando la cabeza de su cabalgadura.
El caballo movió la cola de lo contento que estaba y el asno inclinó la cabeza pues, era él quien cargaba la montura, la lanza y todos los arreos para la brega.
Llegado el día, caballo y caballero entraron en la pista muy ligeros y engreídos, saludando a diestra y siniestra con aires de conquistadores.
El duelo fue rápido y violento, y el caballero ganó dama y dinero, pero el caballo quedó muy mal herido, la lanza del adversario lo atravesó por un costado. Tendido sobre la arena radiante parte de las entrañas de la bestia sangrante mostraban la gravedad del caso.
- No interesa, dijo el caballero, con este dinero podré comprarme mejores caballos que este infeliz.
Contra todo pronóstico, el caballo se recuperó pero no volvió a ser el mismo por lo que fue enviado a las faenas del campo: arar y traer leña; o a otras más duras en la noria o en la aceña. Al poco tiempo, sus patas, otrora tan fuertes, pelaron sus rodillas y se volvieron muy débiles. Cuando el asno lo vio después de mucho tiempo quedó asombrado al ver aquel animal con las ancas deformadas y la cerviz hundida.
El caballo al ver al asno quiso pasar inadvertido, pues, pensaba que este le devolvería las ofensas de otros tiempos. El asno fingió no reconocerlo y pasó al lado de él sin decirle nada, evitándole así cualquier humillación.
ESPINITA
Pastaba un mulo en la dehesa mostrando a todas luces su gordura, entre los pastos altos apareció la melena de un león, pero el mulo ni se inmutó.
- Hola, mulito, veo que tienes mucho apetito, dijo el felino con voz cantarina. El mulo no dudó, aquel fiero animal andaba de caza y no tardaría en ser víctima de su bravura.
- Hoy ha sido mi día de suerte, amigo león, pues, hace poco estuvo por aquí una hiena con intenciones de hacerme su cena, pero por temor a atragantarse con la espinita que se clavó en mi pata, desistió en su deseo y se marchó, dijo el mulo.
- No me digas, dijo el león mirando con interés las patas del mulo. ¿Y te molesta demasiado?
- Pues, la verdad que sí, no me deja caminar grandes trechos, dijo la bestia acongojada.
- No te preocupes y venga esa patita para sacarle esa espinita, dijo el león ignorante de la trampa en que el mulo lo estaba introduciendo.
- No veo nada, prosiguió diciendo el felino.
- Cómo que no, dijo el mulo, acércate un poquito más, pues, es una espina muy pequeñita.
Cuando lo tuvo en la mira, el mulo lanzó una coz dejando al león tendido, atontado y con la melena alborotada entre la hierba.
- Creías que me atraparías, león sinvergüenza. Pues, te equivocaste, la única espina que tenía es la que te he clavado en el cuerpo con mi pata.
El mulo se marchó. A pocos metros de allí una hiena seguía buscando los dientes que le faltaban.
AMIGOS INSEPARABLES
En un rancho, un ganadero había criado desde que era un cachorrito a un esbelto y hermoso coyote. Los gañidos y aullidos del animal sobresaltaban a los habitantes de los ranchos cercanos. Un ganso convivía con el coyote, son amigos inseparables, decía el ganadero orgulloso de haber logrado que el ave no temiera al cánido.
El ganso saltaba y hundía su aplanado pico entre el tupido pelaje del coyote, el cual con sumo cuidado, lo empujaba con una de sus patas buscando jugar con él sin herirlo. Una noche llegó el ranchero en compañía de otro ganso, el cual sobrepasaba en peso y estatura al otro. Los celos del primer ganso no se hicieron esperar y desde un primer momento buscó hostigar y maltratar a quien consideraba su enemigo.
El coyote se limitaba a observar el comportamiento de las aves; le llamó la atención que el recién llegado se mostrara tan sumiso con el otro, aun cuando sus fuerzas eran, a todas luces, muy superiores. Pero como todo tiene un límite, el ganso más grande perdió la paciencia y propinó tal paliza a su oponente que le quebró una de las alas. El coyote, al ver que su amigo era maltratado, se lanzó sobre el agresor y lo devoró en un instante. La fiera dormida había aflorado.
- ¡Qué extraño y agradable sabor tenía esta carne, dijo el coyote. No puedo negar que mi paladar nunca había probado tan rico manjar.
