GRATITUDES


En el Corán, Surat VIII 57-60, se lee… “Las peores bestias, ante Dios, son los ingratos, pues ellos no creen; (…) Dios no ama a los traidores”. Ya el Dante se lamentaba de la ingratitud en el exilio. En su Epístola XII, dirigida a su amigo Feruccio de Manetti Donati, el autor de la Comedia se lamenta de las indignas condiciones que las autoridades florentinas exigían a los desterrados para regresar a Florencia. ¿Es ésta la graciosa revocación con que es llamado a su patria Dante Alighieri, que ha sufrido exilio durante casi tres lustros? ¿Esto ha merecido su inocencia a todos manifiesta? ¿Esto el trabajo continuo y el estudio? (…) ¡Lejos esté de un hombre que predica la justicia que, habiendo padecido injurias, pague de su dinero a quienes le injuriaron como si fuesen [ciudadanos] beneméritos! (…) No es éste padre mío, el camino de vuelta a la patria (…) Jamás entraré en Florencia.(…) seguro estoy de que no ha de faltarme el pan”.


La ingratitud golpea el corazón de todos; en algunos, aquellos de sensibilidad adusta, la herida se escara en poco tiempo; en otros, esas llagas permanecen imborrables a través de los años, como una ortiga amarga que de vez en cuando hinca nuestra memoria con su hiel ponzoñosa. No he sido ajeno a estos golpes, he recibido muchos y de gran calibre, pero, a pesar de ello, nunca he cerrado la mano a quien me la ha solicitado.


Quiero expresar mi gratitud a tres personas que han hecho posible la creación de este blog, libro de la modernidad que me permite llegar a un gran número de lectores que se resisten a vivir en las sombras de la ignorancia, esa asesina de mentes libres que durante mil años esterilizó el pensamiento del hombre medieval. “Nada hay más espantoso que una ignorancia activa”, sentencia Goethe.


Mi agradecimiento a Tatiana Vega Valencia, que tuvo la paciencia y la tenacidad, propia de su juventud, para batallar durante tres arduos años entre manuscritos, apuntes, fichas y estantes abarrotados de libros para poder consolidar en la computadora, parte del trabajo intelectual que me ha ocupado por más de cuarenta años; ella también es la responsable de un gran número de fotografías que conforman este blog.


A Sergio Villanueva Valdivia, inquieto, creativo y generoso como una mano extendida hacia el cielo, quien fue el gestor de este blog, fue él quien me impulsó (tan reacio yo) a entrar al mundo de la informática (así podrás llegar a un gran número de lectores) me dijo una tarde de esas en que la amistad se reviste de fraternidad y cariño inefable.


Por último, a Milagros Mora, quien hasta hoy, cual empecinado Sancho quijotesco, me acompaña en esta cruzada cultural con la que sueño día a día. Sus frecuentes desvelos y trasnochadas hacen posible que semana a semana se incrementen las páginas de este blog. Sus palabras de aliento, su amistad inmarcesible y, hasta sus frecuentes regañinas, levantan mi ánimo cuando me siento oprimido por este mundo de modernidad asfixiante, por este acontecer tan ajeno al de mi niñez tan llena de aventuras y ficciones que en mi mente introdujeron hombres como Salgari, Dumas, Verne o Dickens y otros tantos creadores de historias, verosímiles o inverosímiles, que hasta hoy perduran en mi vida.


Wolfsschanze, marzo 27 del 2011.


Guillermo Delgado.

jueves, 7 de octubre de 2010

LIBRO EL ANGELITO DE LA GUARDA




ü  LA RAZÓN DEL ÁRBOL
ü  LA CAMA MÁS CÓMODA
ü  EL VIOLÍN DEL DIABLO
ü  BONITO E CHICOTITO
ü  PAAZUMA, DIOS DE LA LAGUNA
ü  EL ANGELITO DE LA GUARDA





LA RAZÓN DEL ÁRBOL



Viéndose amenazado por un elefante, un árbol gigantesco le increpó su actitud.

-No es justo que por alimentarte con algunas de mis hojas frescas, tengas que arrancar mis raíces valiéndote de tu fuerza descomunal.

-No encuentro en tus palabras razón alguna que me haga cambiar de opinión, así que seguiré en lo mío, dijo el elefante dispuesto a traerse abajo al árbol.

-Pues, yo te daré una muy convincente, dijo el amenazado.

