GRATITUDES


En el Corán, Surat VIII 57-60, se lee… “Las peores bestias, ante Dios, son los ingratos, pues ellos no creen; (…) Dios no ama a los traidores”. Ya el Dante se lamentaba de la ingratitud en el exilio. En su Epístola XII, dirigida a su amigo Feruccio de Manetti Donati, el autor de la Comedia se lamenta de las indignas condiciones que las autoridades florentinas exigían a los desterrados para regresar a Florencia. ¿Es ésta la graciosa revocación con que es llamado a su patria Dante Alighieri, que ha sufrido exilio durante casi tres lustros? ¿Esto ha merecido su inocencia a todos manifiesta? ¿Esto el trabajo continuo y el estudio? (…) ¡Lejos esté de un hombre que predica la justicia que, habiendo padecido injurias, pague de su dinero a quienes le injuriaron como si fuesen [ciudadanos] beneméritos! (…) No es éste padre mío, el camino de vuelta a la patria (…) Jamás entraré en Florencia.(…) seguro estoy de que no ha de faltarme el pan”.


La ingratitud golpea el corazón de todos; en algunos, aquellos de sensibilidad adusta, la herida se escara en poco tiempo; en otros, esas llagas permanecen imborrables a través de los años, como una ortiga amarga que de vez en cuando hinca nuestra memoria con su hiel ponzoñosa. No he sido ajeno a estos golpes, he recibido muchos y de gran calibre, pero, a pesar de ello, nunca he cerrado la mano a quien me la ha solicitado.


Quiero expresar mi gratitud a tres personas que han hecho posible la creación de este blog, libro de la modernidad que me permite llegar a un gran número de lectores que se resisten a vivir en las sombras de la ignorancia, esa asesina de mentes libres que durante mil años esterilizó el pensamiento del hombre medieval. “Nada hay más espantoso que una ignorancia activa”, sentencia Goethe.


Mi agradecimiento a Tatiana Vega Valencia, que tuvo la paciencia y la tenacidad, propia de su juventud, para batallar durante tres arduos años entre manuscritos, apuntes, fichas y estantes abarrotados de libros para poder consolidar en la computadora, parte del trabajo intelectual que me ha ocupado por más de cuarenta años; ella también es la responsable de un gran número de fotografías que conforman este blog.


A Sergio Villanueva Valdivia, inquieto, creativo y generoso como una mano extendida hacia el cielo, quien fue el gestor de este blog, fue él quien me impulsó (tan reacio yo) a entrar al mundo de la informática (así podrás llegar a un gran número de lectores) me dijo una tarde de esas en que la amistad se reviste de fraternidad y cariño inefable.


Por último, a Milagros Mora, quien hasta hoy, cual empecinado Sancho quijotesco, me acompaña en esta cruzada cultural con la que sueño día a día. Sus frecuentes desvelos y trasnochadas hacen posible que semana a semana se incrementen las páginas de este blog. Sus palabras de aliento, su amistad inmarcesible y, hasta sus frecuentes regañinas, levantan mi ánimo cuando me siento oprimido por este mundo de modernidad asfixiante, por este acontecer tan ajeno al de mi niñez tan llena de aventuras y ficciones que en mi mente introdujeron hombres como Salgari, Dumas, Verne o Dickens y otros tantos creadores de historias, verosímiles o inverosímiles, que hasta hoy perduran en mi vida.


Wolfsschanze, marzo 27 del 2011.


Guillermo Delgado.

sábado, 13 de noviembre de 2010

LIBRO ÓRDENES SON ÓRDENES






  • ORDENES SON ORDENES
  • RUEDA DIVINA
  • DEL AGUA DERRAMADA NO SE RECOGE NADA



ÓRDENES SON ÓRDENES

Viendo que todo en su reino era armonía, el león decidió dar una gran fiesta con el fin de agradecer a todos sus súbditos el respeto y obediencia que le tenían. Para ello mandó llamar a la zona quien hacía las veces de asistente.
La zorra holgazana había engordado una barbaridad a costa de las sobras que le dejaba el león cada vez que cazaba.

- ¡Qué se traerá entre patas el melenudo!, refunfuñó la zorra que fue despertada de su habitual siesta vespertina.

