GRATITUDES


En el Corán, Surat VIII 57-60, se lee… “Las peores bestias, ante Dios, son los ingratos, pues ellos no creen; (…) Dios no ama a los traidores”. Ya el Dante se lamentaba de la ingratitud en el exilio. En su Epístola XII, dirigida a su amigo Feruccio de Manetti Donati, el autor de la Comedia se lamenta de las indignas condiciones que las autoridades florentinas exigían a los desterrados para regresar a Florencia. ¿Es ésta la graciosa revocación con que es llamado a su patria Dante Alighieri, que ha sufrido exilio durante casi tres lustros? ¿Esto ha merecido su inocencia a todos manifiesta? ¿Esto el trabajo continuo y el estudio? (…) ¡Lejos esté de un hombre que predica la justicia que, habiendo padecido injurias, pague de su dinero a quienes le injuriaron como si fuesen [ciudadanos] beneméritos! (…) No es éste padre mío, el camino de vuelta a la patria (…) Jamás entraré en Florencia.(…) seguro estoy de que no ha de faltarme el pan”.


La ingratitud golpea el corazón de todos; en algunos, aquellos de sensibilidad adusta, la herida se escara en poco tiempo; en otros, esas llagas permanecen imborrables a través de los años, como una ortiga amarga que de vez en cuando hinca nuestra memoria con su hiel ponzoñosa. No he sido ajeno a estos golpes, he recibido muchos y de gran calibre, pero, a pesar de ello, nunca he cerrado la mano a quien me la ha solicitado.


Quiero expresar mi gratitud a tres personas que han hecho posible la creación de este blog, libro de la modernidad que me permite llegar a un gran número de lectores que se resisten a vivir en las sombras de la ignorancia, esa asesina de mentes libres que durante mil años esterilizó el pensamiento del hombre medieval. “Nada hay más espantoso que una ignorancia activa”, sentencia Goethe.


Mi agradecimiento a Tatiana Vega Valencia, que tuvo la paciencia y la tenacidad, propia de su juventud, para batallar durante tres arduos años entre manuscritos, apuntes, fichas y estantes abarrotados de libros para poder consolidar en la computadora, parte del trabajo intelectual que me ha ocupado por más de cuarenta años; ella también es la responsable de un gran número de fotografías que conforman este blog.


A Sergio Villanueva Valdivia, inquieto, creativo y generoso como una mano extendida hacia el cielo, quien fue el gestor de este blog, fue él quien me impulsó (tan reacio yo) a entrar al mundo de la informática (así podrás llegar a un gran número de lectores) me dijo una tarde de esas en que la amistad se reviste de fraternidad y cariño inefable.


Por último, a Milagros Mora, quien hasta hoy, cual empecinado Sancho quijotesco, me acompaña en esta cruzada cultural con la que sueño día a día. Sus frecuentes desvelos y trasnochadas hacen posible que semana a semana se incrementen las páginas de este blog. Sus palabras de aliento, su amistad inmarcesible y, hasta sus frecuentes regañinas, levantan mi ánimo cuando me siento oprimido por este mundo de modernidad asfixiante, por este acontecer tan ajeno al de mi niñez tan llena de aventuras y ficciones que en mi mente introdujeron hombres como Salgari, Dumas, Verne o Dickens y otros tantos creadores de historias, verosímiles o inverosímiles, que hasta hoy perduran en mi vida.


Wolfsschanze, marzo 27 del 2011.


Guillermo Delgado.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

LIBRO EL CALCETIN DIVINO




EN BOCA CERRADA NO ENTRAN MOSCAS

Una tarde nadaban alegremente un cangrejo y un camarón, cuando las voces sonoras de dos mapaches llamaron su atención.

- Eres un tonto, dijo el más robusto de los dos. Tenías al pez entre tus patas y lo dejaste escapar.

El más pequeño de los carniceros se mostró molesto por lo que el otro mapache le decía y, no pudiendo soportarlo más, replicó furiosamente:

- El tonto has sido tú que no pudiste evitar que se escapara en tus propia narices y por último, si no quieres casar conmigo, hazlo solo, y ya veremos que es lo que logras apresar con esos ojos que ya ni ven.

A estas alturas de la discusión, el cangrejo y el camarón habían asomado sus cabezas y decidieron poner fin a la contienda.

- No es bueno discutir, dijo el camarón con ceremoniosa voz.  Por qué no tratan de llegar a un acuerdo en vez de alterarse de esa manera.

El cangrejo aprovechó el desconcierto de los mapaches para meter sus tenazas en la conversación.

- Lo único que deben hacer es perseverar en su pesca, pero tratando de capturar dos presas para que así no haya discusión a la hora de repartir.
Los mapaches se sonrieron y frotándose las patas mostraron su contento al ver que su problema había sido resuelto.

De un salto tomaron a los crustáceos y de unas cuantas dentelladas los engulleron.

- ¡Qué bien se portaron esos muchachos!, dijo el mapache grande.  ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!  Demostraron ser muy sabios y llegaron en el momento propicio.  Nosotros seremos mapaches, pero estos eran metijones.




LA NATURALEZA A TRAVÉS DE TUS OJOS

“Que entender con los ojos es un atributo de la fina sutileza del amor”
William Shakespeare
Soneto XXIII

Aquella mañana el niño no había sentido al abuelo abandonar la habitación. Lo vio por la ventana que daba al campo. Con el sombrero encasquetado y con su acostumbrado overol grisáceo, el anciano removía la tierra con sus manos rugosas sacando las raíces malas.