Fue entonces que narró al paquidermo la siguiente historia.

En una isla muy lejana vivía hace muchísimos años un monarca que debido a su vida disipada, fue castigado por la ira de sus dioses quienes dispusieron que su reino fuera destruido. El monarca poseía una paloma a quien acostumbraba contarle sus alegrías y sus tristezas.

-Todo será destruido, querida amiga. Debo afrontar las consecuencias de mi desenfreno, ya es tarde para arrepentirse. Pero como no quiero que mi reino desaparezca para siempre, quiero que lleves contigo esta semilla y la dejes caer en terreno fértil. La paloma abandonó la isla y luego de recorrer miles de kilómetros, dejó caer la semilla en un lugar boscoso. La simiente rodó por una pendiente y fue a parar en la madriguera de una libre.

-Sabroso fruto, dijo el roedor, qué lástima que recién haya comido. Pero lo esconderé en lugar seguro y después lo mandaré a la panza.

Un mono que descansaba en la copa de una acacia vio a la liebre esconder su tesoro y no vaciló un instante en apoderarse de la semilla. De regreso a su lugar de descanso, el mono decidió echarse una siesta y colocó la simiente en el hueco del árbol. Una ardilla que merodeaba por allí encontró aquel manjar delicioso por lo que se apresuró a tomarlo.

El mono despertó y persiguió a la ardilla, quien para protegerse, buscó la parte más alta del árbol, aquella donde las ramas delgadas no podrían sostener el peso del mono.

Viéndose libre de su perseguidor, la ardilla se dispuso a engullirse la semilla; pero en ese instante una sombra plumífera cortó el aire y tomó a la ardilla con sus poderosas garras.

Un águila de cabeza blanca había visto a la ardilla mientras huía del mono. En su inútil lucha por zafarse de aquellos garfios que penetraban su frágil cuerpo, la ardilla dejó caer la semilla que fue a dar a este lugar dándome la vida.

El elefante quedó atónito ante aquel final inesperado y no esperó escuchar una palabra más. Toda aquella odisea para dar vida a aquel árbol justificaba su existencia.

Wolffschanze, Abril 15 del 2001.





LA CAMA MÁS CÓMODA


Un hombre enviudó muy joven y quedó solo al cuidado de su hijo al cual, ante la ausencia de la madre, prodigó de amor y de cuidados.

- A partir de hoy, hijo mío, dormirás en esta cama que es la más cómoda. Yo dormiré sobre esas tablas, dijo el padre al muchacho que recién salía de la pubertad.

Desde ese día el niño disfrutó de buenas mantas y de un placentero jergón en el cual pasaba echado casi todo el día. Pasaron los años, uno tras otro, hasta que el padre fue envejeciendo, pero siempre cumpliendo con el duro trabajo de herrero. El hijo, dedicado a la vida disipada y a la holganza, había entablado relación con una muchacha de la cual tuvo un hijo. Como la chica decía no amar al padre, lo dejó plantado y se marchó dejando al niño con su padre.

Así quedaron en la casa el padre, el hijo y el nieto. El niño fue creciendo y adquiriendo las mismas artes de holgazanería del padre, provocando la ira del abuelo.

- Todo el día estás echado en esa cama, dijo el anciano, vas a cumplir cuarenta años y nunca has trabajado, ese es un mal ejemplo para mi nieto.

El hijo ni se inmutó y seguía echado en su cómoda cama, pero como el anciano continuó reprochándole su actitud, le contestó:

- Pero para qué voy a trabajar, padre, si con lo que usted gana nos alcanza para vivir cómodamente: Usted, yo y su nieto.

El muchacho, que ya había cumplido los quince años, escuchaba atento la discusión sin intervenir. Al poco tiempo el anciano, minada su salud por el excesivo trabajo, falleció, dejando la herrería en manos del hijo.

- ¡Mal rayo me parta! Ahora tendré que pasarme todo el día dándole a la fragua y al yunque, dijo el padre del muchacho.

Cuando regresó a la casa después de los funerales del anciano, el hombre encontró a su hijo echado en la cama que durante más de cuarenta años le había servido a él de reposo.

- Desde mañana irás conmigo a la herrería. Cuatro brazos servirán mejor que dos, díjole al muchacho.

- Para qué, contestó el hijo, con lo que ganes nos alcanzará para vivir con holgura, mientras tanto podré disfrutar de la cama más cómoda y tú de tus tablas.