Ya ante el león, la zorra escuchó con atención.

- El sábado en la noche, a las siete daré una fiesta y quiero que todos los animales, grandes y pequeños, asistan. Se trata de algo que no he hecho nunca y que me honra hacerlo ahora que ya voy a cumplir un año más de vida. La fiesta servirá para que todos aquellos que están peleados se amisten y de paso quiero agradecer a cada uno el respeto y obediencia que me guardan. Así llueva que todos vengan, ya sabré recompensarlos: buenas carnes para los carnívoros y las mejores hierbas para los herbívoros. ¡Ah!, eso sí, diles que si me traen un regalo no me negaré a recibirlo, pero que no me ofenderé si no traen nada. Ahora vete y comunica a cada uno de mis súbditos esta ordenanza. Desde ahora quiero ser un nuevo rey.

- Pero, Majestad, no cree usted que…no quiero escuchar nada, órdenes son órdenes, sentencio el león.

La zorra se marchó lanzando maldiciones a diestra y siniestra y deseando que el león se atragantara con un hueso y que se muriera de una vez.

- ¡Qué se ha creído este estúpido! Ya me veo andando de aquí para allá transmitiendo su ridícula fiesta y todo por unos mendrugos que me deja este león angurriento.

Astuta como era, la zorra fue donde el mono, a quien luego de regalarle un coco, le dijo:

- Dice el león que le digas a todos los animales que como él nunca hace nada, quiere ser un nuevo rey y para ello ha decidido hacer una fiesta para que no lo critiquen. La reunión será el sábado 7. Tienen que ir todos los que quieran pelear; deberán llevar regalos: buenas carnes y buenas hierbas. Nadie debe faltar, pues, sólo le queda un año más de vida. ¡Ah!, también dice que si hay lluvia te dará un hermoso regalo. ¿Has entendido, monito? Interrogó la zorra.
El mono, que tenía la memoria más confusa que la zorra, se rascó la cabeza y dijo que sí, aunque debió haber dicho no; pero un coco era un manjar que no se debía desestimar.

El mono, después de comerse el coco, fue en buena de la cebra.

- Vengo de parte de un nuevo león que quiere ser rey y me ha dicho que sólo le quedan siete días de vida y que posiblemente se morirá el sábado, pues, piensa atragantarse con la carne y las hierbas que le llevarán todos los animales; también quiere que después de su muerte se haga una gran fiesta para que peleen los animales grandes contra los pequeños, salvo aquellos que le lleven regalos a su tumba en recuerdo de su gran melena.

La cebra golpeó el suelo con sus fuertes patas y se marchó a cumplir el mandato del rey león, que el mono había sazonado a su manera.

- Mejor me busco un idiota que haga el mandato, pensó la cebra llegando a la ribera del río.
Allí encontró al hipopótamo que flotaba como una pequeña isla.

- Mire, señor hipopótamo, dijo la cebra, el león quiere morirse el sábado a las siete, por lo cual todos debemos organizar una fiesta donde nos lo comeremos con hierbas; luego pelearemos para ver quién se queda con su melena, pues, aquello significaría que aquel que la tenga habrá llevado más regalos y será el nuevo rey.

El hipopótamo se hundió en el agua como tratando de ordenar aquel mensaje enrevesado. Al otro día, el hipopótamo encontró a la jirafa.

- Como el león nunca ha hecho nada, le dijo, se ha rapado la melena; la cual quiere repartir entre los siete que lleguen primero a la fiesta del día sábado que un rey organizará en honor de todos aquellos animales que se peleen por la carne y la hierba que se servirá ahora que el león se está muriendo por los muchos regalos que no recuerdo quién le ha enviado.

La jirafa pasó unos bollos de acacia que estaba masticando y le dijo al hipopótamo que no se preocupara, que ella se encargaría de visitar a cada uno de los animales para que todos estuvieran bien enterados. Cuando el hipopótamo desapareció, el cuellilargo animal colocó un letrero sobre el tronco de un árbol de roble y continuó devorando las hojas de acacia.

El león se ha muerto el sábado a las siete; los animales grandes que se han comido a los chicos ahora se comerán la melena del león muerto con las hierbas que el nuevo rey les ha regalado.