Al oír esto, el otro ganso vio que las enormes orejas de su amigo se habían puesto tensas. Sus ojos ambarinos brillaban como pequeñas luciérnagas en la noche. De un ágil salto, el coyote cayó sobre el ave. Unas plumitas sanguinolentas quedaron pegadas a su hocico.
LUNA DE MIEL
Los cánticos de un grillo molestaban a un escarabajo.
- Deja de hacer ese ruido agudo y monótono sino quieres que te dé una paliza.
El grillo, dando unos saltos, se puso fuera del alcance de aquel insecto negro cuyo cuerpo ovalado le inspiró terror.
- Yo no hago ruido, lo que hago es cantar para poder reunirme con una amiga, dijo el grillo.
- ¡Bah!, contestó el malhumorado escarabajo y se marchó.
Al poco tiempo, el grillo paseaba con su pareja cuando escucho unos lamentos que provenían de entre unas piedras.
- ¡Socorro!, Auxilio! ¡Ayúdenme!
Cuando fueron a ver, encontraron al escarabajo de espaldas, luchando por darse vuelta. El insecto sabía que en la posición que se encontraba sería presa fácil de las hormigas, de ahí su desesperación.
- Mala suerte, gordito, dijo el grillo. Veo que estás en apuros. Discúlpame que no pueda ayudarte, tengo que cantarle a mi amiga una canción y no quisiera perturbarte con mis ruidos agudos y monótonos, así que será mejor que me marche.
- ¡Qué! dijo la amiga del grillo. Vas a dejarlo así sin brindarle tu ayuda, sólo porque te has sentido herido por lo que te dijo. No te comportes como se ha comportado él contigo, si él es así, pues, tú no tienes por qué serlo.
El grillo quedó meditabundo un instante y después de pensarlo bien, ayudó al escarabajo a tomar su posición normal.
- Bueno, amigo, lamento lo sucedido y te agradezco la ayuda brindada, si algo puedo hacer por ti, no tienes más que pedírmelo.
- Claro que sí, dijo el grillo sonriente. Claro que sí puedes hacer algo por mí.
Al poco rato, el escarabajo volaba llevando sobre él a los dos grillos, como si fuera el anuncio de un amor eterno.
SAN BERNARDO
“Si no hubiese perro, no me gustaría la vida.
SCHOPENHAUER.
Dos alpinistas subían esforzadamente por la pendiente de un nevado en compañía de un perro San Bernardo; un barrilito de vino iba atado a su cuello. Cercanos ya a la cumbre, el mayor de ellos, dueño del perro, sufrió un tropiezo quedando con un pie torcido. Desesperado ante aquella situación y viendo que el clima se tornaba arisco amenazando un deslizamiento de nieve en cualquier momento, al otro alpinista lo invadió el temor y decidió huir.
El herido lo vio desaparecer entre una espesa capa de nieve y un bosquecillo de alerces. El cierzo helado que comenzaba a soplar tempestuosamente lo inquietó.
- Vaya amigo éste, dijo el herido, me abandona a mi destino sin siquiera despedirse.
El perro, que era halado de una cuerda cuesta abajo por el fugitivo, logro desasirse de su opresor y enrumbar hacia donde se hallaba el herido.
- Buen compañero eres, perrito. Este vino me viene bien ahora que la sombra de la muerte oscurece esta montaña. Pero ahora será mejor que te marches, pues, en cualquier momento caerá la nieve sobre este paraje.
El perro, haciendo caso omiso a la advertencia, colocó la cabeza sobre el pecho de su amo y se echó junto a él a esperar la muerte.
Minutos más tarde, el fugitivo fue envuelto por una avalancha, la misma que segundos antes había barrido con el amigo y el perro.
EL GESTO DEL VIDRIERO
Un anciano vidriero había labrado un próspero negocio de vidrios, en el cual empleaba a varios jóvenes, todos ellos trabajaban con mucho esmero buscando ganarse la confianza del patrón. Una mañana en que había que entregar un pedido a un cliente muy importante, el anciano llamó a uno de los jóvenes:
- Entrega este vidrio en esta dirección y confío en que sabrás cumplir con el encargo.
El muchacho quedó muy agradecido, tomó la carreta, cargó el vidrio y se marchó. En una curva difícil, una de las ruedas traseras golpeó con una roca y el carruaje se volteó haciéndose añicos el vidrio. Cabizbajo, el muchacho enfrentó al anciano.