Así se estuvo la mañana y parte de la tarde. Cuando el celaje del poniente se tornó gualda, el viejo entro a la casa con el mismo sigilo con que había salido muy temprano.
- ¿Por qué has permanecido tanto tiempo en el campo, papá?, interrogó la madre del niño.

Por toda respuesta el viejo dibujó una sonrisa. La mujer meneó la cabeza de un lado a otro mostrando su disconformidad. El niño siguió los pasos del abuelo mientras éste se aseaba para la cena.

Casi a media noche, la mujer entró al cuarto del abuelo.

­- Mañana saldré muy temprano.  Creo que deberías descansar todo el día y quedarte en la cama.

Besó al viejo y salió de la habitación. El niño, sin poder conciliar el sueño, permanecía  en su lecho al lado del abuelo, cuya respiración se fue haciendo más agitada hasta que el viejo se durmió.

Aquella noche el niño soñó que los castaños que sombreaban la casa habían florecido tanto que las flores blancas, desprendidas por el viento fuerte de la tarde, impedían el ingreso a la vivienda.  Una sensación extraña lo hizo mirar hacia el campo.

Fue entonces cuando vió al abuelo sentado en una pequeña nube. Sombrero en mano, el viejo le gritaba algo que él no podía entender. Había en sus labios una sonrisa tenue y dulce que contrastaba con la tristeza que irradiaba de sus ojos. Los llamados del abuelo se hicieron más constantes. En ese momento el niño despertó. Ya había amanecido y sintió la voz apagada del abuelo que lo llamaba a su lado.

- Hoy no iré al campo, le dijo. Pero quiero que, como todos los días te pares frente a esa ventana y me describas todo lo que ves, sin omitir detalle alguno. ¿Verdad que lo harás, niño mío?
Tan familiar le resultaba todo aquello que sus ojos veían que el niño no tuvo problema alguno en cumplir la petición del viejo. De vez en cuando, el anciano interrumpía.

- ¿Ya han empezado a descolgarse las flores de las acacias? Y los mirlos... ¿Han invadido ya los surcos de la tierra en busca de semillas e insectos?

El niño continuó muy atento, describiendo para el abuelo aquella naturaleza que tanto lo emocionaba. El sol anunció el mediodía y sorprendió al niño en las cumbres de las montañas. Ya entrada la tarde, la brisa, las copas de los árboles, el trino de los pájaros, la rizada superficie del lago vecino y las nubes negras que anunciaban la llegada de la noche habían colmado las ansias del abuelo. De pronto, el niño quedó absorto. Una nube blanca se detuvo sobre el campo.

Una imagen borrosa comenzó a cobrar su nitidez y recordó su sueño.

- Abuelo,  dijo el niño con voz casi apagada.

El anciano miró al niño que estaba de espaldas a él. Los colores cambiantes del atardecer se fueron apagando a medida que sus ojos se fueron cerrando.
El niño se alejó de la ventana y sin mediar palabra alguna fue hasta la cama del anciano y se abrazó a él.




LAS FUENTES


A la memoria de Bedrich Smetama y su poema sinfónico
“Mi patria”.

Como dos gemelos ojos azules veíase  desde lo alto de una loma dos pequeñas fuentes.  La lluvia constantemente renovaba sus aguas dejando ondulaciones simétricas en la superficie.

Por la noche, las fuentes se comunicaban por sus suaves chapuzones que el silencio nocturnal acrecentaba.  Una de esas noches, en que las estrellas se miraban en sus aguas, una de las fuentes le dijo a la otra:

-Dicen las aves que más allá hay un paisaje tan bello como éste que hoy disfrutamos.

-Lo mismo me han dicho las mariposas y las libélulas que beben de mis aguas, pero bien sabes que somos fuentes y, como los lagos y lagunas, hemos sido creados para permanecer siempre en el mismo lugar, dijo la fuente más grande.

La fuente pequeña se entristeció tanto que comenzó a sollozar.  Sus lágrimas hicieron que su caudal fuera aumentando paulatinamente.

A los pocos días, un águila se posó a la orilla de la fuente que había llorado.

-Veo que has aumentado de tamaño.

-¿Cómo lo sabes?, interrogó la fuente algo incrédula.

-Yo puedo volar muy alto, dijo la alada, y desde grandes alturas se divisa todo muy pequeño.  Y he notado que ahora eres más grande que la otra fuente.

-Quizá se deba a que he llorado mucho, dijo la fuente pequeña bastante confundida.

La fuente contó lo sucedido a la fuente grande,

-¿Y ahora qué piensas hacer?, interrogó ésta.

-He pensado que si lloro más seguido podré aumentar mi caudal y así conseguiré unirme a ti.  Podremos entonces desbordarnos y formar un pequeño río que nos lleve a conocer otros parajes.  ¿Qué te parece mi idea?, dijo la fuente pequeña

-Pues, maravillosa, dijo la fuente grande llena de regocijo.

-Pero... hay un problema.

-¿Cuál?, preguntó la fuente grande.

-No tengo ningún motivo para llorar, contestó la fuente pequeña.
Una nube que pasaba por allí no pudo dejar de escuchar la conversación de las dos fuentes.

-No tienen por qué preocuparse, dentro de poco habrá cambios aquí arriba y vendrán unas nubes más grandes que de seguro inundarán todo a su paso.