Está demás decir que el rey tuvo que comerse todos los manjares que había preparado.  El día indicado para la reunión, el rey oteaba el horizonte con cara de preocupación, pues, no veía llegar a nadie; de vez en cuando lanzaba una mirada furibunda a la zorra que no dejaba de engullir los manjares con los que el rey de la selva pensaba agasajar a sus invitados.

Wolfsschanze,  abril 1996.






RUEDA DIVINA


“He hizo Dios animales de la tierra según su género, y ganado según su género, y todo animal que se arrastra sobre la tierra según su especie y vio Dios que era bueno”


Génesis (1-25)


El ratón, el gato y el perro fueron creados por Dios en el Paraíso.


Primero creo al perro, pero éste ladraba mucho y por eso el Creador lo interrogó:

- ¿Quieres como compañero al gato?

El perro movió la cola

como asentimiento

mostrando con ello

su contento.

“Estas uñas son bastante incómodas se quejó el gato”.

“Ya las necesitarás”, le dijo Dios, para huir del perro.

Perro y gato se hicieron grandes amigos, pero con el tiempo el felino se fue volviendo muy perezoso y se pasaba la mayor parte del día durmiendo y así, por no tener con quién jugar, el perro se fue aburriendo y nuevamente comenzó a ladrar.

Fue entonces cuando Dios Creó al ratón para que acompañara al perro.

Pero el ratón bandido

lejos de entretener al perro

paraba comiendo queso

entre las piedras escondido.

Para deshacerse de los requerimientos de aquel can juguetero, el roedor se las ingenió para indisponer al gato frente al perro. Descubierta la estratagema de aquel ratón conflictivo, se inicio la rueda eterna.

Yo voy tras el gato

y el gato tras el ratón,

y así, eternamente,

los tres tenemos diversión.


Wolfsschanze, Julio 27 del 2001.






DEL AGUA DERRAMADA NO SE RECOGE NADA


I

El agudo conflicto entre los desalmados terratenientes durante los años que China fue gobernada por el emperador de la dinastía Tang, tuvo su punto álgido cuando muchos de estos poseedores de la tierra fueron perseguidos como conejos por una turba enardecida que destruyó sus casas y palacios, dio muerte a sus concubinas y a sus hijos por considerarlos una semilla maldita y ahorcó a sus expoliadores del primer árbol que encontraban a su paso. De este hecho se aprovechó un bandido llamado Huo Meng para atacar con su reducido ejército de mercenarios, el pequeño reino que tenía Po Liam. Hombre justo y honrado, Po Liam había tratado a los campesinos que labraban sus tierras siempre con justicia, de ahí que sus trabajadores no se habían revelado contra él:

Huo Meng tomó prisionero a  Po Liam, pero al ver que no tenía  descendientes, decidió dejarlo en libertad.

-      Puedes tomar lo que te plazca y marcharte, eso te demostrará que en mi corazón también anida la piedad.

Al ver que ya no había nada que hacer, Po Liam empacó los libros que pudo en un arcón, tomó unos de sus mejores caballos y dispuso su partida. Su joven mujer, Yuam Xi, se negó a irse con él y prefirió la seguridad que le brindaba el invasor.

-      Me quedó con él, dijo la muchacha tomando la mano del bandido.

-      Si me lo permite, Po Liam, me gustaría irme con usted.

Quien dijo esto era Guan Hanging, su viejo mayordomo.

Así marcharon esos hombres, dejando atrás las tierras que ahora quedaban en manos de esos bandidos.

A los pocos días  encontraron una pequeña montaña con una gruta. Allí permanecieron durante unos meses.

A la luz de una fogata, ambos leían y releían  los pocos libros que habían podido llevar consigo.

Un día que Po Liam regresó a la gruta llevando algunas legumbres y carne de conejo parar el almuerzo, encontró a su anciano mayordomo gravemente enfermo.

