Wolfsschanze, Julio 27 del 2001.
DEL AGUA DERRAMADA NO SE
RECOGE NADA
I
El agudo conflicto entre los desalmados terratenientes durante
los años que China fue gobernada por el emperador de la dinastía Tang, tuvo su
punto álgido cuando muchos de estos poseedores de la tierra fueron perseguidos
como conejos por una turba enardecida que destruyó sus casas y palacios, dio
muerte a sus concubinas y a sus hijos por considerarlos una semilla maldita y
ahorcó a sus expoliadores del primer árbol que encontraban a su paso. De este
hecho se aprovechó un bandido llamado Huo Meng para atacar con su reducido ejército
de mercenarios, el pequeño reino que tenía Po Liam. Hombre justo y honrado, Po
Liam había tratado a los campesinos que labraban sus tierras siempre con
justicia, de ahí que sus trabajadores no se habían revelado contra él:
Huo Meng tomó prisionero a Po Liam, pero al ver que no tenía descendientes, decidió dejarlo en libertad.
-
Puedes tomar lo que te plazca y marcharte, eso te demostrará
que en mi corazón también anida la piedad.
Al ver que ya no había nada que hacer, Po Liam empacó los
libros que pudo en un arcón, tomó unos de sus mejores caballos y dispuso su
partida. Su joven mujer, Yuam Xi, se negó a irse con él y prefirió la seguridad
que le brindaba el invasor.
-
Me quedó con él, dijo
la muchacha tomando la mano del bandido.
-
Si me lo permite, Po Liam, me gustaría irme con usted.
Quien dijo esto era Guan Hanging, su viejo mayordomo.
Así marcharon esos hombres, dejando atrás las tierras que
ahora quedaban en manos de esos bandidos.
A los pocos días
encontraron una pequeña montaña con una gruta. Allí permanecieron
durante unos meses.
A la luz de una fogata, ambos leían y releían los pocos libros que habían podido llevar
consigo.
Un día que Po Liam regresó a la gruta llevando algunas
legumbres y carne de conejo parar el almuerzo, encontró a su anciano mayordomo
gravemente enfermo.
-
Cuando la muerte llega es el final del hombre y no existe una
gruta en ninguna montaña para ocultarse de ella, ni un camino que ella no
conozca, ni barca para cruzar a la otra orilla del río que ella no pudiera
abordar, mi querido amo, dijo Guan Hanging en los
últimos estertores de su agitada vida. Con ayuda de tres hombres, Po Liam bajo
el cadáver de su mayordomo e hizo que cavaran una fosa junto a un almendro un
grupo de mujeres del campo, arrodilladas al lado del ataúd que yacía en tierra,
salmodiaban unos canticos con voz suave y amorosa.
Preparamos
la era con amor,
durante
la cosecha traemos
mijo
para el vino, mijo para
cocinar
en las mañanas
y en
las noches.
También
proveemos el arroz
y el
cáñamo, el frejol y el trigo.
Así
somos los labriegos,
terminada
la cosecha
tenemos
que atender a los señores.
¡Vosotros
señores no sembráis,
ni
sienten el cansancio de
las
duras jornadas de cosechas.
Sin
embargo tenéis trigos, os
abunda
el maíz, la leña y el arroz!
¡Vosotros
no cazáis, ni perseguís a la presa,
pero en
vuestros patios están los patos,
las
perdices y los capones!
Los tres hombres con huraños semblantes, provistos de palas
esperaban ansiosos que el ataúd fuera introducido en la tierra para terminar su
trabajo e irse a tomar unos tragos. Una fina llovizna comenzó a caer
humedeciendo la tierra.
-
Daos prisa, mujeres,
refunfuñó unos de los sepultureros, antes
que la tierra se haga barro.
Terminada la ceremonia el cajón fue introducido en la fosa y
los hombres fueron arrojando a toda prisa lo montones de tierra espesa que
había al lado de la tumba.
En el suelo repercutía el rumor malintencionado de las lampas.