Llenas de optimismo, las fuentes esperaron la llegada de las nubes.  Éstas se presentaron lentas, oscuras e inmensas.  Lluvias torrenciales inundaron todo el verde prado formándose gran cantidad de riachuelos que fueron a desembocar en dos fuentes.

Fue tanta la lluvia que las fuentes no tardaron en desbordar sus aguas, formándose con ellas un gran río.

-¡Oh!, qué maravilla, gritó una de ellas.

-Esto es lo que yo llamo conocer el mundo, dijo la otra.

Ninguna de las dos se percató que al unirse para formar un río habían perdido su forma original transformándose en dos simples y confusas voces sin cuerpo.  Cuando estaban en la desembocadura del mar, recién cayeron en la cuenta que una ya no escuchaba a la otra, pues, en la inmensidad de aquel universo acuoso habían dejado de existir como tal, para convertirse en dos voces solitarias perdidas en las tinieblas infinitas de un mundo desconocido y eterno, donde todo no era más que luz, sombra y silencio.

Wolfsschanze, junio 02 del 2001.



ESOS OJITOS

Estaban de caza una zorra y una hiena, cuando se encontraron al pie de una colina.

- ¡Qué difícil se ha puesto encontrar comida en estos días!, dijo la hiena sudorosa.

- Y me lo va a decir a mí, dijo la zorra. Hace cuatro días que no pruebo bocado y siento que las fuerzas ya no me dan para seguir andando.

Hasta muy entrada la mañana ambos animales estuvieron lamentando su mala espina.  De repente, unos arbustos en movimiento llamaron su atención.

- Ve usted lo que yo veo, amiga zorra.

- Pues, claro que sí, dijo la zorra, si es un ciervo y con unas cornamentas hermosas.

Puestas de acuerdo la astuta zorra y la hiena ladrona, cercaron al ciervo y lograron darle muerte.  Mientras recuperaban las fuerzas pedidas en el forcejeo, un león de roja melena apareció de improviso.

- Cuidado, cuidado, amigas, estos animales son peligrosos a pesar de parecer inofensivos.  Muchas veces debajo de esta suave piel se esconde otro animal, por eso es mejor cerciorarse de ello así que si me lo permiten...

Dicho esto, el león, después de pasarle la lengua al ciervo por el cuello, le propino tal dentellada que la cabeza quedó prendida del cuerpo por unas hilachas de piel.

- Parece ser ciervo, pero no estoy seguro, dijo el felino mientras tragaba lo que había sido el pescuezo.  Mejor será que pruebe por otro lado para estar seguro de ello.

La segunda mordida se llevó parte del anca y la tercera voló con las patas traseras. La hiena y la zorra, presas de angustia y asombro, miraban incrédulas cómo el ciervo iba desapareciendo entre las fauces del león.

No creo que sea necesario comerse todo un ciervo para saber a qué sabe, basta que le dé un mordisco, protestó la zorra.
En tanto, el león ya había dado cuenta de la panza y estaba paladeando las patas delanteras.  Satisfecho su apetito, el león miró los ojos del ciervo que aún permanecían abiertos.

- Saben qué, amigas, creo, por esos ojitos, que en realidad se trata de un ciervo. Será mejor que me vaya a descansar y rueguen porque no me caiga mal esta cena, pues, detesto la carne de ciervo y ustedes van a ser las culpables.

La zorra y la hiena se dieron cuenta que todo reclamo sería inútil.

- Una cabeza es mejor que nada, dijo la hiena mientras ella y la zorra se acomodaban de la mejor manera para dar cuenta de la cabeza.





LECCIÓN INSTRUCTIVA

Un hortelano había mandado al menor de sus hijos a podar un peral, pero éste, gran aficionado a la pereza y a la vida fácil, alegó que el árbol era demasiado grande como para cumplir dicho cometido, resistiéndose así a llevar a cabo la orden.

Al poco rato apareció el muchacho en el despacho de su padre pidiéndole dinero, pues, debía salir con una muchacha y no disponía de efectivo.

Aprovechando una ráfaga de viento, el hortelano extrajo con presteza un billete de su bolsillo y lo soltó en el preciso instante que el aire asomaba con más fuerza. El preciado billete, tal como lo había calculado el padre, fue a dar a la parte más elevada del peral.

El muchacho, provisto de una escalera y una tijera de podar, dejó pelado el árbol en menos tiempo que un tronar de dedos.

A los pocos días el padre mandó al muchacho a quitar las hojas marchitas de un nogal. Ya el hijo se disponía a mencionar la misma excusa del peral cuando el billete que el padre blandía en la mano lo detuvo.

- Sólo falta que arrecie un buen viento, dijo el hortelano.

El muchacho sonrió ante la ocurrencia del padre. Por la noche, mientras fumaba su pipa, el hortelano se quedó mirando el nogal en cuyo follaje no se percibía ninguna hoja marchita.

Wolfsschanze, julio 15 del 2001.




LOS CAZADORES Y LOS LOBOS


Subiendo por una montaña cubierta de nieve, dos cazadores encontraron las huellas de la loba a quien habían herido. La sangre que manaba del animal indicaba que estaba herida de muerte, pero aun así, la loba logró llegar a su madriguera. 

En ella, cuatro lobeznos esperaban hambrientos a la madre.

- Beban, hijos míos, dijo la loba ya desfalleciente, pues, éste quizá sea el último alimento que reciban de su madre.