-      Cuando la muerte llega es el final del hombre y no existe una gruta en ninguna montaña para ocultarse de ella, ni un camino que ella no conozca, ni barca para cruzar a la otra orilla del río que ella no pudiera abordar, mi querido amo, dijo Guan Hanging en los últimos estertores de su agitada vida. Con ayuda de tres hombres, Po Liam bajo el cadáver de su mayordomo e hizo que cavaran una fosa junto a un almendro un grupo de mujeres del campo, arrodilladas al lado del ataúd que yacía en tierra, salmodiaban unos canticos con voz suave y amorosa.


Preparamos la era con amor,
durante la cosecha traemos
mijo para el vino, mijo para
cocinar en las mañanas
y en las noches.
También proveemos el arroz
y el cáñamo, el frejol y el trigo.

Así somos los labriegos,
terminada la cosecha
tenemos que atender a los señores.
¡Vosotros señores no sembráis,
ni sienten el cansancio de
las duras jornadas de cosechas.
Sin embargo tenéis trigos, os
abunda el maíz, la leña y el arroz!
¡Vosotros no cazáis, ni perseguís a la presa,
pero en vuestros patios están los patos,
las perdices y los capones!


Los tres hombres con huraños semblantes, provistos de palas esperaban ansiosos que el ataúd fuera introducido en la tierra para terminar su trabajo e irse a tomar unos tragos. Una fina llovizna comenzó a caer humedeciendo la tierra.

-      Daos prisa, mujeres, refunfuñó unos de los sepultureros, antes que la tierra se haga barro.

Terminada la ceremonia el cajón fue introducido en la fosa y los hombres fueron arrojando a toda prisa lo montones de tierra espesa que había al lado de la tumba.

En el suelo repercutía el rumor malintencionado de las lampas. Po Liam permaneció durante largo rato frente a la tumba de Guan Hanging después que todos se hubieron marchado.

Po Liam anduvo deambulando durante varios meses ejerciendo todo tipo de trabajo para pagar su sustento. Fue vendedor de pieles de cabra, ayudante de cocina, sembrador de arroz y palafrenero en el reino del rey de Tian que en ese entonces se hallaba amenazado por tres reyes vecinos. Hasta oídos del monarca llegó la noticia de un hombre muy sabio que limpiaba los caballos con una eficiencia nunca antes vista por los palafreneros.

Po Liam mejoró la alimentación de los caballos a base de arroz hervido triturado y aumento la dosis de agua diaria. También mejoró los cultivos de alimentos de primera necesidad, soja, arroz, mijo y trigo. Asimismo se preocupó por el cultivo de frutas cítricas como pomelos, limones, naranjas y limas, además de cocos, para prevenir las enfermedades, solía decirles Po Liam a los campesinos. Hizo que se cultivara coles, nabos y brotes de bambú. Les enseñó a los campesinos a que usaran las semillas de soja para producir “leche”.

El suministro de carne se incrementó, integrado en su mayor parte por perros criados para tal fin y ranas que se criaban en pozas especiales. Hizo construir grandes almacenes donde se guardaba pescado salado, fresco, seco y fermentado.

-      He oído que eres un hombre muy instruido y tus modales no son los de un hombre del vulgo, dijo el rey de Tian.

Sin proponérselo; Po Liam terminó contando lo que le había sucedido.

-      Soy un hombre de paz, pero de haber tenido un ejército, ten por seguro que hubiera vencido a cualquier intruso.

El rey observó durante unos minutos y luego le dijo:

-      Hay tres malas espinas que no me dejan dormir.

Yo también soy un hombre de paz, pero enfrentar a esos abrojos se me hace inevitable. Me ayudarías a sacármelos de encima.

Po Liam aceptó, porque consideraba que aquellos agresores debían ser como Huo Meng. Para hacer salir al ejército de Zi Sun al ataque, Po Liam dijo:

-      Que tus hombres prendan muchas hogueras en la noche el primer día. El segundo día has corres la voz de que tus hombres están desertando y prende la mitad de las hogueras del día anterior. La tercer noche encienda solo unas cuantas. Te aseguro que Zi Sun pensará que ha llegado el momento de destruirte y aprovechando la oscuridad te atacará.

Los hombres de Zi Sun anduvieron toda la noche buscando a los hombres del rey de Tian. No encontraron rastro alguno. Cansados de tanta caminata inútil, Zi Sun ordenó la retirada. Muy tarde, los hombres del rey de Tian cayeron como flechas sobre esos guerreros agotados y los ultimaron. Los pocos que sobrevivieron vieron al amanecer, entre un montículo de cadáveres, la cabeza de su jefe  Zi Sun clavada en una pica.