Po Liam permaneció durante largo rato frente a la tumba de Guan Hanging después
que todos se hubieron marchado.
Po Liam anduvo deambulando durante varios meses ejerciendo
todo tipo de trabajo para pagar su sustento. Fue vendedor de pieles de cabra,
ayudante de cocina, sembrador de arroz y palafrenero en el reino del rey de
Tian que en ese entonces se hallaba amenazado por tres reyes vecinos. Hasta
oídos del monarca llegó la noticia de un hombre muy sabio que limpiaba los
caballos con una eficiencia nunca antes vista por los palafreneros.
Po Liam mejoró la alimentación de los caballos a base de arroz
hervido triturado y aumento la dosis de agua diaria. También mejoró los
cultivos de alimentos de primera necesidad, soja, arroz, mijo y trigo. Asimismo
se preocupó por el cultivo de frutas cítricas como pomelos, limones, naranjas y
limas, además de cocos, para prevenir las
enfermedades, solía decirles Po Liam a los campesinos. Hizo que se
cultivara coles, nabos y brotes de bambú. Les enseñó a los campesinos a que
usaran las semillas de soja para producir “leche”.
El suministro de carne se incrementó, integrado en su mayor
parte por perros criados para tal fin y ranas que se criaban en pozas
especiales. Hizo construir grandes almacenes donde se guardaba pescado salado,
fresco, seco y fermentado.
-
He oído que eres un hombre muy instruido y tus modales no son
los de un hombre del vulgo, dijo el rey de Tian.
Sin proponérselo; Po Liam terminó contando lo que le había
sucedido.
-
Soy un hombre de paz, pero de haber tenido un ejército, ten
por seguro que hubiera vencido a cualquier intruso.
El rey observó durante unos minutos y luego le dijo:
-
Hay tres malas espinas que no me dejan dormir.
Yo también soy un hombre
de paz, pero enfrentar a esos abrojos se me hace inevitable. Me ayudarías a
sacármelos de encima.
Po Liam aceptó, porque consideraba que aquellos agresores
debían ser como Huo Meng. Para hacer salir al ejército de Zi Sun al ataque, Po
Liam dijo:
-
Que tus hombres prendan muchas hogueras en la noche el primer
día. El segundo día has corres la voz de que tus hombres están desertando y
prende la mitad de las hogueras del día anterior. La tercer noche encienda solo
unas cuantas. Te aseguro que Zi Sun pensará que ha llegado el momento de
destruirte y aprovechando la oscuridad te atacará.
Los hombres de Zi Sun anduvieron toda la noche buscando a los
hombres del rey de Tian. No encontraron rastro alguno. Cansados de tanta
caminata inútil, Zi Sun ordenó la retirada. Muy tarde, los hombres del rey de
Tian cayeron como flechas sobre esos guerreros agotados y los ultimaron. Los
pocos que sobrevivieron vieron al amanecer, entre un montículo de cadáveres, la
cabeza de su jefe Zi Sun clavada en una
pica.
El rey de Tian ordenó que los prisioneros fueran ejecutados en
el acto como una forma de escarmiento.
-
Un momento, majestad, dijo
Po Liam.
Luego, mirando a los cientos de hombres que fueron capturados
les dijo:
-
Habéis defendido con vuestra vida a un hombre que no merecía
luchar a vuestro lado, pues, habéis demostrado que sois valientes y justos.
El rey de Tian les da la
oportunidad de unirse a su ejército y les perdona la vida.
Los prisioneros aceptaron y vitorearon a su nuevo jefe.
-
Habéis olvidado que hay dos espinas más que combatir, que
habéis perdido hombres en esta batalla y que necesitarás reponer esas pérdidas
para las batallas que faltan; dijo
Po Liam.
-
Sois un hombre sabio, amigo, yo sabré recompensarte, dijo el rey de Tian.