Los  cachorros, prendidos de las mamas de la loba, bebieron con fruición aun cuando ésta ya estaba muerta. A los pocos minutos, los cazadores, blandiendo sus armas amenazadoramente, llegaron hasta el lugar donde la loba inerte yacía tendida.

- Estos pequeños salvajes crecerán y serán una amenaza latente, será mejor deshacernos de ellos también, dijo uno de los cazadores.

- Tienes razón, amigo, contestó el otro descargando cuatro tiros sobre los críos.

- Bien, será mejor que descendamos de una vez, no vaya a ser que toda esa nieve se nos venga encima, dijo el que había disparado contra los lobeznos.

No bien se habían alejado, cuando de entre los matorrales apareció la figura de un lobo. Se acercó a la madriguera y se encontró ante el espectáculo desgarrador de ver a su compañera y a sus críos fulminados por las balas de los cazadores. Unas cristalinas gotas brotaron de sus ojos encendidos por la rabia y la impotencia.  Miró la cresta de la montaña y recordó las últimas palabras del causante de su aflicción: “No vaya a ser que toda esa nieve se nos venga encima”.

II

Ya en la cumbre, el lobo vio las figuras diminutas de los cazadores que estaban por alcanzar la falda de la montaña.  Una sonrisa lobuna dejó ver dos caninos en la que la venganza y el salto del lobo sobre la nieve se hicieron uno. El manto de nieve posado en la cumbre se desprendió en un bloque compacto que comenzó a descender a gran velocidad. Antes de hundirse en aquella ola de nieve que en pocos segundos cubrió la falda de la montaña, el lobo logró ver los rostros aterrorizados de los cazadores ante aquella mole blanquecina que ya los cubría.

Wolfsschanze, enero17 del 2001.



EL PERRO Y EL TORO


Viendo que una plaga de fiebre de garrapata atacaba a sus reses, un ganadero decidió poner fin al causante de tan nefasto hecho: un cimarrón cornilargo.

Acompañado de su perro, el hombre, sin más arreos que la brida y la montura, partió en su caballo en busca del toro cimarrón. Después de varias horas de agotadora búsqueda, el ganadero divisó cerca de una loma al toro. Un animal corpulento, de larga y encorvada cornamenta que medía más de metro y medio de pitón a pitón. De inmediato, el hombre se lanzó sobre el toro cuya cabeza logró enlazar. Con el otro extremo de la cuerda atada a la cabalgadura, el ganadero creyó que ya estaba todo concluido, pero de improviso el toro pegó la arrancada reventando la cincha e hizo salir al hombre con montura y todo por las orejas del caballo.

Ya libre de su atadura, el toro infecto, al ver al ganadero en el suelo, atronó el aire con desafiantes bufidos y arremetió contra su perseguidor. Como una centella, el perro se cruzó en el camino del cimarrón atrayendo su atención, de lo que aprovechó el hombre para refugiarse tras una encina.

El perro, seguido por el toro, se dirigió hasta un precipicio cercano lanzándose al vacío. El embravecido animal no pudo detener su marcha a tiempo y también cayó al barranco.

Aquella noche el ganadero colocó una pequeña vela en la esquina de la  cocina donde acostumbraba dormir el perro. Su ganado se había salvado.

Wolfsschanze, enero 23 del 2001.




EL ARRIERO


“Pasando por un pueblo un maragato, llevaba sobre el mulo atado un gato al que un chico, mostrando disimulo, le asió la cola por detrás del mulo”
Ramón de Campoamor

Llegado un arriero a un pueblo, decidió descansar un momento antes de continuar su camino.  Desmontó de su asno y se encaminó hacia una venta. No  bien hubo andado algunos pasos, cuando un gato perseguido por un perro de un salto felino montó sobre el lomo del asno.

Tras ellos, apareció un muchacho, era el dueño del can. Con el fin de que el gato descienda del asno, el muchacho tiró de la cola del animal, quien para evitar caerse, sacó las uñas para aferrarse al asno. La bestia lanzó tal coz que el muchacho, que se encontraba detrás del asno, salió despedido. No tardaron los padres en informar a las autoridades sobre el hecho, de ahí que arriero, muchacho, asno, perro y gato se encontraran ante el juez en poco rato.

- Que hable el arriero, dijo el juez.

Este dio su versión hasta su llegada al pueblo.

- No hay en esa declaración luz que ilumine el pensamiento para esclarecer quién cometió el yerro, pues, entonces, dijo el juez, que hable el perro.

Y el perro dio su declaración, afirmando que el muchacho lo incitaba a perseguir al gato.

- Nuevamente todo se muestra oscuro, dijo el juez, hasta ahora no hay pruebas que alumbren mi despacho, siendo así que hable el muchacho.

Y el muchacho fue contando con gran dificultad lo sucedido, pues, el golpe recibido aún le amainaba el pecho. El juez llegó a la conclusión que la persecución al gato fue culpa del muchacho.

El felino en su versión no hizo más que corroborar lo que decía aquel mozo travieso.
Pero el juez juzgó que aquella declaración del gato no daba mucha lumbre al caso, así que pidió que hablara el asno. Y el animal, a pesar de la dificultad que tenía para expresarse, prefirió hablar y no callarse.

- Sí, señor, ante el dolor que a mi lomo aquejaba, en mi poco entendimiento, sólo atiné a lanzar una patada.