El rey de Tian ordenó que los prisioneros fueran ejecutados en el acto como una forma de escarmiento.

-      Un momento, majestad, dijo Po Liam.

Luego, mirando a los cientos de hombres que fueron capturados les dijo:

-      Habéis defendido con vuestra vida a un hombre que no merecía luchar a vuestro lado, pues, habéis demostrado que sois valientes y justos.

El rey de Tian les da la oportunidad de unirse a su ejército y les perdona la vida.

Los prisioneros aceptaron y vitorearon a su nuevo jefe.

-      Habéis olvidado que hay dos espinas más que combatir, que habéis perdido hombres en esta batalla y que necesitarás reponer esas pérdidas para las batallas que faltan; dijo Po Liam.

-      Sois un hombre sabio, amigo, yo sabré recompensarte, dijo el rey de Tian.

El próximo rival a quien tenía que enfrentar el rey de Tian era Zhao Kuo, hombre de vida disoluta, conocedor de vinos y de mujeres que dirigía su corte de una manera desvergonzada y extravagante. Amante de los caballos, Zhao Kuo gustaba de organizar carreras para humillar a sus contrincantes venciéndolos en las competencias.

-      Sus caballos son invencibles, dijo el rey de Tian.

Po Liam escuchó atentamente lo que el rey le contó de las carreras anteriores.

-      Me dice que sus caballos sólo pierden por media cabeza en las tres categorías de competición. Pues, esto es lo que haremos. Pondremos su mejor caballo en la segunda competencia, a su segundo mejor caballo en la tercera competencia y a su tercer caballo en la carrera principal. Perderemos en la primera categoría, pero ganaremos en las otras dos.

Así se hizo. El rey de Tian perdió en la primera carrera, pero ganó las otras dos.

-      Habéis perdido, dijo el rey de Tian a Zhao Kuo. Aquí está mi ejército y el tuyo y reclamo para mí tu cabeza, tal como habíamos pactado. Si yo hubiera perdido, aquí estaba mi cuello para ser cercenado.
Hasta oídos de Zhao Kuo había llegado el rumor de que Po Liam era un hombre de buen corazón y seguro estaba que se opondría al ajusticiamiento.

-      Lo perdono, interrogó en voz baja el rey a Po Liam.

-      Para prender a los bandidos, captura al que los manda. Cuando el árbol cae las aves se dispersan.

El rey de Tian entendió el mensaje y de un golpe certero decapitó a Zhao Kuo. De inmediato los hombres que conformaban el ejército del muerto comenzaron a retirarse.

Ahí intervino Po Liam y, repitiendo el mismo discurso que dio a los hombres de Zi Sum, logró doblar el número de su ejército.

-      La batalla que viene será decisiva, dijo el rey de Tian. Los hombres de Lu Bu son de los mejores guerreros, lo curiosos es que son sólo dos hombres quienes conocen su identidad, su mano derecha y su mano izquierda. Ese camuflaje le ha permitido sobrevivir a muchas batallas.

Po Liam escuchaba atentamente.

-      Es sanguinario e insensible. Una vez hizo torturar hasta la muerte a varios miles de prisioneros delante de sus hombres, les mandó sacar los ojos, arrancar las orejas y amputar las piernas para que se arrastraran como serpientes. Desde un escondrijo observaba estas atrocidades ejecutadas por sus dos hombres de confianza, concluyó el rey asqueado.

-      Las tres cuartas partes de la fuerza de un ejército consiste en su moral, dijo Po Liam. Y quien imparte esta moral desde la oscuridad es Lu Bu. Habrá que golpear la hierba para que salga la serpiente y ahí le cortaremos la cabeza.

Po Liam identificó a Lu Bu de la manera más inteligente e ingeniosa. Ordenó a los hombres del rey de Tian que construyeran sus flechas con ramas de ajenjo y que con eso atacaron a sus rivales. Viendo este pobre armamento, los dos hombres de confianza de Lu Bu se apresuraron a informar del asunto a su jefe, esperando obtener una compensación por tan buena noticia.