El próximo rival a quien tenía que enfrentar el rey de Tian
era Zhao Kuo, hombre de vida disoluta, conocedor de vinos y de mujeres que
dirigía su corte de una manera desvergonzada y extravagante. Amante de los
caballos, Zhao Kuo gustaba de organizar carreras para humillar a sus
contrincantes venciéndolos en las competencias.
-
Sus caballos son invencibles,
dijo el rey de Tian.
Po Liam escuchó atentamente lo que el rey le contó de las
carreras anteriores.
-
Me dice que sus caballos sólo pierden por media cabeza en las
tres categorías de competición. Pues, esto es lo que haremos. Pondremos su mejor
caballo en la segunda competencia, a su segundo mejor caballo en la tercera
competencia y a su tercer caballo en la carrera principal. Perderemos en la
primera categoría, pero ganaremos en las otras dos.
Así se hizo. El rey de Tian perdió en la primera carrera, pero
ganó las otras dos.
-
Habéis perdido, dijo
el rey de Tian a Zhao Kuo. Aquí está mi
ejército y el tuyo y reclamo para mí tu cabeza, tal como habíamos pactado. Si
yo hubiera perdido, aquí estaba mi cuello para ser cercenado.
Hasta oídos de Zhao Kuo había llegado el rumor de que Po Liam
era un hombre de buen corazón y seguro estaba que se opondría al
ajusticiamiento.
-
Lo perdono,
interrogó en voz baja el rey a Po Liam.
-
Para prender a los bandidos, captura al que los manda. Cuando
el árbol cae las aves se dispersan.
El rey de Tian entendió el mensaje y de un golpe certero
decapitó a Zhao Kuo. De inmediato los hombres que conformaban el ejército del
muerto comenzaron a retirarse.
Ahí intervino Po Liam y, repitiendo el mismo discurso que dio
a los hombres de Zi Sum, logró doblar el número de su ejército.
-
La batalla que viene será decisiva, dijo el rey de Tian. Los
hombres de Lu Bu son de los mejores guerreros, lo curiosos es que son sólo dos
hombres quienes conocen su identidad, su mano derecha y su mano izquierda. Ese camuflaje
le ha permitido sobrevivir a muchas batallas.
Po Liam escuchaba atentamente.
-
Es sanguinario e insensible. Una vez hizo torturar hasta la
muerte a varios miles de prisioneros delante de sus hombres, les mandó sacar
los ojos, arrancar las orejas y amputar las piernas para que se arrastraran como
serpientes. Desde un escondrijo observaba estas atrocidades ejecutadas por sus
dos hombres de confianza, concluyó el rey asqueado.
-
Las tres cuartas partes de la fuerza de un ejército consiste
en su moral, dijo Po Liam. Y quien imparte esta moral desde la
oscuridad es Lu Bu. Habrá que golpear la hierba para que salga la serpiente y ahí
le cortaremos la cabeza.
Po Liam identificó a Lu Bu de la manera más inteligente e ingeniosa.
Ordenó a los hombres del rey de Tian que construyeran sus flechas con ramas de
ajenjo y que con eso atacaron a sus rivales. Viendo este pobre armamento, los
dos hombres de confianza de Lu Bu se apresuraron a informar del asunto a su
jefe, esperando obtener una compensación por tan buena noticia.
-
Dejemos que esas dos ratas nos muestren la madriguera donde se
esconde Lu Bu, dijo Po Liam.
El ardid cobró efecto inmediato. Lu Bu salió a un calvero cercano
y mientras miraba las flechas que le habían traído, dos diestros arqueros del
rey de Tian dispararon sus flechas contra Lu Bu. Una dio en el corazón y la
otra penetró su ojo derecho. Sin Lu Bu, su ejército de mercenarios se dispersó.
Las espinas que no dejaban dormir al rey de Tian habían desaparecido.
II
Pasado un tiempo, y ya con el rey de Tian poseedor de grandes
cantidades de tierras, Po Liam pensó que había llegado el momento de partir, de
continuar el camino que el destino seguramente le tenía preparado.