La versión del asno fue crucial para esclarecer el lío.

- No se hable más, dijo el juez, y que venga ante mí el causante de este embrollo.

El muchacho comenzó a quejarse, pero el juez, tajante, lo calló al instante.

De qué te quejas, insensato, cuando culpa en otro yo no encuentro, todo comenzó en la cola de este gato y tú sólo has recibido tu escarmiento.

Enero, 14 del 2001.



EL PERRO OVEJERO Y EL CARNERO REBELDE


“Los grandes sólo nos parecen grandes porque nosotros estamos de rodillas”
Luis María Prudhomme

I

Amo y señor de un gran número de ovejas, un carnero buscaba siempre desobedecer las órdenes que impartía un perro ovejero a través de sus ladridos. Muchas veces, por causarle un disgusto al perro, las ovejas se movían como un solo animal a donde iba el carnero rebelde. El perro se quedaba sorprendido al verlas tan apretadas una junto a otra sin que en ningún instante se les enredara las patas. Una tarde, el pastor le dio la orden al perro para que trajera las ovejas.

- ¿No vas a ayudarlo?, le increpó su mujer.

- Para qué, respondió el pastor. A este animal le basta una sola palabra de su amo para que parta a las montañas a reunir a todas las ovejas dispersas. No descansa hasta reunirlas a todas. No sabe contar, pero sabe cuándo están todas juntas para ser encerradas en el redil. Es un animalito muy fiel y sabio, habla a las ovejas con su ladrido lo suficientemente firme como para que lo obedezcan y sin tanta severidad como para asustarlas.

Así hablaba el pastor, mientras que cerca de una montaña brumosa el perro se batía con las tercas ovejas incitadas a la desobediencia por el carnero rebelde. Pero, tal como lo había dicho su amo, el perro se mantuvo firme y logró que el rebaño enrumbara hacia el redil. Despechado, el carnero atacó al perro a quien tomó inadvertido. Un topetazo hizo rodar al can varios metros ladera abajo. Recuperado del ataque, el ovejero se lanzó a perseguir al rebelde.

Después de una mordida en la pata, con mucha cautela evitando hacerle daño, el perro dominó al renuente lanudo, a quien no le quedó más remedio que obedecer.

II

Aquella noche, cuando todos en la casa del pastor dormían plácidamente, el carnero hizo despertar a todas las ovejas a quienes habló con singular acento lastimero.

- ¿Qué somos?... Sólo esclavos del pastor y su perro quienes se apropian de nuestro vellón durante la esquila, haciéndonos más daño que el que nos infligen los pumas o los osos con sus garras asesinas durante un año. Ese perro nos vigila como el amo a sus esclavos, ha llegado el momento de liberarnos de la opresión.

Las convincentes palabras del carnero penetraban las orejas de las sumisas ovejas como el hierro a la mantequilla.

- ¿Pero acaso no nos dan comida, agua y un lugar donde dormir?, qué más podemos pedir gritó una oveja.
Un topetazo del carnero puso fuera de combate a la disidente oveja. Antes del amanecer, el carnero guiaba al rebaño fuera del redil. A las pocas horas, el grupo compacto había atravesado salvajes páramos para llegar al pie de una cadena de montañas.

- Treparemos las montañas para evitar que aquel perro odioso nos persiga, dijo el rebelde carnero.

Las quejas de las ovejas se habían manifestado a lo largo de aquel viaje a través de continuos balidos; éstos, como era de esperar, atrajeron la atención de lobos, osos, pumas y linces, todos ellos con matinal apetito.

III

Cuando el pastor y el ovejero llegaron hasta la falda de las montañas, lo que encontraron fue unas cuantas ovejas asustadas y restos de ovejas mutiladas por todas partes. Los ladridos del perro atrajeron la atención del pastor hasta unas peñas colina arriba.

Entre unos matorrales, la cabeza del carnero rebelde yacía cubierto por un manto de moscas. Ese era el precio que el insumiso había pagado, arrastrando en su desgracia a un número considerable de ovejas.

Wolfsschanze, enero 14 del 2001.




EL VUELO DE LA MARIPOSA


Revoloteando estaba una mariposa por entre las ramas de unos árboles cuando fue avistada por un saltamontes. El esplendor de la pintada mariposa y la brillante vestidura que sus alas envuelve, fueron motivo para que el saltamontes le dijera al grillo.

- ¡Qué belleza!, si parece un manto hecho con los colores del arco iris, toda una flor alada.

La mariposa siguió en su ágil y ligero vuelo de planta en planta, sorbiendo el néctar de las flores y bebiendo resplandecientes gotas de rocío de las hojas.

- ¡Qué desgracia la mía!, dijo el saltamontes. ¿Quién se entera de que existo si todo el día me la paso oculto entre la hierba? En cambio aquel abanico de colores surca el aire dejando a su paso una estela de asombro y admiración en las pupilas de quienes la vean.

No hubo terminado de hablarle al grillo, cuando el saltamontes vio salir de entre las hojas de un árbol una enorme lengua pegajosa que puso fin al vuelo de la mariposa. Un camaleón había estado atento al rumbo que imprimía la mariposa a su vuelo, no para disfrutar del colorido del insecto como lo hacía el saltamontes, sino para engullírselo. El grillo, alarmado por el hecho, exclamó:

- Ya no envidio tu belleza desdichada mariposa, pues, me doy cuenta que mi existencia inadvertida me procura larga vida.