Éste se limitó a guardar silencio. A los pocos días el viejo volvió a llamar al muchacho; para sorpresa de los otros jóvenes le dio el encargo de otra entrega.
El muchacho muy nervioso, cargó la carreta y partió. A las pocas horas, luego de una gran expectativa, el joven apareció muy sonriente con el recibo de entrega.
Ese gesto cambió la vida del muchacho, el anciano sabía que estaba en juego algo más que un vidrio.
EL CERDO Y LAS OVEJAS
Criábanse en una granja un cerdo y cinco ovejas, cuando llegó un día el dueño y ordenó que los ovinos fueran llevados a un ambiente para la esquila.
Fue tal el alboroto que se armó que los esquiladores las trataron con dureza. Al poco tiempo, el cerdo fue separado del grupo para ser sacrificado. Del lugar donde estaba pudo divisar a las ovejas s que nuevamente iban a ser esquiladas.
Otra vez se armó el escándalo. El cerdo, con lágrimas en los ojos, dijo:
- Id, ovejas tontas¸ sólo les sacarán la lana, mas sus carnes serán respetadas.. Pensad en mí que aguardando estoy el hierro del matarife que desgarrará mi piel para vender mi carne. Id tranquilas mientras yo, entregado a mi desgraciada suerte, seguiré gimiendo sobre mi cruel destino.
Durante la esquila nunca más hubo quejas de parte de las ovejas. Las palabras del cerdo, ya ausente, habían surtido efecto.
LA VERDAD Y LA MENTIRA
Dicen que entre los hombres más prolífica que la mentira, vive la verdad. Es por ello que un sacerdote, cuya fama de nunca haber mentido era harto conocida, salió en busca de la Mentira con el fin de desafiarla. Una vez que la hubo encontrado le dijo con grave acento:
- Sucia e infame eres ante los ojos de los virtuosos. Pero tienes frente a ti a un hombre cuya virtud principal es la verdad, y es con ella que te desafío a singular duelo.
La Mentira, altanera y astuta, le puso al religioso mil trampas para que cayera entre sus redes y dijera una falsedad, pero el sacerdote, siempre atento, contestaba dulcemente.
- Creo advertir bajo el velo que envuelven tus palabras el aguijón del escorpión.
Cansada y furiosa por no poder vencer a tan obstinado rival, la Mentira se marchó.
A pocos pasos le salió al encuentro la Verdad, quien sonriente le dijo:
- Ves como te he vencido embustera.
- Bah! Yo con mi arte recorro mil caminos mientras que tú no tienes más que uno solo, replicó la mentira.
- Sí, pero ese solo camino hace que nunca me pierda como frecuentemente te sucede a ti.
La Mentira, acostumbrada siempre a triunfar, no quiso aceptar su derrota y se marchó
LA OVEJA DESCARRIADA
“En verdad que no es voluntad de vuestro Padre, que está en los cielos, que se pierda ni uno solo de estos pequeñuelos”.
(Mateo 18: 14)
Debido a las frecuentes quejas de una oveja, un pastor llegó hasta el redil y le recriminó su actitud.
- Tienes comida asegurada y buen trato, y no haces más que quejarte todo el día, y todo porque de vez en cuando se te priva de tu lana.
La oveja siguió incitando a las otras ovejas a la rebeldía, argumentando que fácilmente se podría sobrevivir comiendo las hierbas del campo sin necesidad de perder la lana a cambio.
Cansado de tanta quejumbre el pastor decidió deshacerse del incómodo animal.
- Muy bien ovejita, tú ganas. Desde ahora eres libre de hacer lo que quieras. Veremos como sobrevives por ti sola.
El altanero ovino se marchó sin dar las gracias al pastor. Una mañana el ovejero sacó su rebaño a pastar, se toparon con un montón de lana sanguinolenta en la que se apreciaba también la degollada cabeza de la oveja rebelde.
Las otras ovejas no hicieron comentario alguno. El pastor comprendió que no había necesidad de decirles nada. Ya el lobo que se había comido a la oveja quejumbrosa les había dado una lección.
EL CERDO ARROGANTE
Una tarde en que el cerdo se hallaba comiendo en su chiquero, pasó un sapo y le dijo:
-Oye, gordito, por más que comas no podrás superar en tamaño al animal que habita en el pantano, ¡ji, ji, ji!, se marchó el sapo intrigante sabiendo que con sus palabras había herido la vanidad del cerdo.