Agosto, 17 del 2001.






EL VIOLÍN DEL DIABLO

En una feria de pueblo, un gran número de personas se habían aglomerado alrededor de un vendedor de baratijas quien poseía un violín que, según él, había pertenecido al mismo diablo.


- ¿Y a cuánto vende el diablo ese violín?, preguntó en son de broma uno de los parroquianos.

El vendedor sin inmutarse por las bromas de que era víctima, siguió hablando sobre aquel instrumento.

- Yo lo heredé de mi padre y éste de mi abuelo quien a su vez lo recibió de mi bisabuelo y así ha sido siempre por generaciones que se pierden en la memoria.

- ¡Bah!, ese violín no tiene nada de mágico, es sólo un violín y nada más, gritó un hombre canoso quien parecía ser un experto en música.

El vendedor lo miró fijamente y luego dijo:

- Se equivoca usted amigo. En mi pueblo lo llamaban el Violín del Diablo porque cada vez que la luna aparecía tocaba solo. Cuando eso sucedía los habitantes de mi pueblo se llenaban de espanto y las mujeres se encerraban en la iglesia a rezar sus Padres Nuestros y Avemarías.

Luego de varios minutos en que el vendedor no cesaba de discursear sobre el instrumento en cuestión, un hombre de aspecto mesurado preguntó:

- ¿Cuánto quiere por ese violín, amigo?

- No está en venta, señor, dijo el vendedor.

- Le daré lo que usted pida y no se hable más, dijo el hombre en tono decidido.

Ya con el violín en la mano, el nuevo propietario dijo a todos los ahí reunidos.

- Hoy día hay luna llena y les aseguro que este violín no sonará a menos que alguien lo toque. Todos ustedes me conocen, yo no creo en ningún tipo de supersticiones y eso de que el violín toca solo no son más que supercherías de este farsante, así que vayan a sus casas y duerman tranquilos que yo sabré guardar este violín.

Aquella noche ninguno de los habitantes pudo pegar los ojos invadidos por el temor de que los acordes del Violín del Diablo rompiera el silencio sepulcral que se había apoderado de las calles del pueblo. El único que dormía plácidamente era el nuevo propietario del tan controvertido instrumento.

Unos pasos más allá, el violín descansaba encerrado en un armario bajo llave y sin ninguna de sus cuerdas puestas.

Wolffschanze, Marzo 29 del 2001.





BONITO E CHICOTITO

Las últimas remesas de esclavos llegaron al Perú provenientes de ultramar hacia 1816. La abolición de la esclavitud negra se produciría treinta y ocho años después, exactamente en diciembre de 1854. De ahí que los propietarios y hacendados tuvieron que resignarse a contar sólo con los esclavos que ya tenían y cuidarlos como oro.


Ya en 1821, el General José de San Martín había decretado que toda persona introducida subrepticiamente como esclavo en el Perú sería automáticamente libre.


También los chinos tuvieron que sufrir la ignominia que representó la esclavitud, pues, sabido es que no sólo eran obligados, al igual que los negros a trabajos forzados, sino que también debían sufrir los severos castigos que les infringían sus amos.

Aquellos negros cuando eran capturados, debían ir preparando la espalda para sentir la mano castigadora del amo. Para un esclavo que hubiese fugado por tres días, el castigo previsto era de cien azotes y un día en el cepo. En casos peores se preveía la castración e incluso la muerte. Pero, no todo fue crueldad, pues, algunos negros y chinos disfrutaron del aprecio de sus amos, guardando, eso sí, las distancias del caso.

Tal fue el caso del chino Kochoy y del negro Diómedes Domingo, esclavos ambos de don Nicanor Josefo Sánchez Calderón de Romero, joven rico y agraciado que había heredado una gran fortuna de un tío lejano que no teniendo heredero conocido, optó por endosar todas sus riquezas al afortunado Nicanor.

El muchacho, inmaduro y algo libertino, no tardó en despilfarrar una buena parte de aquello que había obtenido sin esfuerzo alguno. No había garito ni burdel en Lima en el cual Nicanor no hubiera puesto los pies. Su vida disipada era observada con discreción por Kochoy y Diómedes Domingo: encargado de preparar los mejores manjares para el amo, el primero, y servirle de cochero y paje, el segundo.