Wolfeschanze, enero 14 del 2001.



EL SEMBRADOR DE CEBOLLAS


Estaba un sembrador abonando sus plantas de cebolla, cuando su hijo le avisó que la cena estaba lista.  Ya en la mesa, el hijo le dijo a su padre:

- No entiendo por qué dedicas tanto tiempo a tus cebollas, las tratas como si tuvieras un niño entre los brazos.

- Es que sé que con el tiempo lograré mejorar su calidad hasta convertirlas en más deliciosas, ese es mi ideal, le contestó el padre.

- Pero los ideales son inalcanzables, remarcó el muchacho creyendo que con ello ponía a su padre en una situación difícil.

El sembrador llevó a su hijo fuera de la casa y, mirando hacia el cielo nocturno, le dijo:

- Ves esas estrellas, trata de coger una de ellas.

El muchacho lo miró sorprendido y le dijo:

- Pero sabes que eso es imposible, querido padre.

- Estoy de acuerdo contigo, dijo el sembrador con gran serenidad. Así son los ideales de un hombre, hijo, inalcanzables como las estrellas, pero así como los marinos cuando están en el mar trazan su derrotero guiándose por ellas, los ideales nos sirven a nosotros para hacer las cosas cada día mejor.

El muchacho se sonrió, dio un beso a su padre, y se fue a dormir.

Wolfsschanze, diciembre 28 del 2000.



EL MONO AMBICIOSO


Cierto día un mono que comercializaba entre los pueblos aledaños al desierto del Sahara, encontró una cueva donde guarecerse del intenso calor del mediodía.

- Será mejor que espere aquí a que disminuya el calor, de lo contrario me dará más sed y gastaré más agua, y nada de lo que signifique gasto es bueno para mi salud y mi bolsillo, dijo el mono y se quedó dormido.

Al amanecer del otro día, antes de emprender la marcha, el ambicioso y mísero mono decidió echar un vistazo en el interior de la cueva. “Siempre hay gente que olvida algo de valor y no creo ser el primero en haber estado aquí”. Cuando ya había perdido la esperanza de hallar alguna baratija con qué cargar, notó  que en el piso, cerca de una roca, brillaba algo.

Era un libro con ribetes color oro y con incrustaciones de piedras que, comerciante como era el mono, no tardó en darse cuenta que carecían para él de valor.

- ¡Bah!  Un insignificante libro. Por esta porquería no me darán dinero alguno.

Pero sin saber porqué, el comerciante colocó el libro entre sus cosas, subió a su camello y siguió su camino. Más adelante, en otro descanso comenzó a hojear el libro y le llamó la atención la historia que allí se describía “Un hombre se encontraba en tal estado de miseria que, ya a punto de morir, empuñó su brazo al cielo pidiendo algo con qué satisfacer el hambre que lo agobiaba. “Esta bien, le contestó una voz del cielo, pero sólo podrás pedir tres veces, una petición por día. Así que piensa bien lo que vas a pedir” Y el hombre pidió que le dieran pan por el resto de su vida, un techo donde guarecerse y vino con qué saciar su sed. El cielo se abrió como anunciado una tempestad y cayó gran cantidad de pan; el segundo día, varias maderas y paja cayeron ordenadamente formando una bella y consistente cabaña, y el tercero, llovió sobre el hambriento gran cantidad de vino durante todo un día y toda una noche”.

- ¡Bah!, dijo el mono tirando el libro, esta historia no es más que un embuste.

Tomó el libro, subió a su camello y se marchó. Ya en su casa, una noche, recordó mientras comía, la historia que había leído. De inmediato se dio cuenta que el queso se le había acabado y, como era un manjar del cual no podía prescindir, se acordó de las palabras que el hombre hambriento pronunciaba antes de hacer sus peticiones y se dispuso a probar.

- Total, pedir no me costará nada, dijo el mezquino mono.

¡Oh, Alahah!  ¡Oh, Alahah!  ¿Lograrás que del cielo, queso caerá?

Y para asombro del mono, sobre el techo de su casa cayó el queso.

- Vaya que sí está delicioso, dijo el mono mientras se llenaba la boca del manjar blancuzco.

Al otro día, quiso salir de dudas y pidió vino.

- Veamos tu poder ahora, dijo el mono como buscando que alguien asomara la cabeza entre el cielo nublado. ¡Oh, Alahah!  ¡Oh, Alahah! ¿Lograrás que del cielo, vino caerá?

Al instante, el cielo se abrió y las nubes dejaron caer un líquido oscuro.

- Vaya, vaya que sí es aromático este vino, dijo el mono mientras colocaba unos toneles sobre el techo de su casa para que se llenaran.

Aquella noche, el mono no pudo conciliar el sueño pensando en lo que debería pedir el tercer día, teniendo en cuenta que, según la historia del libro, sólo cabían tres peticiones. Pero una loca idea lo asaltó ¿Y si todo no era más que una broma que le estaba jugando su vecino?

- Seguro que ese truhán se ha metido a mi casa aprovechando mi ausencia y ha leído la historia del libro y ahora sólo busca burlarse de mí, pensó el mono. Pero no creerá que soy estúpido, haré una petición que no podrá cumplir. Hasta ahora sólo he  pedido cosas que cualquiera podría conseguir como para gastarle una broma a alguien, pero si pido oro, eso no estará a su alcance, y entonces lo descubriré.