-      Dejemos que esas dos ratas nos muestren la madriguera donde se esconde Lu Bu, dijo Po Liam.

El ardid cobró efecto inmediato. Lu Bu salió a un calvero cercano y mientras miraba las flechas que le habían traído, dos diestros arqueros del rey de Tian dispararon sus flechas contra Lu Bu. Una dio en el corazón y la otra penetró su ojo derecho. Sin Lu Bu, su ejército de mercenarios se dispersó. Las espinas que no dejaban dormir al rey de Tian habían desaparecido.



II

Pasado un tiempo, y ya con el rey de Tian poseedor de grandes cantidades de tierras, Po Liam pensó que había llegado el momento de partir, de continuar el camino que el destino seguramente le tenía preparado.

-      Mi querido amigo, he sido ingrato contigo después de todo lo que has hecho por mí y por mis súbditos. Ha llegado la hora de que vayamos a recuperar lo que te pertenece. Es hora de reintegrar al tigre a su montaña. ¿No lo crees así?

Po Liam aceptó la propuesta. Una mañana partieron con un ejército de veinte mil hombres. Después de varios días de marcha llegaron a tierras que habían pertenecido a Po Liam. Ahí se enteró que todos los campesinos que habían trabajado para él habían sido asesinados por el brutal Huo Meng.

El rey de Tian trató de consolar a su amigo.

-      La guerra no es para las personas de corazón. El precio del triunfo navega siempre en ríos de sangre.

La del victorioso y la del derrotado se mezclan en ese río.

Te quedarás en tu tienda, yo y mis hombres nos haremos cargo de todo.

Esa misma noche los hombres acamparon sigilosamente alrededor de donde Huo Meng disfrutaba de una de sus frecuentes orgias. A la voz del rey de Tian, los hombres más diestros en ataques de caballería cayeron como langostas sobre una plantación de mijo llevándose todo de encuentro. Todo fue arrasado en menos de dos horas. Cuando Po Liam descendió de las tierras altas encontró centenares de cadáveres por doquier.

-      Te he guardado dos trofeos para ti, dijo el rey de Tian.

Dos de sus más fieles servidores aparecieron llevando consigo al fiero Huo Meng, quien al ver a Po Liam dijo:

-      Nunca debí dejarte ir, debí haberte matado con mis propias manos.

Po Liam lo miró con desprecio.

-      Tus palabras han sellado tu destino, si hubieras mostrado arrepentimiento te habría perdonado la vida, pero veo que tienes el alma podrida. Para librarse de la mala semilla hay que arrancar la planta de raíz.

Un experto en el uso del sable, arrancó la cabeza de Huo Meng de un solo golpe. A una señal del rey de Tian, Yuam Xi fue traída ante Po Liam. Ya no  lucia la belleza de la juventud que tanto había encandilado a su marido. Sus cabellos, habitualmente bien arreglados y adornados con graciosos bucles, aparecían ahora desgreñados, mechosos y marchitos, sin el brillo de antaño.

-      Amado esposo, estoy arrepentida de lo que he hecho, dame la oportunidad de demostrarte que el fuego de mi amor aún arde en mi corazón, dijo Yuam Xi con el rostro anegado en llanto.

Po Liam la miró con compasión, sin poder entender como había unido su vida a esa mujer que fingía un amor que no sentía.

-      Espera un momento, si tu amor es sincero como dices, tendrás que demostrarlo.

Todos los asistentes quedaron estupefactos. Todos esperaban que acabara con la vida de esa infame junto al amante que yacía a los pies de donde ella estaba. Po Liam ingresó a su palacio y regresó con una jofaina llena de agua. Vació el agua sobre la tierra seca y dijo a la mujer.

-      Devuelve toda esa agua a la jofaina y creeré en tu amor.

En vano Yuam Xi trató de recuperar ese líquido que se fue desvaneciendo en la tierra como un espejismo.

-      Del agua derramada no se recoge nada, dijo Po Liam.

El rey de Tian se despidió de su amigo y partió con sus hombres.

De Yuam Xi no se supo nada.

Wolfsschanze, octubre del 2013.