-
Mi querido amigo, he sido ingrato contigo después de todo lo
que has hecho por mí y por mis súbditos. Ha llegado la hora de que vayamos a
recuperar lo que te pertenece. Es hora de reintegrar al tigre a su montaña. ¿No
lo crees así?
Po Liam aceptó la propuesta. Una mañana partieron con un
ejército de veinte mil hombres. Después de varios días de marcha llegaron a
tierras que habían pertenecido a Po Liam. Ahí se enteró que todos los
campesinos que habían trabajado para él habían sido asesinados por el brutal
Huo Meng.
El rey de Tian trató de consolar a su amigo.
-
La guerra no es para las personas de corazón. El precio del
triunfo navega siempre en ríos de sangre.
La del victorioso y la del
derrotado se mezclan en ese río.
Te quedarás en tu tienda,
yo y mis hombres nos haremos cargo de todo.
Esa misma noche los hombres acamparon sigilosamente alrededor
de donde Huo Meng disfrutaba de una de sus frecuentes orgias. A la voz del rey
de Tian, los hombres más diestros en ataques de caballería cayeron como
langostas sobre una plantación de mijo llevándose todo de encuentro. Todo fue
arrasado en menos de dos horas. Cuando Po Liam descendió de las tierras altas
encontró centenares de cadáveres por doquier.
-
Te he guardado dos trofeos para ti, dijo el rey de Tian.
Dos de sus más fieles servidores aparecieron llevando consigo
al fiero Huo Meng, quien al ver a Po Liam dijo:
-
Nunca debí dejarte ir, debí haberte matado con mis propias
manos.
Po Liam lo miró con desprecio.
-
Tus palabras han sellado tu destino, si hubieras mostrado
arrepentimiento te habría perdonado la vida, pero veo que tienes el alma
podrida. Para librarse de la mala semilla hay que arrancar la planta de raíz.
Un experto en el uso del sable, arrancó la cabeza de Huo Meng
de un solo golpe. A una señal del rey de Tian, Yuam Xi fue traída ante Po Liam.
Ya no lucia la belleza de la juventud
que tanto había encandilado a su marido. Sus cabellos, habitualmente bien arreglados
y adornados con graciosos bucles, aparecían ahora desgreñados, mechosos y
marchitos, sin el brillo de antaño.
-
Amado esposo, estoy arrepentida de lo que he hecho, dame la
oportunidad de demostrarte que el fuego de mi amor aún arde en mi corazón, dijo Yuam Xi con el rostro anegado en llanto.
Po Liam la miró con compasión, sin poder entender como había unido
su vida a esa mujer que fingía un amor que no sentía.
-
Espera un momento, si tu amor es sincero como dices, tendrás que
demostrarlo.
Todos los asistentes quedaron estupefactos. Todos esperaban
que acabara con la vida de esa infame junto al amante que yacía a los pies de
donde ella estaba. Po Liam ingresó a su palacio y regresó con una jofaina llena
de agua. Vació el agua sobre la tierra seca y dijo a la mujer.
-
Devuelve toda esa agua a la jofaina y creeré en tu amor.
En vano Yuam Xi trató de recuperar ese líquido que se fue desvaneciendo
en la tierra como un espejismo.
-
Del agua derramada no se recoge nada, dijo Po Liam.
El rey de Tian se despidió de su amigo y partió con sus
hombres.
De Yuam Xi no se supo nada.
Wolfsschanze, octubre del 2013.
OSSHUA
Desde muy temprano el
pueblo había amanecido convulsionado. La fuerza motriz sobre la que descansaba
el progreso de toda la región se hallaba paralizada. Nadie se explicaba aquél
fenómeno sin igual del que ningún octogenario podía dar cuenta que anteriormente
hubiera sucedido un caso semejante. La Emma, al ser interrogada, buscó un lugar
claro en aquel celaje oscuro que
amenazaba convertirse en tormenta. Sus ojos cubiertos de cataratas y tan viejos
e inservibles como ella, cubriéronse de un brillo opaco; se sintió otra vez
importante y dio como toda respuesta un lacónico: No.