Al día siguiente, muy temprano, el mono subió al techo de su casa y comenzó a gritar para que su vecino lo escuchara.

¡Oh, Alahah!  ¡Oh, Alahah!  ¿Lograrás que del cielo, oro caiga?

El mono quedó estupefacto cuando vio que unas pepitas amarillas caían junto a él. Llevado por la ambición y descubriendo ya que aquello no era obra de su vecino, pues, éste, al igual que él, también había subido al techo de su casa alarmado por aquellos gritos que el mono profería, pidió más y más oro.

¡Oh, Alahah!  ¡Oh, Alahah! Dame más, más, más mucho más, todo  el oro del mundo sólo para mí.

- Todo junto, quieres que te lo dé todo junto, tronó una voz ensordecedora que venía del cielo.

- Sí, sí, mil veces sí, se escuchó la voz del mono cuyos ojos inyectados por la ambición parecían salírsele de sus órbitas.

La enorme mole de oro que cayó del cielo se incrustó como una cuña sobre el suelo llevándose en su camino el techo y al mono.

Wolfsschanze, diciembre 28 del 2000.




EL BUEN SENTIDO DEL ASNO


Un caballo dialogaba amenamente con un asno sobre cosas triviales y, como suele suceder con los humanos, la conversación fue adquiriendo calor hasta que surgieron las rivalidades.

- Nosotros los caballos somos más elegantes, trotamos con majestuosidad e inclusive parece que nuestra cola danzara a nuestro paso acompasada por el viento.

- No le pongo en duda, dijo el asno. Tú raza es muy noble, tu andar es ceremonioso y hasta tu colita es coqueta, pero perteneces a una raza en decadencia, pues, los automóviles o tardarán en reemplazarte. En cambio, no lo dudes, en el mundo siempre habrá asnos.

El caballo comprendió en las palabras de aquel animal, que había cometido un error al desmerecerlo, pues, viviendo ambos en un mundo donde el trabajo va cobrando más terreno que el entretenimiento, un asno resulta siempre más útil que un caballo.

Wolfsschanze, diciembre 27 del 2000.




LOS RECURSOS DEL ZORRO


Un zorro voraz había invadido el territorio donde un león acostumbraba cazar.

- Como este melenudo duerme todo el día y sólo sale a cazar por la noche, aprovecharé para echarme al lomo un ciervito, que por aquí están más gordos que en cualquier parte.

Y así anduvo el zorro usufructuando los terrenos del león. Al felino, por otro lado, le era cada día más difícil encontrar presa alguna. Ciervos, ñus y cebras, abundantes en otros tiempos, parecían haberse evaporado.

- Esto es muy extraño, dijo el león, será mejor que investigue lo que aquí está sucediendo.

No tardó el felino en dar con las huellas frescas del ladrón.

- Ajá, aquí están las huellas del intruso y veo además que arrastró su presa hasta esos árboles. Junto a unos cedros, el león encontró los restos de un ciervo.  Sólo quedaba la cornamenta y unos cuantos huesos.

- ¡Buen apetito!, ¡Buen apetito!, dijo el león rascándose la cabeza.

Apostado tras unos matorrales en un claro del bosque, el león se acomodó entre la tupida hierba a la espera de atrapar al causante de su enflaquecimiento. A media tarde, una figura apareció a corta distancia de donde estaba el león, quien esperó para atrapar al zorro in fraganti. A los pocos minutos, los gruñidos del zorro se confundían con los chirridos del ciervo. Fue entonces que el león salió de su escondite y se dirigió al lugar donde sabía encontraría al zorro devorando a su víctima. El astuto zorro, al ver que el león lo había descubierto, colocó al ciervo muerto sobre su lomo y echó a correr, al tiempo que gritaba.

¡Socorro!  ¡Auxilio!, que alguien me ayude que este ciervo me quiere matar.
El león lo detuvo y de un golpe bajo al ciervo del lomo del zorro.

Vaya, amigo, que sí me salvaste la vida. De un solo zarpazo pusiste a este asesino fuera de combate. Te quedo eternamente agradecido.

El zorro se marchó temblando y el león se sonrió de la ocurrencia de aquel zorro sinvergüenza.

Wolfsschanze, enero 8 del 2001.




TRES HERMANOS MALOS


Tres hermanos tenían un negocio de venta de heno y de él se aprovechan para realizar algunos hurtos en los establos en que hacían sus entregas.

Cierto día contactaron con un rico comerciante en herramientas de labranza, el cual era muy aficionado a los caballos por lo que solicitó a los hermanos que todos los días llevaran heno para sus animales.

- Pónganlo en el granero y de paso le dan de comer a mis engreídos, decía el propietario de los caballos.

Eso hicieron los primeros días, pero después de una semana, decidieron empezar su prohibida labor.

Para ello encomendaron al hermano menor, que era medio opa, que se escondiera debajo del heno que llevaban en la carreta, de esa manera su ingreso en el granero pasaría inadvertido y así tendría tiempo de apropiarse de algunas herramientas las cuales saldrían escondidas con él en el heno sobrante.

Todo marchó de maravillas, pero más notorio que la pérdida de los aperos de labranza, fue el adelgazamiento de los caballos, a los cuales el opa olvidaba alimentar.

- Esto me parece muy extraño, será mejor que investigue que está pasando aquí.