OSSHUA


Desde muy temprano el pueblo había amanecido convulsionado. La fuerza motriz sobre la que descansaba el progreso de toda la región se hallaba paralizada. Nadie se explicaba aquél fenómeno sin igual del que ningún octogenario podía dar cuenta que anteriormente hubiera sucedido un caso semejante. La Emma, al ser interrogada, buscó un lugar claro en aquel celaje  oscuro que amenazaba convertirse en tormenta. Sus ojos cubiertos de cataratas y tan viejos e inservibles como ella, cubriéronse de un brillo opaco; se sintió otra vez importante y dio como toda respuesta un lacónico: No.

Después de la respuesta de la india, quien conocía mejor que nadie todas las leyendas habidas y por haber, fueran de Quillo, Yaután, Condorrama, La Oyada, Jaihua, Pariacoto y otros lugares aledaños, nadie dudó que aquel acontecimiento significaría para Casma un cataclismo de mayores consecuencias que el terremoto que once años después arrasaría el pueblo. Entre ese mar de gente que iba de aquí para allá buscando la forma de poner fin al problema. Osshua se mantenía ajeno a aquel insólito acontecimiento. Había llegado a la Plaza de Armas y no había encontrado a Adriana Simona. En vano esperó otros veinte minutos  parecía como si aquella convulsión de humanos se la hubiera tragado. Desesperanzando, angustiado y triste, Osshua se imaginó lo peor, como  si tuviera la certeza de que nunca la volvería a ver.

Fue en aquellos instantes en que apareció Anita, la hija del viejo Porfirio, uno de los algodoneros más prósperos de todo el departamento. Se contaban más de cinco los hacendados que envidiaban la suerte de don Porfirio, pues la indiada y la peonería se sentían contentas trabajando para él. El trato paternal y cariñoso que don Porfirio trataba a su gente se podía comparar sólo a la caballerosidad con que don Federico Marcel, el ¨Gringo¨, como se le conocía, daba a sus peones un Cocopoto, su hacienda.

-      Dun Fidiricu, bien güeno es. “Gringo” Marcel nues cumo otros patrunes de allasitu; hasta indio parice -, decía el Dalmacio, el indio más alto que  habíase visto jamás por esos lares.

La fama del gigantesco serrano como amansador de caballos era tan voceada entre la gente que nadie vaciló en pedirle que pusiera fin a aquella catástrofe que ya llevaba más de dos semanas. El indio bajó un domingo por la mañana hasta la ciudad. Todo Casma lo vio vestido con un poncho rojo que, en los tiempos del cacerismo, había pertenecido a don Eloy Marcel, el primero de aquella familia que llevaba más de un siglo afincada en el norteño departamento. El poncho se lo había entregado el mismo don Eloy a su fiel capataz, Amancio, padre de Dalmasio, y así llego la hermosa prenda a manos del amansador. Cierta mañana de octubre, cuando ya don Federico Marcel se hallaba en su tractor para iniciar su jornada diaria como cualquier peón, Dalmasio se le acercó llevándole el poncho.

-      Auí li traigu isti punchu, dun Fidiricu; haci más dicincuinta añus qui mi padre mi lu dio, cuando ustí aún ira un niñu traviesu y le gustaba fastidiar lus gallus para qui si dieran de alma.

Una ingenua sonrisa dejó traslucir unos escasos dientes ennegrecidos por la coca. Don Federico lo miró con ternura; en aquel instante recordó cuantas veces aquel viejo achacoso, cuya edad ni siquiera podía calcularse, lo había llevado sobre sus hombros hasta el río Sechín, cuando aún era un niño de escasos años, para que se zambullera como “los pecesitus”.

Y desde ese día el indio lo lució orgulloso, sólo los domingos, provocando la curiosidad de todos los que se cruzaban con él en su camino a Casma pueblo. Blancos, cholos, indios, zambos, negros, chinos, todas las razas hermanadas en una mirada que más que asombro, estaba llena de curiosidad y codicia.


                                       II

-      “La he visto por el Restaurant don Tito”, dijo la Anita sonriente. Hacia allá se encaminó Osshua algo más tranquilo. Al pasar por donde toda la manada rebelde se hallaba postrada, pastando tranquilamente, Osshua se apresuró a gritar a toda la indiada que rodeaba aquel extraño espectáculo.