Pero de un momento a otro la vida de Nicanor Josefo dio un giro tremendo y de la noche a la mañana se convirtió en un santo. Dejó de beber y de timbrar y desapareció de las casas de placer llegándose a pensar que había muerto. Se había enamorado de una linda españolita que no hacía más de un año que había anclado en Lima, en busca, según decían las malas lenguas, de un buen partido con quien echar raíces.

Una noche en que el negro y el chino se echaban unas agüitas aprovechando la ausencia del amo, sintieron un terrible portazo y luego unos gritos que provenían de labios de Nicanor. Los ojos inyectados y los hilillos de baba que emanaban de su boca por las comisuras evidenciaban el estado furibundo en que se hallaba.

- Qué se habrá creído esa chapetona, venir a vapulearme por otro español igual que ella, vociferó Nicanor ya fuera de sí, mientras de un puntapié hacía volar la mesa donde Kochoy y Diómedes Domingo habían estado libando.

- ¡Ajá! Así que chupándose mi vino no, ahora van a ver mugrosos.

Ya con el rebenque en la mano, Nicanor la emprendió a latigazo limpio con los desesperados esclavos que sólo atinaban a dar vueltas como leones de circo. Después de unos minutos, agotado por la persecución y el azote, el decepcionado galán cayó rendido. El negro y el chino lo miraban aterrados mientras trataban de calmar las partes afectadas por el castigo. De repente, Nicanor se puso de pie y dijo con estentórea voz.

- Tráiganme una soga, carajo.

Al escuchar aquella orden el negro se puso pálido y al chino se le cerraron más los ojos, esa soga no podía tener otro fin que el pescuezo de aquellos que se habían atrevido a beberse el vino del amo. Ambos condenados se miraron sin saber si escapar de aquel lugar o resignarse a su mísera suerte. Otro grito tan fuerte como el primero pero en el que ahora se hacía mención a la madre de Diómedes obró el milagro de que el chino apareciera con la cuerda solicitada.

- Cuelga esa soga de la viga del techo, le ordenó Nicanor al chino.

Diómedes Domingo se pasó la mano por el cuello. No había nada que hacer. El colgamiento empezaría por él y de seguro seguiría con el pobre chino quien ya se mostraba lloroso. Para sorpresa de ambos, Nicanor comenzó a vociferar que la única forma de arrancarse a la española que lo había rechazado era...

- A golpes, carajo, a golpes me la van a arrancar. Así que átenme las manos de una vez y a meterme chicote.

Como ninguno de los dos esclavos estaba decidido a llevar a cabo aquella orden que consideraban de lo más absurda, Nicanor les dijo:

- O ustedes o yo, escojan.

Esas palabras resultaban convincentes a oídos de la mula más terca y más para ellos acostumbrados al calor de las cuerdas del rebenque. El chino, experto en atar caballos del amo al carruaje, hizo un nudo tal que ni el propio diablo podría desatar.

- Lamo ta loco, dijo el chino en su media lengua.

- ¡Uyuyuy, contestó el negro lamiéndose los belfos.

Firme y rígido como un palo y con los brazos en alto, Nicanor ordenó:

- Vamos, negro, toma el látigo y dame doce latigazos con toda tu alma.


- No, no, no, no, señó, dijo Diómedes Domingo.

- Mira, negrito, si no me haces caso te juro que te torceré el pescuezo con mis propias manos. Así que mejor obedeces de una vez, dijo rabiando Nicanor.


El negro miró al chino como buscando su aprobación. Este se encogió de hombros y Diómedes Domingo comenzó a latiguear. A cada azote el negro blanqueaba los ojos y miraba al techo. Uno, dos, tres...doce latigazos y el negro seguía dándole con la fuerza con que le daba al caballo.


- Ya, para negro, dijo Nicanor, es suficiente.


Pero Nicanor se había olvidado que el negro Diómedes Domingo no había pisado jamás una escuela y que por ende no sabía contar, de ahí que siguiera estirando el brazo con mucho entusiasmo.


- Basta negro, basta te he dicho, repitió Nicanor quien ya daba muestras de dolor.


Non, señó, bonito e chicotito, dijo el negro esbozando una pícara sonrisa, y la solfa continuó con mayor alegría de parte de los verdugos.


- Ya la mano dei nerito etá carientita. Rico chicotito, rico.

Y el látigo cortaba el aire y como cola de diablo impactaba en la espalda del pobre y dolorido Nicanor cuya camisa amenazaba rasgarse por acción del látigo. Los gritos, maldiciones y amenazas de parte del amo a los esclavos resonaban en la habitación donde ya pequeños coágulos de sangre manchaban las paredes.