Después
de la respuesta de la india, quien conocía mejor que nadie todas las leyendas
habidas y por haber, fueran de Quillo, Yaután, Condorrama, La Oyada, Jaihua,
Pariacoto y otros lugares aledaños, nadie dudó que aquel acontecimiento
significaría para Casma un cataclismo de mayores consecuencias que el terremoto
que once años después arrasaría el pueblo. Entre ese mar de gente que iba de
aquí para allá buscando la forma de poner fin al problema. Osshua se mantenía
ajeno a aquel insólito acontecimiento. Había llegado a la Plaza de Armas y no
había encontrado a Adriana Simona. En vano esperó otros veinte minutos parecía como si aquella convulsión de humanos
se la hubiera tragado. Desesperanzando, angustiado y triste, Osshua se imaginó
lo peor, como si tuviera la certeza de
que nunca la volvería a ver.
Fue en
aquellos instantes en que apareció Anita, la hija del viejo Porfirio, uno de
los algodoneros más prósperos de todo el departamento. Se contaban más de cinco
los hacendados que envidiaban la suerte de don Porfirio, pues la indiada y la
peonería se sentían contentas trabajando para él. El trato paternal y cariñoso
que don Porfirio trataba a su gente se podía comparar sólo a la caballerosidad
con que don Federico Marcel, el ¨Gringo¨, como se le conocía, daba a sus peones
un Cocopoto, su hacienda.
-
Dun Fidiricu, bien güeno es. “Gringo”
Marcel nues cumo otros patrunes de allasitu; hasta indio parice -, decía el
Dalmacio, el indio más alto que habíase
visto jamás por esos lares.
La fama
del gigantesco serrano como amansador de caballos era tan voceada entre la
gente que nadie vaciló en pedirle que pusiera fin a aquella catástrofe que ya
llevaba más de dos semanas. El indio bajó un domingo por la mañana hasta la
ciudad. Todo Casma lo vio vestido con un poncho rojo que, en los tiempos del
cacerismo, había pertenecido a don Eloy Marcel, el primero de aquella familia
que llevaba más de un siglo afincada en el norteño departamento. El poncho se
lo había entregado el mismo don Eloy a su fiel capataz, Amancio, padre de
Dalmasio, y así llego la hermosa prenda a manos del amansador. Cierta mañana de
octubre, cuando ya don Federico Marcel se hallaba en su tractor para iniciar su
jornada diaria como cualquier peón, Dalmasio se le acercó llevándole el poncho.
-
Auí li traigu isti punchu, dun
Fidiricu; haci más dicincuinta añus qui mi padre mi lu dio, cuando ustí aún ira
un niñu traviesu y le gustaba fastidiar lus gallus para qui si dieran de alma.
Una ingenua
sonrisa dejó traslucir unos escasos dientes ennegrecidos por la coca. Don
Federico lo miró con ternura; en aquel instante recordó cuantas veces aquel
viejo achacoso, cuya edad ni siquiera podía calcularse, lo había llevado sobre
sus hombros hasta el río Sechín, cuando aún era un niño de escasos años, para
que se zambullera como “los pecesitus”.
Y desde
ese día el indio lo lució orgulloso, sólo los domingos, provocando la
curiosidad de todos los que se cruzaban con él en su camino a Casma pueblo. Blancos,
cholos, indios, zambos, negros, chinos, todas las razas hermanadas en una
mirada que más que asombro, estaba llena de curiosidad y codicia.
II
-
“La
he visto por el Restaurant don Tito”, dijo la Anita sonriente. Hacia allá se encaminó Osshua algo más
tranquilo. Al pasar por donde toda la manada rebelde se hallaba postrada,
pastando tranquilamente, Osshua se apresuró a gritar a toda la indiada que
rodeaba aquel extraño espectáculo.
-
Si
no quieren trabajar, pues que sirvan de embutido.