La noche anterior a la repartición de heno, el comerciante se escondió entre los caballos a esperar  que llegara el amanecer. Los animales, acostumbrados a la presencia del amo, permanecieron en calma. Los hermanos llegaron puntualmente y realizaron su operación diaria. El opa salió del heno y comenzó a desencajar las herramientas, luego, con sumo cuidado, volvía a cerrar las cajas para que nadie se percatara del hurto.  Luego, con los aperos escondidos debajo del heno, comenzó a acomodarse él.  Cuando los otros hermanos llegaron, sacaron la carreta y se marcharon. En un camino solitario, cerca de una cueva, los hombres le gritaron al opa que ya podía salir. Dentro de la cueva había una cantidad enorme de herramientas robadas como para iniciar un negocio.
- Oye tú, sal de ahí, ya estamos lejos de la casa de ese viejo idiota, gritó el hermano mayor.

De entre las hebras del heno, asomó el cañón de una escopeta y luego la figura del comerciante.

- Creyeron que se saldrían con la suya ¿no?, pues se equivocaron al encargarle a ese estúpido la labor más difícil.

El viejo entregó a las autoridades a los dos hermanos y al opa que había quedado amarrado junto a los caballos del viejo.

Febrero  del 2001.




DE VUELTA A CASA

Devoraba las hojas de una morera una oruga, provocando en ésta un gran malestar.

- Sacude fuertemente una de tus ramas y verás cómo logras desprenderla de ti, díjole un pequeño picaflor a la morera.

Eso hizo el árbol y la oruga fue a caer al río cuya corriente corría cerca de él.
- No creas que me iré así nomás, dijo la terca oruga, regresaré pronto, ya verás.

Ya en el agua, un voraz salmón se la tragó. Río abajo, un martín pescador vio al salmón y con carnívora vehemencia lanzó su pico largo, negro y recto y tras un ligero forcejeo lo cogió.

Aún no había terminado de engullirlo cuando un águila señera tomó al pájaro con sus férreas garras y se elevó al cielo. Mas quiso el destino que el certero disparo de un cazador diera de lleno en el pecho del ave y ésta se precipitara en tierra.

Un hambriento oso vio al águila caer, y tomándola de un ala, la arrastró hasta el pie de un árbol donde comenzó a devorarla. A su paso, el oso encontró al Martín pescador, luego al salmón, quedando plenamente satisfecho. Ya ausente el enorme animal, de entre los escombros de aquella comilona brotó una pequeña oruga, que aunque algo adormecido, pudo al fin reconocer al árbol que frente a ella tenía.

- Hola, morera, estoy de regreso como te lo prometí.

Wolfsschanze, febrero 28 del 2001.




SABÍA SOLUCIÓN


Estando el león distribuyendo los cargos que cada animal debía desempeñar durante su reinado, puso como ayudante del tigre a la zorra. El pintado felino no pudo soportar las constantes burlas que otros animales le hacían.

- Miren, el secretario es más astuto que el jefe, se escuchaban las voces a cada momento.

El tigre decidió entonces quejarse al león por haberle destinado un secretario que no sabía leer. El rey de la selva se rascó la barbilla y luego de pensar un instante, le dijo al tigre:

- Y tú, ¿sabes leer, amigo?

- Pues, sí, cómo no voy a saber. Es más, nadie lee como yo.

- Pues, asunto solucionado, dijo el león, pon a la zorra de jefe y tú ponte de secretario.

Wolfsschanze, febrero 28 del 2001.




EL CALCETÍN DIVINO


Vivía en un  pueblo una mujer gorda y vieja quien se jactaba de conocer el destino de todos los hombres.

- Con solo un objeto personal de cualquiera de ustedes, puedo conocer la identidad de su dueño con los ojos vendados, decía la vieja adivina.

Nadie creía en sus palabras, pero bastó que alguien la sometiera a prueba para que la vieja saliera airosa. Eso le valió para que su fama fuera en aumento así como la fortuna que fue acumulando con el cuento de leer las cartas, manos, uñas y hasta las cenizas del cigarro.

- Esa mujer es una astuta embaucadora, decía el cura del pueblo, en cada oportunidad que desde el púlpito se dirigía a sus feligreses. Algún lenguaje críptico ha desarrollado con ese ayudante que la acompaña para hacer creer que todo lo sabe atribuyéndose un don que sólo Dios posee. Pero el día que se encuentre con la horma de su zapato tendrá su merecido.

Y el cura, como ayudado por alguna fuerza misteriosa venida del cielo, tuvo la razón, pues, a los pocos días, un ladrón ingresó a la casa de la adivina y, aprovechado que ésta dormía a pierna suelta, se cargó con todo el dinero y las joyas que la anciana guardaba dentro de un baúl, pues, era enemiga de los bancos, porque según ella: “No eran más que una banda de ladrones encamisados”.

Al día siguiente, mientras la vieja con los ojos desorbitados leía la nota del ladrón: “Aquí le dejo uno de mis calcetines para que adivine quién soy”, un hombre pequeñito y delgaducho entraba en la iglesia y le entregaba al cura un importante donativo para sus obras caritativas.

- Que Dios te lo pague y bendiga todas tus acciones, hijo mío, dijo el cura muy emocionado.

Cuando el hombre se alejaba, el sacerdote notó que el hombre lleva puesto un solo calcetín.

- Bienaventurados estos hombres que se privan hasta de un calcetín a cambio de los más necesitados, concluyó el padre llevando al cielo la señal de la Cruz.

Febrero del 2001.