-      Si no quieren trabajar, pues que sirvan de embutido.

Todos rieron. Uno de los equinos  dejó escapar un relincho a la vez que movía su enorme cabeza amenazadoramente. Por un instante, Osshua pensó que aquella era una respuesta a su impertinencia, pues más de un indio consideró la idea como algo que  no estaría de más llevar a cabo. Llegado al restaurant, ubicado en la céntrica avenida Ormeño, Osshua ingresó en él. En una mesa cercana a un ventanal divisó a Adriana Simona. Ambos se miraron calculadoramente, como esperándose. Antes de que Adriana Simona pudiera decir algo, Osshua salió apresuradamente, pues había olvidado darle un encargo a la Anita, que debía partir para Yaután.

Al llegar a la altura del viejo cementerio, Osshua diose de lleno con una multitud enardecida y asustada de indios que corrían horrorizados. Una polvareda, a poca distancia, denunciaba una estampida. Los caballos parecían responder a alguna extraña voz. Osshua se parapetó en una de las paredes que rodeaba el camposanto y vio pasar aquella interminable masa de hombres, mujeres y niños que pronunciaban frases entrecortadas, decenas de caballos invadieron las calles del pueblo provocando un caos entre la población, diez veces más espantoso que el que provocaría el terremoto que sacudiría la región once años después.

Cuando el peligro parecía haber pasado, Osshua quiso proseguir su marcha. Una sombra enorme surgida entre la gigantesca nube de polvo dejada por los equinos lo detuvo. Petrificado, Osshua, vio aparecer la gigantesca figura de un caballo.... A medida que el polvo se fue asentando, Osshua vio aparecer aquella cabeza enorme que momentos antes había visto sacudirse rebeldemente. El animal, encabritado, amenazaba con embestir a aquel que habíase atrevido a azuzar a la indiada para que los convirtiera en embutido.

Osshua se dio cuenta que aquel bello semental era el que dirigía a toda la manada. En aquel instante, cuando el caballo se mostraba más amenazador, apareció la inmensa figura del indio Dalmasio. El indio se plantó entre Osshua y el Equino; el animal ante la presencia de aquel hombre cubierto de un poncho rojo, se calmó de súbito. Osshua vio al indio pronunciar algunas palabras en una rara lengua, lengua que él jamás había oído. Estas iban acompañadas de unos extraños ademanes que Dalmasio hacía con brazos y piernas.

Aquello recordó a Osshua algunas danzas de las que se bailaban en las fiestas de la virgen de Quisquís en el mes de setiembre. Al  poco rato, un silencio se apoderó del ambiente. Ni una molécula de polvo se  atrevió a profanar aquel ritual entre hombre y bestia. El caballo se perdió más allá, velozmente, entre la nube de polvo que ya se iba disipando. Media hora después, todas aquellas bestias incontrolables habían abandonado la ciudad para regresar cada una a sus lugares de origen y recomenzar sus acostumbradas labores.


                                       III

El pueblo amaneció con un sol esplendoroso, nadie dijo nada, todos hablaban como si nada hubiera sucedido. En la sesión del Consejo Municipal, el alcalde Ramiro Lomparte se limitó a decir que la “huelga ha terminado”.

Dos domingos después, Osshua encontró al indio Dalmasio bebiéndose un mate de coca donde “Don Tito”. Sus enormes ojos negros parecían mirar a ninguna parte. Osshua se acercó temerosamente hacia él, y se sentó en una silla vecina. El indio lo miró de soslayo y se limitó a decir:

-      Niña Tirisita, utru mati para mi amigo por favor.

Ese “amigo” habría de latir fuertemente en el corazón de Osshua para siempre: sus ojos se llenaron de vida. Luego de beber la poción de mate, Osshua agradeció la oportuna intervención del indio. Este pareció no haber escuchado, pues ni siquiera se reflejó en su curtido rostro la menor impresión. Osshua quizo saber el significado de aquellas palabras que habían tranquilizado al furioso animal, cuyos centelleantes ojos lo acompañaban aún en muchas horas de sueño.