- Rico chicotito, rico chicotito, gritaba Diómedes Domingo sumamente sudoso y extenuado.

- Chinito quiele chicote, musitó el chino Kochoy en la oreja del negro Diómedes Domingo.


Cuando el chino gritaba eufórico “Uno, do, tle” y azotaba sin piedad, ya Nicanor había perdido el conocimiento y todo su cuerpo, bañado en sangre, oscilaba de un lado a otro, siguiendo la dirección del golpe lanzado. Cuando descolgaron a Nicanor Josefo Sánchez Calderón de Romero, los vecinos se convencieron que hacía horas que había muerto como consecuencia de la azotaína recibida. Diómedes Domingo y Kochoy fueron ahorcados a las pocas horas sin juicio alguno.


Contaban algunos negros esclavos en los socavones que Diómedes Domingo hasta el último momento seguía pronunciando la famosa frase “bonito e chicotito”.




            PAAZUMA, DIOS DE LA LAGUNA

 
En los primeros tiempos de la creación el lecho donde yace el lago Titicaca fue un valle fértil donde las frutas colgaban de los árboles atrayendo no sólo a los hombres sino también a los pájaros, quienes con sus picos macizos y agudos se las ingeniaban para gozar de la miel deliciosa que brotaba en cada picotada. Desde ese paraíso terrígeno el viejo dios Paazuma dictaba los destinos del Universo. Pero llegó el día en que los hombres se olvidaron de las leyes que los regían y sus conductas cayeron en desgobierno provocando la furia de Paa zuma, quien veía en esas acciones una notoria rebeldía a su autoridad.


Una tenue lluvia fue aumentando progresivamente hasta desencadenar en un diluvio incontenible. Cuando el sol asomó, ya el hermoso y fructífero valle yacía sepultado bajo las aguas. A los pocos días veíase flotar unas pequeñas islas entre las aguas turbulentas que aún se resistían a permanecer encerradas entre las montañas que rodeaban el valle. Largos juncos se habían desprendido por efecto del agua que había podrido sus raíces. Por efecto del vaivén de las aguas, los tallos de estos juncos, flexibles y livianos, habían ido entretejiéndose hasta formar amplias bandas que dieron forma a la isla. Sobre aquel cúmulo de juncos sobrevivió una estatuilla en la cual se apreciaba la figura de un puma en toda su belleza.


La figura totémica del animal, protectora de los hombres que sucumbieron al desastre, hubo de convertirse en piedra para no morir. Los hombres venideros bautizaron al inmenso lago con el nombre de Titicaca Cocha, que en la lengua de los hombres de hoy significa el Gran lago del puma de piedra. Y los hombres que vinieron después de los hombres venideros cuando se internaban en el lago, veían una ciudad en las profundidades ayudados por la tenue luz lunar. Pero sólo cuando los hilos de oro del astro se sumergían en las límpidas aguas del lago, los audaces balseros podían ver la ciudad en su majestad fantasmagórica. El tañido de una campana era el preámbulo de un espectáculo que los curiosos no podían desdeñar. Era el momento en que con toda claridad se podía percibir las figuras de extraños seres transitando por las rugosas calles. Los más osados, aquellos que se atrevieron a sumergir sus cabezas en el interior del agua para ver mejor, sostuvieron titánicas luchas con los habitantes acuáticos que intentaban sumergirlos en aquel reino de muertos.


Algunos no tuvieron suerte ni fuerzas para contrarrestar aquel poder misterioso y se perdieron en la inmensidad del fondo lacustre. En vano trataron de rescatar sus cuerpos, pues, la visión de la ciudadela duraba muy poco y en breve tiempo el agua se cristalizaba entre el paso del sol y la llegada de la luna. Un rugido nocturno anunciaba el duelo de los afligidos deudos.

Wolffschanze, Octubre 2 del 2000.





EL ANGELITO DE LA GUARDA
Cuando Maguito se fue a dormir, ya Gabrielito, su Angelito de la Guarda, lo estaba esperando. Maguito no podía verlo, por eso cuando su madre le pidió que dijera sus oraciones él no miraba a los pies de la cama donde se hallaba el angelito sino hacia arriba, donde el blanco techo semejaba, en su fantasía, el cielo matutino.