Todos
rieron. Uno de los equinos dejó escapar
un relincho a la vez que movía su enorme cabeza amenazadoramente. Por un
instante, Osshua pensó que aquella era una respuesta a su impertinencia, pues
más de un indio consideró la idea como algo que
no estaría de más llevar a cabo. Llegado al restaurant, ubicado en la
céntrica avenida Ormeño, Osshua ingresó en él. En una mesa cercana a un
ventanal divisó a Adriana Simona. Ambos se miraron calculadoramente, como
esperándose. Antes de que Adriana Simona pudiera decir algo, Osshua salió
apresuradamente, pues había olvidado darle un encargo a la Anita, que debía
partir para Yaután.
Al llegar
a la altura del viejo cementerio, Osshua diose de lleno con una multitud
enardecida y asustada de indios que corrían horrorizados. Una polvareda, a poca
distancia, denunciaba una estampida. Los caballos parecían responder a alguna
extraña voz. Osshua se parapetó en una de las paredes que rodeaba el camposanto
y vio pasar aquella interminable masa de hombres, mujeres y niños que
pronunciaban frases entrecortadas, decenas de caballos invadieron las calles
del pueblo provocando un caos entre la población, diez veces más espantoso que
el que provocaría el terremoto que sacudiría la región once años después.
Cuando el
peligro parecía haber pasado, Osshua quiso proseguir su marcha. Una sombra
enorme surgida entre la gigantesca nube de polvo dejada por los equinos lo
detuvo. Petrificado, Osshua, vio aparecer la gigantesca figura de un
caballo.... A medida que el polvo se fue asentando, Osshua vio aparecer aquella
cabeza enorme que momentos antes había visto sacudirse rebeldemente. El animal,
encabritado, amenazaba con embestir a aquel que habíase atrevido a azuzar a la
indiada para que los convirtiera en embutido.
Osshua se
dio cuenta que aquel bello semental era el que dirigía a toda la manada. En
aquel instante, cuando el caballo se mostraba más amenazador, apareció la
inmensa figura del indio Dalmasio. El indio se plantó entre Osshua y el Equino;
el animal ante la presencia de aquel hombre cubierto de un poncho rojo, se
calmó de súbito. Osshua vio al indio pronunciar algunas palabras en una rara
lengua, lengua que él jamás había oído. Estas iban acompañadas de unos extraños
ademanes que Dalmasio hacía con brazos y piernas.
Aquello recordó
a Osshua algunas danzas de las que se bailaban en las fiestas de la virgen de
Quisquís en el mes de setiembre. Al poco
rato, un silencio se apoderó del ambiente. Ni una molécula de polvo se atrevió a profanar aquel ritual entre hombre
y bestia. El caballo se perdió más allá, velozmente, entre la nube de polvo que
ya se iba disipando. Media hora después, todas aquellas bestias incontrolables
habían abandonado la ciudad para regresar cada una a sus lugares de origen y
recomenzar sus acostumbradas labores.
III
El pueblo
amaneció con un sol esplendoroso, nadie dijo nada, todos hablaban como si nada
hubiera sucedido. En la sesión del Consejo Municipal, el alcalde Ramiro
Lomparte se limitó a decir que la “huelga ha terminado”.
Dos
domingos después, Osshua encontró al indio Dalmasio bebiéndose un mate de coca
donde “Don Tito”. Sus enormes ojos negros parecían mirar a ninguna parte.
Osshua se acercó temerosamente hacia él, y se sentó en una silla vecina. El
indio lo miró de soslayo y se limitó a decir:
-
Niña
Tirisita, utru mati para mi amigo por favor.
Ese “amigo”
habría de latir fuertemente en el corazón de Osshua para siempre: sus ojos se
llenaron de vida. Luego de beber la poción de mate, Osshua agradeció la
oportuna intervención del indio. Este pareció no haber escuchado, pues ni
siquiera se reflejó en su curtido rostro la menor impresión. Osshua quizo saber
el significado de aquellas palabras que habían tranquilizado al furioso animal,
cuyos centelleantes ojos lo acompañaban aún en muchas horas de sueño.