Corriendo hasta el pantano llegó el obeso animal y grande fue su sorpresa al toparse con el hipopótamo.
- ¡Ah!, no, dijo el cerdo, nadie me quitará la satisfacción de ser el animal más gordo.
El porcino comenzó a comer más allá de lo que su cuerpo podía recibir y al poco tiempo era tanto su peso que no podía caminar.
- Caramba, dijo el dueño del animal, lo estaba guardando para una ocasión especial, pero creo que no habrá que esperar ya.
Cuando el sapo fue a molestar al cerdo una mañana encontró la chacra vacía.
BOBY Y LOS OTROS
A Carlos Ubillús Chávez.
Desde antes que naciera pensaron llamarlo Bob, pero cuando el médico que atendió a su madre lo cogió con sumo cuidado y se lo entrego al señor Rivas diciéndole “ agárrelo con cuidado porque es tan pequeño que puede perderse entre las manos”, todo quienes lo vieron comenzaron a decirle Boby. Y Boby lo llamaron todos en el barrio de santa Beatriz, donde en compañía de sus amigos, recorría las calles creando muchas veces el pánico entre los vecinos, sobre todo cuando se enfrentaban con otros grupos que no estaban dispuestos a que aquellos invasores galantearan a las más pintaditas del lugar, se orinaran en las puertas de sus casas, y sobre todo, que dejaran desparramados en medio de veredas y calzadas los tachos de basura, como solían hacer reiteradamente los palomillas de los colegios aledaños. Dejando de lado todo esto, Boby supo, a pesar de su corta edad, ganarse el respeto del vecindario por su valentía y astucia; más todavía, cuando sacando el bagaje de su bravura, enfrentóse a dos delincuentes que querían apoderarse del dinero de la venta del día, de don Pancho, aquel cholo obeso que ostentaba la mas surtida tienda del distrito.
“Ahí va Boby, mamá. El valiente”, decían los niños, cuando de la mano de sus madres, lo veían pasar. ¿Cuántos niños en sus sueños no fueron alguna vez Boby? Día y noche, sus verdes ojos permanecían vigilantes, más allá, de donde cualquier distraído podía ver. Mas fue un domingo de marzo, cuando Boby habría de poner a prueba su titulo de valiente. Fue aquella tarde en que el Gorras apareció en el barrio, magullando y jadeante. Por cortejar a la Pelusa, la hembrita del temido Pachín, este le había propinado tal paliza que si no hubiera huido a toda prisa, se hubiera contado uno menos en el barrio.
Papucho, Merco, Cako Y Charli, quedáronse mirando fijamente a aquel que durante años, a pesar de ser el más pequeño de todos, habíase convertido en el líder del grupo. Boby creyó descubrir en aquellos ojos inquisidores, fijos en él, que el enfrentamiento con el negro Pachín era inevitable, pues, estaba en juego su prestigio ganado en tantas peleas callejeras. ¿Qué sería de él en adelante si se hacía el desentendido? ¿Lo seguirían respetando aquellos que siempre habían dejado que él repartiera los botines obtenidos en incontables disputas? ¿Y la hermosa Susanita, aquella angelical rubiecita, hija del boticario, lo engreiría como lo hacía siempre? Percibió que el tiempo para tomar una decisión se le había acabado. Sin vacilación alguna, Boby y los otros enrumbaron por Torres Paz en busca de aquel bravucón que había osado maltratar al Gorras. El encuentro entre ambos, tan desigual por cuanto el Pachín doblaba en estatura al Boby, fue rápido y violento, llevando el Pachín la peor parte. Boby miró al vencido rendido y sangrante en la calzada; el rostro escondido en su derrota lo decía todo. La algarabía del séquito del Boby era incontenible. Su entrada triunfal en el barrio provoco la curiosidad de todos. Boby se detuvo frente a la casa de Susanita, quien al verlo de su ventana, corrió a curarle las visibles heridas. A los pocos segundos, el padre de la muchacha apareció llevando en la mano un pesado garrote. Boby y los otros, al verlo, emprendieron veloz fuga. El Gorras quedose rezagado del grupo, recibiendo un garrotazo en las patas traseras, confundiéndose con su desgarrador aullido; los gritos del enardecido farmacéutico que no cesaba de repetir: “No los quiero ver cerca de mi hija, perros del demonio”.