- ¿Cómo dices que se llama mi angelito, mamá?, preguntó el niño ya algo somnoliento.

- Gabrielito, contestó la madre. Y tiene dos bellas alitas rosadas y su cabello es rubio y ensortijado.

El Angelito de la Guarda se quedó sorprendido, pues, sin explicarse cómo, la madre lo había descrito como en realidad era.

El niño comenzó de nuevo. Ahora su voz cantarina se unió al susurro de la madre que buscaba que el hijo se durmiera de una vez.

- Gabrielito, estrellita de mi suerte, cuida que cuando yo duerma, mi sueño sea tranquilo y nadie me despierte.


No bien el niño terminó sus oraciones, la madre lo besó y apagó la luz de la habitación al salir.

Maguito permaneció en silencio durante algunos minutos. Cuando el Angelito de la Guarda lo vio profundamente dormido, tomó uno de los cuentos que había en un librero cercano a la cama y se puso a leer. Apenas había leído tres páginas, cuando vio que su protegido se movía de un lado a otro.

- Vaya, parece que tenemos problemas, dijo el angelito dejando el libro y colocándose al lado de la cama del niño.

- Fuera de aquí, lárgate, no me dejas dormir.

El Angelito de la Guarda retrocedió unos pasos, sumamente contrariado; pero después se dio cuenta que el niño no se dirigía a él, sino a alguien con quien estaba soñando.

- Bueno, habrá que investigar, dijo el ángel.

Envuelto en una nube que bajó del cielo, el Angelito de la Guarda penetró en el desconocido mundo de los sueños.

- ¡Ajá!, dijo el ángel, ya en el sueño del niño, lo que imaginaba.

Maguito se hallaba discutiendo con un gato blanco. Ubicado en la parte alta de un tejado vecino, el minino no cesaba de emitir sus insoportables maullidos, provocando la desesperación del niño, cuyos ojos enrojecidos, reflejaban el sueño que lo embargaba.

- No te preocupes amigo, yo me encargaré de este gato, dijo Gabrielito.

El niño lo miró sorprendido.

- Oye, y tú quien eres. Y esas alas rosadas y esos cabellos rubios ensortijados...

- Ya, ya, después contestaré todas sus preguntas, pero primero habrá que deshacernos de ese gato antipático. Por ahora sólo te diré que soy tu Angelito de la Guarda. Me llamó Gabrielito.

Luego de darse un abrazo, ambos guerreros se prepararon para el combate. Muñecos de trapo, cubos de rompecabezas, restos de carritos, soldaditos de plomo y todo lo que estaba al alcance de Maguito y el ángel, fue a estrellarse contra la verja donde el inoportuno gato trataba de esquivar los proyectiles. A pesar de la improvisada artillería, el felino no desistió.

Fue entonces que, ante el asombro del niño, el angelito agitó sus alas y en un instante se plantó frente al gato quien huyó lo más rápido que pudo.

La fuerte impresión de ver a aquel pequeño alado que agitaba las alas como una gigantesca mariposa fue demasiado para sus ímpetus.


A pesar que la sorpresa del niño fue como la del gato, el sueño lo venció y no tardó en quedarse dormido.

Al otro día, muy temprano, la madre regresó al cuarto del niño y encontró todo un alboroto. Soldados de plomo retorcidos, cubos de rompecabezas, muñecos de trapo y un sinnúmero de juguetes se hallaban desperdigados por el suelo. Ligeras huellas en las paredes eran el mudo testimonio de una batalla descomunal donde dos de los participantes se habían desvanecido durante la noche y el otro descansaba plácidamente envuelto entre sábanas blancas.

La madre, sumida entre el espanto y el asombro, recogió uno a uno los juguetes; cuando terminó aquella ardua labor, no salía de su desconcierto.

Cuando Maguito despertó, preguntó a su madre por el paradero del angelito con el que había combatido al gato.

- Le lanzamos con todo, mamá, pero tú crees que se marchó, nada, fue sólo cuando Gabrielito voló hasta la reja en que el gato se marchó.

La madre se sentó al lado del niño y lo apretó contra su pecho.

- Claro, hijito, claro. Tu Angelito de la Guarda siempre cuidará de ti, dijo la madre mirando las ralladuras largas y paralelas que sobre la pared del cuarto subían desde la parte baja hasta el techo como si un gato hubiera trepado por ahí.

Wolffschanze, Diciembre 24 de 1999.